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El Legado el orfebre Cp 8 Como viaje de Bumerán

Jorge no pudo prever hasta donde le llevaría la promesa que le hizo, a su hermana Blanca, en su lecho de muerte.

Jorge miraba el cuerpo sin vida de su hermana Blanca, frío, níveo como la nieve que blandamente se posaba sobre el alfeizar de la ventana, diríase que ella también quería contemplar a la muchacha, darle su último adiós. Las lágrimas pugnaban por manar a borbotones de los ojos del joven, el dolor le oprimía el pecho dificultando su respiración, no hacía ni dos meses que había perdido a sus padres en un estúpido accidente de tráfico, volvían, en su coche, de una cenar en casa de unos amigos cuando en una rasante les apareció de repente un todo terreno en su mismo carril pero en sentido contrario, el choque fue brutal, los padres de Jorge murieron en el acto, el conductor del otro vehículo solo sufrió heridas leves.

Cuando les dieron la noticia, blanca sufrió un shock precisando atención médica, quedo ingresada en el módulo de psiquiatría del hospital, de allí la trasladaron a una clínica privada, solo había pasado una semana desde que le dieron el alta y había regresado a casa con su hermano.

Blanca era una muchachita morena de ojos grandes y expresivos, estaba en la edad del pavo, entre niña y mujer, en ese tiempo en que los sentimientos se contradicen y cuesta controlar las pasiones, tan pronto estaba pletórica de alegría como al momento siguiente, por cualquier nimiedad, el mundo se le venía abajo y se sentía la persona más desgraciada del mundo.

Jorge recordó cuando sus padres le anunciaron que iba a tener un hermano, ¡maldita la gracia que le hizo! A sus diez años era el rey de la casa y solo con pensar que eso se podía acabar y que otro vendría a ocupar su lugar le daban ganas de vomitar, se enfadó tanto que estuvo dos días sin dirigirles la palabra. Luego, cuando nació Blanca, no quiso ni verla y no digamos cuando se vio desplazado por la intrusa, pero después a medida que la niña crecía, esa cosita menuda de pelo negro y ensortijado y ojos azules, termino por cautivarle con sus alegres risas, hasta el extremo de quererla más que a nadie en el mundo, más que a sus padres, más que a si mismo.

Ahora viéndola tendida en su lecho de muerte, juro que el causante de que su hermana se cortase las venas lo iba a pagar con su vida. Sus ojos negros y su boca de gruesos labios se contrajeron en un rictus de amenaza mientras que las lágrimas corrían libres por sus prominentes pómulos.

Al día siguiente del entierro de Blanca, su hermano se enfrasco en la tarea de descubrir la dirección del culpable de la muerte de sus padres, luego, una vez que supo donde vivía, dedicó semanas en expiarle para saber qué hacía donde iba, con quien, donde trabajaba, sus aficiones…

En ese tiempo fue cambiando la imagen que tenía de él, paso de ser un pijo inconsciente a ser un hombre trabajador, responsable, estaba casado, tenía dos niños y como la mayoría no conseguía, con su sueldo, llegar a fin de mes, así es que daba clases particulares de inglés, para conseguir unos euros extras con los que hacer frente a los gastos.

Las clases de inglés fueron la disculpa que uso Jorge para entablar una relación, ellos no se conocían personalmente, Jorge no quiso saber nada del proceso legal del accidente, lo dejó todo en manos de su abogado, no tuvo más que cambiarse el nombre para que el otro no lo relacionase.

Alquilo un apartamento barato y le dio la dirección para que le impartiera allí las clases, quería matarle, pero no de cualquier manera, quería que él supiera porque lo hacía y que sufriera lo más posible.

