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Cuando Charles Darwin paseaba por las islas hace 200 años, dejó dicho que se trataba de unas islas perdidas en el tiempo y que estaban llenas de misterio…Y alguien añadió, que se trataba de unas islas siniestras y que pudo ser allí donde empezó la vida en la tierra.

La historia cuenta que fueron descubiertas por azar el 10 de marzo de 1535 por El obispo de Panamá, Monseñor Tomás de Berlanga, un gran defensor de los indígenas. Durante un viaje de Panamá a Perú tuvo que cambiar la ruta debido al mal tiempo y la nave se quedó a merced de las corrientes marinas que la arrastraron hacia occidente encontrándose con ellas. Fray Tomás informó pormenorizadamente al Emperador de su descubrimiento, dibujando con gran lujo de detalles la fauna y flora de las deshabitadas islas, su clima y su rugosa superficie formada por cenizas y lavas volcánicas.
El archipiélago se compone de 13 grandes islas volcánicas, otras 6 más pequeñas y decenas de islotes, que se encuentran alejadas mil kilómetros de las costas ecuatorianas.
Durante los siglos XVI y XVII los piratas ingleses usaron las islas como escondite en sus viajes de pillaje a los galeones españoles, que llevaban oro y plata de América para España. Durante muchos lustros los balleneros del océano Pacífico capturaron y sacrificaron miles de tortugas del archipiélago para obtener alimentos, hasta que el 12 de febrero de 1832 bajo el Gobierno del General Juan José Flores, se anexó las islas, bautizándolas como el Archipiélago de Colón.
Se estima que la primera isla tuvo su formación hace treinta millones de años como consecuencia de una fuerte actividad volcánica submarina. Y en el pasado año 2009 se registró la última erupción volcánica en las islas Fernandina e Isabela que se encuentran todavía en proceso de formación. La actividad sísmica y volcánica en curso reflejan los procesos que formaron las islas y su aislamiento llevaron al desarrollo de una vida animal y vegetal inusual y fantástico. Las fallas y erosión marina han producido profundos acantilados de lava y cráteres, pero también se han formado hermosas playas de coral y arena de concha que han enriquecido el paisaje.
Dada su tipología volcánica y porque las capas teutónicas se mueven allí continuamente, algunos científicos han asegurado que las islas poco a poco desaparecerán no pasando muchos años, porque se las irá tragando el mar, pero que posteriormente emergerán otras de similares características.
Tras visitar las diferentes islas, pareciera que todas ellas hubieran sido creadas para el mantenimiento de animales prehistóricos, y la supervivencia y el recreo de aves, peces y reptiles, amén de los insectos que conviven con tan numerosas y distintas especies.
El horizonte montañoso del entorno se adorna con la sucesión de volcanes, unos en estado letárgico, otros soltando sus llamativas humaradas y en ocasiones alguno vertiendo lava, pero sobresaliendo entre todos por ahora, el célebre volcán Utan que supera los dos mil metros de altura.
Durante mi estancia pude leer en un folleto, que si Darwin se hubiera sumergido en el fondo de aquel mar cuando observó que un reptil se tiraba al agua (al parecer era una iguana), hubiera pensado de forma diferente tras conocer el fondo de aquellos mares. Y es que, el plantón de sus profundidades alimenta a tanta diversidad de especies que resulta un paraíso para los seres vivos que habitan en aquella topografía volcánica. Especies nativas que mantienen su estructura original en aquel único hábitat donde viven, junto con otras importadas desde el continente ecuatoriano, que han evolucionado en su forma y características adaptándose al medio en el que habitan; tal es el caso con la altura de los cactus, y el cuello de las iguanas que también ha crecido para poder comer en las partes altas de aquellas gigantes plantas.
Sabido es, que durante millones de años las islas fueron evolucionando y las numerosas especies se fueron adaptando a los cambios que el propio ser humano fue imponiendo con su presencia; presencia que en las últimas décadas ha supuesto una imparable plaga de un turismo creciente procedente de los cinco continentes, al que curiosamente la fauna de las islas se ha acostumbrado a su presencia y tanto los reptiles, como las aves y hasta los peces, observan con cierta pasividad a los innumerables visitantes que no les molestan lo más mínimo.
La Estación Charles Darwin es la que da protección a las especies eméritas de Galápagos, pero por lo que pude escuchar por allí, la mayoría de las aves y también los peces, superviven gracias a sus instintos naturales. Concretamente, tan diferentes habitantes marítimos encuentran protección de sus vecinos depredadores entre los numerosos manglares y raíces de los fondos marinos.
