El Silencio sin Silencio

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Él era un hombre infiel por naturaleza y ella practicaba el deporte de la santa paciencia, alternado con el ejercicio de la resignación.

El alardeaba entre los amigos más íntimos los siete polvos echados aquella primera noche de la luna de miel.

Ella fue una virgen sumisa, a la que se le negó la noche de blanco satén.

Él fue una mala bestia en aquel cuarto de aquella casa prestada, por un amigo en común, para esa primera vez de aquella virgen.

A él le gustaban las mujeres más que la magra con tomate, y ella se moría por guisarle esa magra con tomate.

Era tan caballero con las mujeres, que jamás se olvidaba de presentar a la de turno cuando había que hacerlo.

Ella se conformaba con no caminar cuatro pasos tras él, como si fuera una Geisha salida de las normas del libro del shogunato.

A él no le importaba lo más mínimo, es más, alardeaba de ello, que se comentara sobre la sumisión de Rosa:

por algo era un depredador de corazones, a los que ataba a la grupa de su vida hasta exprimirlo como al zumo de un pomelo rojo.

Ella no se había planteado el motivo por el que seguía madrugando para hacer el café de la mañana, que él se tomaba sin un gracias, y recoger la ropa interior que iba dejando caer por el piso del baño o sobre la cama en donde, desde hacía largo tiempo, lo único que en la noche le rozaba la piel, era su aliento a tabaco y alcohol.

Él ni una sola vez salía del hogar sin la camisa planchada y los zapatos lustrados.

Ella salía cada mañana con el carro de la compra acompañada de las ganas de llorar.

Él comía con los amigos, un martes sí y otro también.

Ella se sentaba a la mesa con los hijos de ambos y servía las lentejas de: si las quieres las comes y si no las dejas.

 Él casi nunca cenaba en el hogar. Y las habichuelas se enfriaban cada noche, bajo el Duralex.

El mantel a cuadros, el tetrabrik de vino, la barra de pan cansada de esperar todo el día. La fruta y el yogurt, la tele enmudecida. La lámpara de pie medio dormida…

El silencio sin silencio…

El silencio sin silencio, por el llanto del pequeño del vecino, y el gemir de una sirena.

El silencio sin silencio, por el agua resbalando por el caño al tirar de una cisterna.

El silencio sin silencio, por el paso apresurado hacia la alcoba, en el piso de la vecina de arriba, que cree borrar la impronta de los años montando un potro alazán con deportivas de marca, y las piernas embutidas en los jeans.

El silencio sin silencio, por el frenazo de un coche. Por el ladrido del perro del gay que vive en el quinto.

El silencio sin silencio, del camión de la basura, y la manguera que arrastra los restos de la inmundicia.

Del borracho y sus delirios.

Del drogata que le da a la metadona, y sueña con la heroína.

El silencio sin silencio…

El silencio sin silencio de la dueña de la esquina, una puta con reparos que no se deja besar y no besa sin condón.

El silencio sin silencio de ese llanto entrecortado que acongoja el corazón y tapona la nariz, de esa Rosa en camisón, envuelta en aliento a nicotina y alcohol.

El silencio sin silencio…

                                                                              Gudea de Lagash

0 thoughts on “El Silencio sin Silencio

    1. Es una historia real como la vida misma, que viví muy de cerca.
      Tristemente aún hay muchas Rosas envueltas en aliento a nicotina y alcohol
      Gracias Katy por leerme. Un abrazo.
      Gudea

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