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LA TAUROMAQUIA REFLEXIONES

Sobre a las corridas de toros, a nadie se le escapa que para los que luchamos por los legítimos intereses de los animales como seres sensibles, su pervivencia nos duele y nos sorprende. Es, a nuestro modo de ver, un espectáculo de otra época y como tal tendría que darse por desparecida. En esa otra época, hace centenares de años, esta actividad “lúdica” tenía cierta explicación ( que no justificación )  a tenor de la ignorancia imperante. Un gran parte de la población era analfabeta. En consecuencia nada se sabía de las realidades biológicas, y emocionales del toro. De modo y manera que aquellos primeros “aficionados”, en cierta forma, estaban exentos de culpa, eran inocentes,  toda vez que no eran conscientes ni conocedores de las repercusiones y consecuencias de sus actos, de cara a este animal.

 A la sazón vivimos en la era de la tecnología y de la información. Tenemos a nuestro alcance un cúmulo de recursos y medios, para estar bien enterados acerca de los entresijos y certidumbres que rodean al injustificable espectáculo de las corridas de toros, Y por eso  ahora, mal que nos pese, SÍ que SOMOS CULPABLES, y bien culpables – bien sea por acción, bien sea por omisión – de las agresiones cometidas contra los toros, durante las corridas.  En el siglo XXI no hay disculpa posible para desconocer lo que ellas comportan y como se desarrollan. Entre otras cosas porque los hombres, como entes pensantes, albergamos la obligación moral de echar mano del conocimiento y hacer uso de la racionalidad, para practicar la compasión hacía quienes necesiten de ella, en este caso el toro, aceptando “a priori” que la voz de la razón, pueda resultar incómoda y molesta, pero ni más ni menos que la de la propia conciencia a la que tampoco se escucha en demasía. Recordemos, además, que teóricamente somos un país civilizado y alguien dijo al respecto de la civilización que: es el esfuerzo de la materia  para trasformase en espíritu, portando  en sí el germen de la  compasión y la piedad”.

 Ciertamente, las corridas de toros abren polémicas y discusiones. Son controvertidas y en ocasiones viscerales. Pero igual que en todas las acciones humanas, encierran en sí mismas una o más verdades objetivas, con peso específico propio, independientemente de la apreciación que nos merezcan, y de haberlas dicho  unos u otros.

          Y la VERDAD OBJETIVA de las corridas de toros es que convierte en “ESPECTÁCULO LÚDICO y DIVERTIMENTO” el probado SUFRIMIENTO FÍSICO Y PSICOLÓGICO DE UN ANIMAL, o séase , el toro, un vertebrado superior capaz de experimentar el dolor, el miedo, el estrés y la angustia, durante la lidia. Una criatura con un sistema nervioso similar al nuestro, un código genético en gran parte común con nosotros, unos circuitos cerebrales semejantes y unas conexiones nerviosas idénticas. Y en ese orden de cosas ¿qué  pasa con la caza? podrían preguntarse, también los cazadores se entretienen matando  animales. Pues, si la caza constituye un acto digno de posible reprobación ¿prestará algún mérito o bondad a las corridas, el hecho de que esta actividad cinegética pueda ser reprobable? Los defectos que, lastimosamente, se detectan en otras áreas de la relación del hombre y el animal, y que se nos ofrecen como argumento comparativo para intentar minimizar y justificar los que se dan en la plaza de toros, no perderán su triste condición de abuso, por la circunstancia de que a las corridas de toros se les reconozca también.