El cormorán que allí habita no sabe volar, pero aprendió a nadar para alimentarse de peces, y seca sus alas de inmediato tras una zambullida. Y los albatros resultan allí raros, debido a que tienen que luchar mucho para alcanzar una hembra y conseguir aparearse; suelen hacerlo en primavera para que los genes del macho dominante perduren, ya que en tierras inhóspitas deben prevalecer los más fuertes. Las hembras son las que eligen al macho adecuado y todas las aves hacen el mismo ritual con las alas para buscar pareja.
Los tiburones y ballenas que abundan por doquier, aprovechan las corrientes frías y calientes para poder cazar y alimentarse; mientras los leones marinos que se dejan ver echando la siesta en las horas de mayor calor, parecieran vivir aburridos y hasta las hembras permanecen dormidas mientras amamantan a sus crías, totalmente despreocupadas porque las lagartijas espantan las moscas que compiten con sus bebés disputándoles la leche…
Los pingüinos fueron llevados a las islas desde Ecuador y se incorporaron felizmente, conviviendo con las iguanas que absorben el calor a través de su piel para sobrevivir y que aparecen por todos los recovecos de las islas. Las abundantes iguanas negras viven en familia a las orillas del mar paseándose por las playas y respetando los nidos que las tortugas marinas van formando abandonando las aguas, para posteriormente desovar en los hoyos que ellas mismas prepararon en las húmedas arenas.
Las tortugas merecen un tratamiento aparte; son las más gigantescas del mundo y viven 250 años. En las numerosas granjas que tienen para su crianza en las diferentes islas, reciben un cuidado especial, siendo manejados sus huevos por los criadores especializados, sometiéndolos a tratamientos de ambiente, luz y temperatura adecuados, de forma que puedan eclosionar aquellos que ofrecen garantías de un espectacular futuro.
En Playa Bachas, pude compartir como tantos otros turistas un delicioso baño en aguas turquesas, rodeado de lobos marinos, galápagos, iguanas, caballitos de mar y tortugas marinas, que debían considerarnos a los bañistas humanos como unos peces más con derecho a disfrutar de tan gratificantes aguas. Ni se inmutaban cuando nos rozábamos o los tocábamos con nuestras manos, cosa que nos advirtieron que no debíamos hacer.
Embarcados durante dos horas y disfrutando de una fauna impresionante compuesta por delfines, tiburones y ballenas que seguían la estela y surcos que los motores del barco iban dibujando en las aguas, llegamos a la Isla Isabela. Visitamos un volcán de lava negra aterciopelada con verde musgo, y en las alturas podíamos ver inmensos picachos de gemas blancas como si hubieran sido nevados, y que al parecer son característicos de aquella isla. En nuestro caminar, nos cruzábamos con pingüinos, focas y tortugas, en un cielo repleto de numerosas aves, pájaros tropicales multicolores, sobresaliendo los picudos de patas azules así como gaviotas de cola bifurcada, pelícanos, cormoranes, albatros y garzas de lava, mezclados con golondrinas y pinzones que al posarse en los riscos de lava se disputaban el sitio con los numerosos reptiles. Las importantes aves pintonas mantienen el ecosistema de las islas y es un ejemplar muy apreciado, especial y necesario para dicho ecosistema.
Cada isla dispone de diferentes bosques autóctonos y entre multitud de especies desconocidas, pude identificar entre plantas de algodón, diversos papayos salvajes, guanábanos, guayabos, algún mango y anonas, todos ellos asilvestrados, cuyos frutos servían de alimento a las numerosas aves. En un pequeño lago de agua dulce pude contemplar un grupo de flamencos bellísimos de color rosa rojizo, que se movían con sus delgadísimas patas con gran cuidado alrededor de las aguas.
En el pueblo agrícola y ganadero de Santa Rosa en la isla de Santa Cruz, vimos cantidad de tortugas gigantes en libertad, que se alimentaban de los pastos naturales del paisaje. Y en Puerto Ayora, donde estaba nuestro hotel, los campos cercanos estaban sembrados de sandías, plataneras y algunos mangos para consumo de los turistas. Las ciudades en general eran muy lindas y limpias, y todas ellas decoradas con jardines y macizos de begonias en la mayoría de sus calles.
En Santa Cruz visitamos Las Grietas y el Canal de los Tiburones y en una mañana completa recorrimos el gran Parque Charles Darwin, donde pudimos ver numerosos criaderos y corrales de tortugas galápago adultas que mantenían en cautiverio; y muy cerca paseamos por un paraíso de iguanas de imponentes colores amarillo, oro, rojizo y marrón que según los técnicos del parque, eran únicas en el mundo

La estancia resultó un placer.

 

Julián Díaz Robledo

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