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LA PALMERA DATILERA DE ISRAEL

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Son muchísimos los autores que se han referido en sus escritos a lo largo del siglo XIX a las palmeras y en tan pormenorizados textos han señalado las excelencias del antiquísimo árbol y fruto, como lo hicieran desde la más remota antigüedad los egipcios dejando enterrados en sus monumentos la mágica semilla. En Europa, la devoción por tan prolífica palmera se ha limitado generalmente a sus características ornamentales, llenando parques y jardines, así como fincas privadas de tan exuberante planta. Solo en los países mediterráneos europeos, entre ellos España, han dispuesto de cultivos para el aprovechamiento y comercio de sus frutos.

   Pero los dátiles son mucho más que la bella planta que los produce. Los árabes distinguen al fruto como los orientales al plátano.  Una sentencia popular dice que este árbol tiene la cabeza en el sol y los pies en el agua.

    Cuando me subí por primera vez a una gigantesca palmera de la mano de la empresa HADIKLAIM de Israel, y consumí sus frutos frescos maduros directamente de la planta, sentí un placer difícil de explicar por su sabor o conjunto de sabores que su alto concentrado de azúcar me ofrecía. Fue en el horizonte de los valles sirio- africanos que se extienden desde el lago de Tiberiades hasta el golfo de Eilat o Akaba, desde donde pude contemplar una sucesión de palmeras situadas a varios metros bajo el nivel del mar, que, gracias al clima seco que las arropa y a la abundancia de agua que las riega ofrecen una calidad de fruto sin igual.

    Discurría el año1987 y me informaron que disponían allí de diferentes categorías de dátiles cultivados: las variedades “secas” que son las más corrientes en todos los mercados y las variedades “frescas” que me llamaron la atención por ser menos conocidas y de un aporte calórico inferior que las secas.  Y me quedé maravillado viendo cómo desde la palmera retiraban los grandes racimos de llamativa estructura amarilla, cuyos frutos  destinaban para su consumo en fresco; los nominaban Hayani   y eran sometidos recién recolectados a un proceso de congelación que los permitía  llegar a los mercados lejanos en perfectas condiciones, garantizando que,  una vez a la venta, fuera de la cadena de frío  podían soportar sin deterioro alguno hasta quinces días conservando la misma calidad que cuando habían sido recogidos de la palmera.

     Otra curiosa variante de la industria datilera israelí, eran las ramas completas que retiraban de la palmera con los frutos prendidos, y que con la rama y fruto llegaban a los mercados europeos. Aquellos dátiles naturales sin tratamiento alguno y de un exquisito dulzor, podían permanecer a la venta en las tiendas y puestos del mercado varias semanas sin deteriorarse en absoluto.

    Sabido es, que en la rivera del rio Jordán en Israel se producen los mejores dátiles del mundo. La marca Jordán River    goza de indiscutible prestigio en los mercados y su consumo supera ampliamente al de su más directo competidor Túnez, que también produce muy buenos dátiles. Las variedades producidas en Israel se conocen internacionalmente por los siguientes nombres: Deglet,Noor, Mehjoorl, Halaw, Hadrawi y Zahidi.

     Estos deliciosos dátiles son cultivados por Kibboutzim y Moshavim (comunidades y cooperativas del valle del Jordán en Bait Shean y l´Araba), cuyas regiones disponen de modernas estaciones de embalaje y confección, con unas normas higiénicas ejemplares.

    Aunque yo había viajado a Israel en anteriores ocasiones en pos del aguacate, en esta ocasión me decidí a bañar mis pies en las aguas del rio Jordán para beneficiarme de los mágicos augurios que el acto proporcionaba -según una vieja leyenda- y me ayudara a introducir en los mercados españoles aquellos exquisitos dátiles que había descubierto.  Sobra decir que el vaticinio se cumplió y en el primer año superé la venta sin problemas de la cifra francesa, que eran los principales consumidores hasta la fecha. Y pensé: (las aguas del Jordán siguen siendo milagrosas…).

     El dátil sigue siendo el principal alimento del nativo en la zona de África boreal. Pero no es solo este fruto el que goza del aprecio de aquella gente, ‘sino de la palmera’ de la que obtienen un aprovechamiento integral. Con las hojas fabrican esteras y coberturas para sus cabañas; con los nervios gruesos preparan cestitos y objetos como también lo hacen con los juncos; las fibras sirven para la fabricación de cuerdas; los brotes jóvenes sirven para guisos como verdura; y con el jugo que recogen de la extremidad del tronco, una vez fermentado producen el conocido vino de palma.

    Y en tantos viajes como venía haciendo a Israel, cada vez descubría algo nuevo. Un país en el que nadie es extraño y el que lo visita por primera vez experimenta sin saberlo una sensación de familiaridad, tal vez por los letreros que encuentra a lo largo del camino (Jerusalén, Mar Muerto, Mar de Galilea, Nazaret, Belén) que evocan recuerdos de la infancia.  No es un milagro…Es la huella de la historia.

    Y en mi caso particular y no será casualidad, -sin yo saber absolutamente nada-, me enteré de que Jorge Diaz Aroca -uno de mis hijos residente en Miami desde hace muchos años- trabaja en las altas magistraturas de una gran empresa judía.

Julián Díaz Robledo

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