Portada » LA MÚSICA DEL HORROR
Javier Serra

Javier Serra

Esta tarde me he sentado frente al ordenador con el deseo de escribir un artículo ligero sobre alguna trivialidad del mundo, pero tras ver las brutales imágenes que llegan un día sí y otro también desde Gaza, no he podido. Me ha parecido obsceno. ¿Cómo hallar sarcasmo ante la visión de escuelas reducidas a escombros y hospitales bombardeados, o en los ojos vidriosos de un niño que ha visto morir a sus padres?

Me ha sido imposible recurrir a la ironía tras escuchar el griterío de mujeres y niños huyendo entre edificios demolidos, tras observar desolado los cuerpos sin vida de personal humanitario de dentro y fuera de la franja masacrados por tratar de ayudar a las víctimas inocentes del conflicto. Y sobre todo después de contemplar (he tenido que apartar la mirada) a niños de todas las edades, su piel del color de la ceniza, sus miembros amputados, sus cuerpecillos ensangrentados, sus vidas segadas por la barbarie humana. En el momento de redactar este artículo han sido asesinadas 16.000 criaturas. Una cifra no dice nada, pero cualquiera de los videos que nos llegan sí: Nadie en su sano juicio y con una gota de compasión en sus venas puede soportar el espectáculo del llanto aterrorizado de los niños pequeños cuando cae una bomba cerca, rodeados de muerte y terror. Todo en nombre de la “victoria” contra la organización terrorista Hamás —supuestamente, ya que el objetivo real es el exterminio, el genocidio de toda una población y la ocupación de su territorio—. Nunca imaginé que el precio de eliminar a un monstruo fuera sacrificar a decenas de miles de inocentes.

Israel, ese Estado que se pavonea de su ejército y que como tantos otros se siente elegido por el dedo de dios, decidió que para aplastar a Hamás —organización abominable, sí— debía convertir Gaza en un cementerio con la excusa de una “guerra justa”. Quienes se refieren a ello como “daños colaterales” no solo se valen de un eufemismo de poca monta, sino que lo hacen para ocultar un crimen contra la humanidad.

El horror nunca termina en Gaza, como el sol que jamás se pone en el círculo polar, pero no aparece en las portadas de los periódicos y medios de comunicación de Israel, censurados o domesticados, en última instancia blanqueado como los sepulcros de los fariseos mientras su Gobierno con Netanyahu a la cabeza y los altos mandos de su ejército celebran con champán el “éxito de las operaciones” y los pingües beneficios que reportará el futuro resort que con infinito cinismo y desprecio por los derechos humanos piensan erigir sobre los cadáveres de los gazatíes. ¿Cómo va a juzgarlos la historia, ya que nadie en el presente parece querer tomar cartas seriamente en el asunto? De la misma forma en que condenamos hoy lo sucedido en los campos de concentración nazis o en el gueto de Varsovia, tan extraordinariamente narrado por Polanski en “El pianista”. Dentro de un tiempo, si no nos hemos extinguido, se citará lo ocurrido en Gaza junto a Guernica, Srebrenica o Auschwitz. Y los lectores del futuro nos preguntarán: ¿Qué hacían sus gobiernos mientras se perpetraba semejante matanza?

Me esfuerzo por buscar una pequeña luz de esperanza, pero debo haberme quedado ciego. Y sordo: Decía Nietzsche que sin música la vida sería un error. Pues bien, uno de los lugares donde Hamás perpetró su horror fue en un festival de música electrónica que se celebraba cerca del kibutz de Reim. Y casi dos años después, mientras la representante de

Israel en el festival de Eurovisión cantaba “Un nuevo día amanecerá”, las bombas lanzadas por el gobierno de su país mataban indiscriminadamente a cientos de seres humanos, hombres, mujeres y niños sin distinción. ¿Coincidencia? Siempre podemos confiar en que el sol salga por el Este, claro. Pero muchos ya no lo verán salir. Cuando el humo se disipe gritará el vacío: el de las cunas que ya no se mecerán, el de las canciones que nadie tarareará, el de las risas truncadas de quienes creyeron en la bondad del mundo. Si queremos que la vida, nuestra vida, no sea un error, deberemos aprender a tocar otra música.

Deja un comentario