Portada » El Milagro de Fray Leopoldo

El Milagro de Fray Leopoldo

ChatGPT Image 5 jun 2025, 10_18_07

A veces, los milagros no llegan con truenos ni resplandores, sino con un susurro en el alma y dos líneas en un predictor. Esta es la historia real de una mujer que, tras años de espera y lágrimas, encontró esperanza en la tumba de un humilde fraile granadino. Un viaje a Granada, una oración con el corazón roto y una señal inesperada marcaron el inicio del mayor regalo de su vida: la maternidad.
La autora de este testimonio es Rosa María Saavedra, conocida literariamente como RosAlma Saavedra: maestra de Educación Infantil, poeta y escritora comprometida con la transformación emocional a través de la palabra. Autora del libro Si te atreves a volar. Poesía para encontrar tus alas —galardonado con el Premio Conde de Hubrite—, ha participado en proyectos solidarios como Los que nunca se callan (Asociación Mi Princesa Rett), y colabora activamente con el Proyecto de Cultura Granada Costa.
Ha sido distinguida con la Estrella de Oro Miguel de Cervantes y el Premio Sócrates de las Letras por su sensibilidad artística y feminista. Creadora del recital poético Crisálida e impulsora de talleres de escritura terapéutica, trabaja actualmente en su próximo libro, Entre versos me encontré. Su escritura, íntima y esperanzadora, es también un puente entre almas.
Este relato es parte de su historia personal. Y también, quizá, una invitación a creer que lo imposible puede suceder… si se pide con fe y desde el corazón.

Desde que tengo memoria, mi mayor sueño siempre fue ser madre. Mientras otras niñas jugaban a ser profesoras o médicas, yo acunaba muñecas imaginando el día en que sentiría dentro de mí a un hijo creciendo. Era una certeza grabada en el alma, como si desde antes de llegar a este mundo yo ya supiera que ser madre era mi verdadera vocación.

Pero cuando ese día llegó y empezamos a buscar, la realidad me golpeó más de lo que imaginé. Cada mes sin resultado era una herida nueva, una ilusión rota. Las pruebas médicas decían que todo estaba bien, que no había nada que impidiera el embarazo, pero la espera se hacía eterna. Los doctores repetían que solo era cuestión de tiempo, que un mes cualquiera llegaría la sorpresa. Pero ese «mes cualquiera» no llegaba, y mi esperanza se iba resquebrajando entre lágrimas.

Fue entonces, en el puente de noviembre, que hicimos un viaje a Granada. Para mí, una visita obligada era ver a mi querido Fray Leopoldo, a quien siempre había tenido una fe profunda. Recuerdo perfectamente la emoción al estar allí frente a él, hablándole con el corazón en la mano. Le pedí, con toda mi alma, que me concediera el milagro de ser madre. Sentí paz, esperanza, como si por fin me hubieran escuchado.

Mi marido, en ese momento el papá de mis dos hijos, me propuso echarle un donativo, y me pareció una idea hermosa. Cuando volvió, me dijo algo que me dejó sin aliento:
 —Estás embarazada.

Lo miré sin saber qué decir, con el alma temblando. Le pedí que no bromeara, que estaba muy sensible, pero él me explicó que iba con la intención de pedir un favor, y sin darse cuenta, lo echó en la caja que decía «favores concedidos». Para él, eso era una señal clara: ya estaba hecho.

Me emocioné tanto que rompí a llorar. Y en ese momento, lo sentí. Sentí a mi hijo dentro de mí, como si su alma ya me habitara. Toda la tristeza acumulada desapareció. Fue como una certeza luminosa, un lazo invisible que se formó en ese instante.

Ya volvíamos a casa, pero nos detuvimos en una farmacia junto a Fray Leopoldo. Compramos un test, el predictor, y desde Granada hasta Almonte, acaricié mi barriga con ternura, escuchando canciones dedicadas a un hijo, sintiendo una plenitud desconocida.

Al llegar, corrí al baño. El test apenas tocó la orina cuando aparecieron, sin titubear, las dos rayitas.
 —Estás embarazada —me dijo mi marido, y yo, entre risas y lágrimas, solo pude decir:
 —Hasta las trancas.

Desde entonces supe que ese sería uno de los momentos más sagrados de mi vida. Decidimos que se llamaría Manuel Leopoldo del Rocío. «Manuel», por ser un nombre que siempre nos gustó, «del Rocío», por nuestra amada Virgen del Rocío, y «Leopoldo», en honor a ese fraile humilde y milagroso que intercedió por nosotros incluso antes de que se lo pidiera con palabras.

Después vino Pablo, que no se hizo esperar. Pensamos que tardaríamos como con su hermano, pero fue poner el deseo y al poco, ya estaba en camino. Como si el cielo me dijera que ya no tenía que sufrir más, que mi corazón de madre se estaba completando.

Manuel Leopoldo del Rocío nació el 24 de junio de 2011, justo dos días después de mi cumpleaños. Sin duda, el mejor regalo que he recibido jamás. Pablo vino al mundo el 29 de octubre de 2013, y con ellos se llenó mi vida de sentido, de risas, de amor desbordante.

Por supuesto, cuando los dos fueron un poquito más grandes, los llevamos a ver a Fray Leopoldo. A darle las gracias por mis mayores bendiciones, por cumplir el sueño que desde niña me habitaba: ser madre.

Gracias, querido Fray Leopoldo, por mirar mi corazón cuando aún no pronunciaba las palabras. Por hacer posible lo que tanto anhelaba. Por regalarme la mayor alegría de mi vida. Siempre estarás en nuestra historia, en nuestros rezos y en el nombre de mi hijo, que lleva tu fe y tu milagro grabados para siempre.

RosAlma Saavedra (Vuelos de una Mariposa)

1 thought on “El Milagro de Fray Leopoldo

  1. Entrañable relato y lleno de amor y sentimiento.
    Gracias a la autora por su testimonio personal y devota a Fray Leopoldo.
    Felicidades por sus éxitos en la Fundación Granada Costa.
    También agradecer al redactor del texto y biografía de la Fundación Granada Costa
    Un abrazo

Deja un comentario