LOS ÁRBOLES ¿TAMBIÉN SUFREN?
Regreso de Madrid con gran preocupación por sus árboles, porque según aseguran diversos medios envejecen a pasos agigantados sin tener los cuidados precisos para evitarlo. Y dicen también, que Madrid es la segunda ciudad del mundo con mayor arbolado y que los cientos de miles de ejemplares que decoran sus calles, parques y jardines, precisan de mayor vigilancia y atención, tal como numerosos vecinos de algunos barrios vienen denunciando.
El problema ha sido magnificado por tantos medios de papel, radiofónicos, televisivos y usuarios del “tuiteo” en las pasadas semanas, señalando el descuido de los políticos porque en fechas recientes la caída de una rama ha segado la vida de un ciudadano que descansaba junto a un árbol aprovechando su sombra, en uno de los días que el termómetro marcaba cerca de los cuarenta grados.
Mi casa madrileña está situada en una enorme plaza llena de arbolado cuyas copas acarician mis altos balcones, y sus ramas cimbrean en los cristales de mis ventanas los días de viento, aparentando una buena salud las especies que allí viven; puedo afirmar como vecino, que los grandes árboles que se mantienen (abetos y coníferas) y otras plantas del entorno suelen tener el tratamiento necesario por parte de los jardineros que se ocupan de las zonas verdes madrileñas y trabajan para lo que llaman área del Medio Ambiente.
Debo confesar que desde niño siento un amor paternal por el árbol allá donde se encuentre: conservo en mis álbumes unas colecciones fantásticas de arboricultura del mundo, que suelo hojear de vez en cuando para disfrutar por la rareza en muchos casos de tan extraña, bellísima y potente especie. Y cuando hablo del árbol, suelo hacerlo de manera general, refiriéndome a tan maravillosa especie obviando a los aguacates, mangos y litchis a los que dedico mi actividad empresarial y literaria.
Y como seres vivos que son, reclamo para ellos el cuidado que requieren, sobre todo en lo concerniente a su salud mediante un control analítico, comprobando su nutrición y en su caso aplicando los abonos o fertilizantes que precisan cuando enferman, además de las puntuales podas de rejuvenecimiento que con el paso de los años necesitan. Pero suele suceder, que por su aparente fortaleza y gran longevidad en muchos casos, dieran la sensación de que una vez que son adultos se mantienen por sí mismos, soportando sequías, fríos y calores, sin reclamar ni exigir siquiera el riego que tan necesario es para la mayoría de las plantas de nuestro planeta.
En las ciudades, los árboles conviven con los ciudadanos formando parte de su cultura, pero por costumbrismo tal vez, suelen pasar desapercibidos para ellos. Solo cuando han participado en alguna desgracia casual adquieren protagonismo, y tanto los que se auto titulan “verdes”, como los periodistas o afectados, reclaman para ellos las atenciones que no han tenido, pretendiendo evitar nuevas tragedias. Es lo que ha ocurrido recientemente en Madrid.
Conviene recordar al ciudadano de las grandes urbes, que el árbol es un ser especial capaz de morir de pie; a solas, sin quejarse, sin reclamar asistencia, y que con él, mueren también sus raíces que son el soporte y los potentes nervios que los mantiene anclados y sujetos a la tierra; cuando ellas fallan, un soplo de viento los puede derribar o desgajar sus fuertes ramas, segando alguna vida humana a la que ha venido ofreciendo sus benéficos servicios, regalándole sombra, frutos y protección a lo largo de su larga existencia…
Julián Díaz Robledo
Magnífico artículo, que comparto por mi amor a los árboles y a la Naturaleza con todos sus seres vivos.