Grietas en la mente
La luna estaba triste al menos eso le pareció, o es posible que tan solo fuese un reflejo de su alma. Una sombra larga y oscura como el alquitrán, prendía enganchada de su cordura como el chapapote a una indefensa ave. Sus pies nunca habían pesado tanto ni su boca había estado tan seca. El tiempo era un rompecabezas en su mente, ni siquiera sabía cómo había llegado hasta allí. Solo estaba segura de que aquel horrible camisón no era suyo. Sintió vértigo al girar los ojos para descubrir donde estaba. A su alrededor otros camisones cubrían cuerpos tan perdidos como ella, entonces vio aquellas batas blancas, las imágenes comenzaron a llegar para recordarle que había vuelto a tener una crisis y entonces comenzó a llorar.
Le volvieron a administrar un fármaco, un sonido monótono como el motor de una nevera se metió en su cabeza, la entumeció, sintió los ojos hinchados y la carne de su cara como si se descolgase. Con la manga se secó la saliva que le bajaba por el mentón, con un frustrante y lento movimiento. Las lágrimas se secaron en su rostro inexpresivo y una niebla de nuevo la encerró dentro de ella misma. Volvió a dormir durante unas horas, pero se despertó más agotada todavía. El caos en el mundo de su mente era como si nunca despertara de una pesadilla. Vive entre dos mundos, las pesadillas y el letargo de aquella fría clínica mental.
Ella no era así antes del accidente que fracturó su cerebro, hubiese deseado las cicatrices más horribles a cambio de la peor de las secuelas, una desagradable enfermedad mental. Llora por su hijo y su marido, le duele la impotencia de hacerles sufrir. Le duele saber que mientras dormía su esposo ha llorado junto a su cama. Hubiese deseado lidiar con el dolor de su cuerpo el resto de su vida a vivir una enfermedad mental. Aguantaría el dolor físico incluso el dolor de corazón, pero las grietas en la mente le duelen como una tortura porque allí viven los recuerdos. Desearía no recordar nada, pero al tiempo que el efecto de los narcóticos pasa, las imágenes se hacen más claras. Solo fueron alucinaciones no había ningún incendio, no era necesario que intentaran saltar por el balcón. En esas imágenes ve a su marido sujetándola y la mirada asustada de su hijo. Ahora solo quiere morir.
Él se despide con un beso sin palabras y poco después recibe la visita de sus padres. Su madre se deja llevar por su propio dolor sin pensar en el de su hija y le dice un montón de frases a cuál más dolorosa, como si creyera que la está ayudando. «Deja ya de buscar atención, no te esfuerzas lo suficiente, con la suerte que tienes de tener una familia que otros no tienen, piensa en los demás, hazte responsable de tu vida, piensa en el daño que nos haces».
Esas palabras mal escogidas, esas miradas evitadas, la negación, son un daño gratuito que ha de tragar como las píldoras amargas que allí le dan. Siente soledad, la gente suele compadecerse de un enfermo físico, pero de un enfermo mental es muy diferente y ella nota el peso de esa injusticia, ella no eligió tener una enfermedad mental, como no se decide tener meningitis o hipertensión. No se trata de animarse, no se trata de dejadez, es una condición de salud. Los demás esperan que te comportes como si no estuvieras enferma, porque eso les incomoda.
Esta podría ser la historia de cualquiera. Es hora de que la sociedad se enfrente a sus demonios escondidos. Hemos asumido las enfermedades físicas, pero cuando se trata de trastornos mentales se convierte en un obstáculo lleno de estigmas que asusta, lo escondemos bajo la alfombra, es un tema a evitar y suele estar ausente en los debates de salud pública. Ausente en las aulas, en las familias.
Hace ya 20 años que se celebra el día internacional de la salud mental apoyado por la OMS y sería injusto decir que no se ha logrado nada, sobre todo en el ámbito médico, pero todavía dista mucho en el campo de la prevención y en cuanto a la visión como sociedad todavía hay un camino por recorrer. Se han de romper los mitos que la rodean. Muchos piensan que están libres de tener una enfermedad mental, pero las estadísticas dicen que 4 de cada 10 personas padecerá algún trastorno psíquico en su vida. Otros piensan que los enfermos mentales son violentos y eso no es cierto, solo un 3% de los actos violentos son atribuidos a personas con alguna enfermedad mental grave el otro 97% lo producen “cuerdos” e incluso otros piensan que las enfermedades mentales son incurables, pero la medicina ha demostrado que la mayoría recupera su salud por completo.
Si se convive con una persona que sufre una enfermedad mental, reconoce su verdadera situación con empatía, escúchala con atención, con interés sobre lo que tiene que decir, en lo posible ten cercanía corporal que sepa que estas a su lado, mírale a los ojos, hazle saber que su enfermedad no ha hecho que cambie lo que sientes por ella.
Como parte de la sociedad no evites el tema, ayuda a visibilizarlo hablando de ello en cualquier lugar apropiado. Sé sensible, combate la estigmatización, la discriminación y el rechazo de estas personas. Según Iñigo Lamarca, Ararteko defensor del Pueblo del País Vasco en su trabajo: El papel de la sociedad en la integración de las personas con enfermedad mental. Escribió: «La enfermedad mental, como otras condiciones humanas, tales como el sexo, el lugar de nacimiento o la orientación sexual, supone en muchos casos un proceso de estigmatización. Todavía hoy existe entre nosotros un estigma que acompaña a las personas con enfermedades mentales y, en muchas ocasiones, a sus familias, y que se manifiesta en comportamientos de rechazo y de segregación. Este estigma, a veces, es reforzado por el tratamiento incorrecto o sensacionalista de la enfermedad mental en los medios de comunicación. El rechazo social es, según estas personas, la razón que les lleva a incrementar el aislamiento y la desesperanza. Muchas de las personas con enfermedad mental crónica solamente se relacionan con su propia familia o con otras personas en su misma situación. El prejuicio social determina y amplifica, en muchos casos, las dificultades de integración social y laboral en áreas tales como el alojamiento o el acceso a formación o empleo».
Como en toda cuestión humana todos tenemos nuestro pequeño papel dentro de la sociedad para hacer que las cosas mejoren.
Manuel Salcedo Gálvez
Me ha conmovido tú relato Manuel, debemos como dices de ver esa enfermedad como lo que es, enfermedad y no dejarlos de lado, deberíamos todos de ser más sensibles y verlos y tratarlos de otra forma, gracias por compartir tan interesante tema, un cordial saludo.