         Los datos científicos  sobre las corridas coinciden con el criterio  de que  los toros padecen un dolor intenso y un estrés considerable durante la lidia. Un martirio que se prolonga aproximadamente 20 minutos. Las causas son muchas y diversas. Entre ellas se incluyen un ambiente totalmente ajeno y desconocido, el agotamiento, heridas múltiples y una muerte prolongada inducida. La colocación de la divisa marca el comienzo del calvario. La pica, o puya, que causa de 1 a 3 hondas heridas y que según un estudio realizado en el año 1999 sobre 90 toros, el 94% de las veces el picador se equivoca o no atina produciéndose fracturas “de apófosis espinosas, fracturas en las costillas y hemorragias que pueden infiltrarse en el canal medular”.  En un promedio de profundidad de cada puyazo  de entre 18 y 21 centímetros, el total sumaría 62 centímetros de heridas y un equivalente a una pérdida de sangre de 2,5 litros, además de la rotura muscular. Las banderillas producen más heridas, dolor, desgarro de músculos, persistencia de la hemorragia y debilitamiento del toro. La estocada, en el caso en que se realizara correctamente, podría ser equiparable (prescindiendo del aturdimiento) al sacrificio dentro de un matadero en condiciones precarias, pero cuando el torero no acierta a la primera el proceso puede  prolongarse,  y aún en el caso de acertar produce una muerte por asfixia del animal al comunicar el sistema circulatorio con el respiratorio, haciendo que se ahogue en su propia sangre. Y para mayor gloria de la llamada “fiesta nacional” muchos toros, antes y durante la lidia, sufren otro tipo de traumatismos y manipulaciones que resultan dolorosas, estresantes o que alteran su conducta normal. Entre ellas se incluyen el proceso de manipulación de sus astas (“afeitado”), golpes y choques así como otras heridas de diversa índole difíciles de cuantificar.

         ¿Y qué decir de aquellos otros toros que no sirven para ser toreados y que son utilizados en los festejos taurinos populares? ¿Acaso éstos animales gustan de recorrer las calles de los pueblos, obligados por la multitud que los persigue y hostiga, que los confunde y desorienta, portando en sus astas una gruesa maroma o unas bolas de fuego, para acabar muriendo, exhausto y horrorizado,  al finalizar su recorrido? Evidentemente que no. Hubieran preferido, como es lógico, seguir tranquilos en su dehesa,  sin tener que servir de diversión al pueblo. Y al hilo de esta cuestión me pregunto ¿es que  no vamos a ser nunca los humanos capaces de pasárnoslo bien sin recurrir al dolor y padecimiento de los animales? Confío sinceramente en que sí. Como también espero que llegue el día en que sabiamente se decida, suprimir de una vez por todas,  las torturas gratuitas  infringidas a los  toros y otros animales.

          Quede claro que cuando  abogamos por su predecible desaparición no nos mueve  ningún resentimiento ni animadversión  contra los partidarios de las corridas, ni los que viven de ellas .Y aseguramos que no es sencillo ser ecuánime, resistiéndose a la tentación de erigirse en censor del que no opina como nosotros,  sobre todo cuando la ecuanimidad exige tener fría la mente, aún cuando el corazón arda con el fuego de la ideología proteccionista. Damos por sentado que despertar de la modorra de ciertas trasnochadas y anacrónicas “tradiciones” requiere tiempo, principalmente porque el que está dormido deja dicho que no se le despierte y toma medidas preventivas para que esto no ocurra. Aunque, a decir verdad, no sin esfuerzo,  estamos logrando su lento despertar.

Y es que el progreso es imparable. La involución, hoy por hoy, impensable. Por ende, el desarrollo de la sensibilidad humana sigue por ley natural su curso evolutivo y lo que, por ejemplo,  antaño no preocupaba ahora genera curiosidad, inquietud y preocupación. Así los derechos de los animales  son actualidad y están presentes en importantes debates filosóficos, humanistas y políticos. Se perciben cambios sustanciales y las encuestas  muestran que las percepciones son correctas: el número de personas que no simpatizan con las corridas de toros  ha experimentado un  considerable aumento y hay inclusive municipios que ya se declaran abiertamente “antitaurinos”  para evitar el sufrimiento que para el toro comporta

          Añadamos que  la defensa de los animales, característica fundamental de la Ética contemporánea, tiene mucho que decir en esta evolución conceptual, porque ejerce una considerable influencia sobre el proceso de humanización, advirtiendo que  esta aseveración dista mucho de ser absurda, ya que  la protección del hombre y el animal se fundan en la misma ética, ética de seres conocedores de su responsabilidad, hombres abiertos al siglo XXI y al futuro.

          Desprenderse de criterios egocéntricos y antropomorfistas   para defender al animal  derribando las barreras y prejuicios que salen al paso, puede vislumbrase como poco compensatorio o ventajoso, visto desde una óptica interesada,  pero indirectamente la recompensa obtenida con este comportamiento humanitario   es   sobresaliente, toda vez que eleva la moral del hombre  a  sus más altas  posibilidades . Cuando el hombre sea capaz  de rechazar los beneficios obtenidos a través del maltrato  a los animales, rechazará con mayor motivo, los derivados también  por  la explotación de las personas.

Emilia Pastor Ríos

Presidenta de la Asociación  ARCADYS

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