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Sergio Reyes Puerta

Soñar con tu ex, muchos años después de divorciarte, no parece que sea muy normal. Y no me refiero a ensoñaciones, pensamientos más o menos conscientes, fruto de un oculto y remoto deseo de volver a estar con ella. ¡Eso sí que sería realmente grave! Hablo, más bien, de ese estado onírico en el que te sumerges mientras duermes y que te puede conducir a situaciones verdaderamente inverosímiles, como volar sobre un gran dragón rojo, ser adiestrador de elefantes en la India, o predicar una profunda homilía desde el púlpito de una oscura iglesia del siglo XVI. Pero soñar con tu ex, cuando hace tanto que todo terminó… Vamos, hombre, ¡no me jodas!

El caso es, no obstante, que anoche, durante mi última cabezada en prisión, soñé con ella. ¡Y encima soñé que le tocaba el culo y los pechos! Ya me vale, lo sé, pero ¡qué coño! ¡Uno no elige el contenido de sus sueños!

Y ahora estoy aquí, en la puerta de la cárcel, preguntándome qué puede significar soñar algo así justo antes de que te suelten. Cierro los ojos y levanto la cabeza, como si mirase hacia el cielo. Puedo entonces olfatear el dulce perfume de la libertad, mientras que una sonrisa de satisfacción se define en mi ancha y carnosa boca. Alertado por una cálida y viscosa sensación en la misma, abro a continuación los ojos, para ver alejarse al pajarico que acaba de cagarse, con inaudita puntería, sobre mis otrora sonrientes labios. ¡Ese que ahora llega a mi nariz ha de ser el verdadero aroma de la libertad!

Tras limpiarme el morro como buenamente puedo —con la manga de la camisa, faltaría más—, miro hacia atrás y contemplo, por unos instantes, la silueta de la prisión en la que tantos años he pasado. Quizás tendría que haber visto menos películas del estilo de Pulp fiction y, por el contrario, haber leído más novelas de policías y ladrones, en las que siempre solían ganar los primeros. Puede que así hubiera aprendido los trucos para no ser pillado y, así, no acabar con mis huesos entre aquellas restrictivas rejas y paredes, alejado de mi ex todo este tiempo.

Tal vez, incluso, debí ver y leer más comedias románticas —tanto en formato DVD como en papel—, que me enseñasen a apreciar y valorar positivamente la falta de libertad que una pareja y una vida familiar te imponen. Supongo que así no habría tratado de escapar de ambas por el peor camino posible. Sobre todo para ella.

La cosa es que sigo sin tener clara la razón del sueño de anoche. Supongo que la vida es, a veces, un sinsentido, así que, por eso mismo, lo primero que haré será acercarme a donde dejé a mi ex, hace tantos años. Pero como me da vergüenza acudir allí con las manos vacías, le llevaré, si es que mi antigua familia política no me lo impide —pues me consta que aún me odian por lo que les hice—, un ramo de flores a su tumba…

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