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MAÑANA EMBARCO (2/4)

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(Viene de: él, como si poseyera el olfato de un lobo astuto, sospecha).

La idea de embarcarme me entusiasma y me asusta a la vez. ¿Y si fallo? ¿Y si no soy capaz de liderar a mis hombres cuando llegue el momento? ¿Y si los traiciono con mi debilidad? La sombra de mi padre es alargada, y debo aprender a crecer bajo ella. Pero, por mucho que intente serenarme, el miedo sigue ahí, como un oleaje persistente que golpea mis pensamientos.

Por suerte, desde lo alto de las murallas del alcázar, pegado este a la costa, se ve a la perfección toda la laguna, así como la escuadra navegando frente a la isla que, casi en el centro, todo lo domina. Aún más allá contemplo el lejano vuelo de las gaviotas que se refugian entre las sabinas y enebros que crecen en la larga lengua de tierra que casi cierra este pequeño mar. Y al otro lado de esa estrecha franja veo la Isla de los Ratones[1]. Las golas[2] por las que entra el agua del Mediterráneo a esta especie de albufera, con sus encañizadas para pescar, también atrapan mi curiosidad y mi mirada, como si de un ágil mújol o una dorada juguetona se trataran. Allá lejos poso mis ojos, como digo, hasta que los gritos de capitanes y marineros capturan mi atención y los reconduzco hasta la formación naval. Esta ejecuta en ese momento un viraje a estribor, coordinado y rápido, orientando las proas hacia nosotros. Regresan. Mi padre aplaude satisfecho y sus ojos, por un momento, se encuentran con los míos. Buen trabajo el de tus hombres, comento buscando su aprobación. Aún les falta coordinar mejor los virajes, me responde. Lo harás tú mismo mañana, añade con una sonrisa de complicidad.

Mis hermanos menores también brindan sus aplausos y yo me uno a ellos reconfortado por todo lo que acabo de ver y, sobre todo, al saber que el emir, mi padre, confía en mí. Soy el mayor y algún día lo sustituiré en el gobierno de Sharq al-Andalus[3]. Y esta flota también será mía, aunque tal vez ponga al mando de ella a Ganim… ¿quién sabe?

Mañana me embarco. Si quiero ser un buen gobernante no basta con cazar, montar a caballo y saber batallar en tierra con la fiereza, valentía y honor que caracterizan a mi padre, Muhammad ibn Mardanish. También hay que saber cómo funciona el mar. Cómo se vive en él. Este lugar, en el que reina el salitre, es otra cosa y mis hombres deben verme firme aunque mi pecho esté cargado de dudas. Y es que la indómita mar, que tan generosa se muestra con sus frutos, también puede volverse traicionera. Esta agua salada que alimenta nuestras mesas es la misma que también puede tragarse a un hombre en un abrir y cerrar de ojos. De ahí la importancia de saber someterla.

Nuestros dominios cuentan con millas y millas de costas y el emir, mi padre, siempre habla de los numerosos enemigos que nos quieren atacar. Los unitarios o almohades, que vienen del África y quieren adueñarse de todo al-Andalus para ellos. Los cristianos de Aragón, los de Génova o los de Pisa, amigos por ahora, pueden traicionar nuestros acuerdos y pactos en cualquier momento. No conviene fiarse. Y los de Castilla también podrían fallarnos, aunque al menos no parece que estos deban preocuparnos por la vía acuática. Y menos aún mientras el emperador don Alfonso siga al mando de los mismos, pues parece un hombre leal como pocos. De todos modos, tampoco me confiaría. Cualquier pacto puede quebrarse en un suspiro, y la lealtad de hoy convertirse en la puñalada de mañana. A veces me pregunto si mi padre también teme que sus aliados le fallen, aunque jamás lo ha manifestado en voz alta. Y yo tampoco me atrevo a preguntárselo.

Continuará


[1]      Yazirat al-Firat, la actual isla Grosa.

[2]      Las llamaban Huluq Palus.

[3]      El Levante andalusí o al‑Andalus oriental, al que se referían como Sharq al-Andalus.

Sergio Reyes Puerta

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