Entre lección y lección, Jorge fue llevando la conversación hacia el tema que le interesaba, así se enteró de que la noche del accidente, Mario volvía de un viaje, de trescientos kilómetros, para asistir a una entrevista de trabajo, entrevista que no se realizó porque la persona que, en un principio, dejaba el puesto se echó atrás por causas que él desconocía, pero a él esa decisión le cerraba las puertas a una vida sin tantas estrecheces, lo primero que pensaba hacer si conseguía el trabajo era comprarse un coche, el que llevaba era de un amigo que se lo prestó para que diese mejor imagen, todas sus esperanzas se vinieron abajo, tendría que seguir con su antiguo empleo, con sus clases de inglés y por supuesto sin coche, la hipoteca del piso y los gastos que generan dos bebes eran demasiado para su escaso sueldo. Ese día Mario se había levantado a las cinco de la mañana para ir a su trabajo, después, sin ni siquiera pasar por casa, se puso de viaje, para que una vez allí le dijeran que no era preciso entrevistarle, que lo sentían mucho pero que la persona responsable del puesto había decidido seguir en el cargo. La rabia, el cansancio y lo avanzado de la noche hicieron mella en él y por un momento se quedó dormido, le despertó la sacudida y el ruido de la colisión con el turismo, mientras lo contaba sufrió una crisis nerviosa, se puso a llorar y temblar como un niño asustado, aún no había superado la impresión que le causo ver al matrimonio muerto y saberse responsable de la tragedia, era la primera vez que hablaba con alguien de ello, aparte del psiquiatra que le trataba.

Una vez en su casa, Jorge pasa revista a todo lo que había descubierto hasta este momento y saco la conclusión de que Mario no era el culpable de la muerte de sus padres, él era una víctima más, el responsable era esa persona que cambio, caprichosamente, de parecer en el último momento.

En el ambiente en el que se desenvolvía Carmen, así se llamaba la responsable de publicidad de una afamada firma de cosmética, Jorge era muy conocido, por eso opto por  contratar a un investigador privado, para que recopilara toda la información posible, de esa manera supo que tenía treinta y dos años, soltera, morena, ojos verdes, muy atractiva y extremadamente sociable: su gran pasión era la pintura, había expuesto en varias galerías con más o menos éxito pero no acababa de cuajar, Carmen vivía con su madre, pero desde hacía casi un año ésta estaba internada en una clínica muy cara, donde la trataban de una depresión severa.

Aquella tarde Jorge se hizo el encontradizo con Carmen aprovechando que ella exponía, algunos de sus cuadros, en una galería importante.

-Bonito cuadro, ¿no le parece? – dijo Jorge dirigiéndose a la joven que estaba a su lado.

– ¿Le gusta? – contesto ésta.

-Sí, mucho, me gustaría conocer al autor.

-Autora – rectifico ella.

– ¡Oh! Perdone, como firma Morris.

-En realidad me llamo Carmen Álvarez, pero con ese nombre no vendo nada.

– ¿Es suya la pintura? – fingió extrañarse Jorge – se la compro ¿cuánto vale?

-Lo siento, pero eso deberá tratarlo con la dirección de la galería, le he cedido los derechos.

-Perfecto, pero tendrá que dedicármelo, vera soy un gran aficionado a la pintura, pero carezco de talento, así es que tengo que conformarme con coleccionarla, en la medida de mis posibilidades, claro.

– ¡Que tarde es! – exclamó Carmen – elija el cuadro y mañana pasare a dedicárselo, ahora se me ha hecho muy tarde, perdone, pero tengo una cita ineludible – y saco el móvil para llamar a un taxi, sin conseguirlo.

-Perdone – dijo Jorge – si quiere la puedo acercar yo, no tengo nada que hacer esta tarde.

-Gracias, se lo agradezco mucho. Hoy es uno de los días en que voy a ver a mi madre, esta ingresad a en una clínica de reposo.

-Lo siento – contesto él.

-No se preocupe, ahora ya está mucho mejor, dentro de unos meses espero poder traerla a casa. Vera mi madre es una mujer fuerte, pero a la muerte de mi padre ella cayó en una leve depresión de la que logro salir y hacer su vida normal, pero hace unos meses fue con unas amigas a celebrar un cumpleaños a un restaurante y quiso entrar en el servicio, la puerta estaba cerrada por dentro y nadie contestaba, le pareció ver un líquido rojizo que salía por debajo, llamó al camarero y éste abrió,  con un dispositivo electrónico, dentro, sentada sobre la taza del retrete, estaba una muchacha muy joven apenas tendría dieciocho o veinte años, se había seccionado las venas de las muñecas, los brazos colgándole a lo largo del cuerpo, la cabeza inclinada sobre el pecho, tan blanca como su improvisado asiento, parecía un muñeco de guiñol al que le hubiesen dejado en medio de un charco de sangre después de cortarle las cuerdas. Esa visión dejo a mi madre en estado catatónico del que se va recuperando poco a poco.

Mientras la mujer hablaba, Jorge, se decía para sus adentros “que hermosa es, que pena que tenga que morir” y siguiendo la conversación dijo:

-Esto tiene que resultar duro para ti.

-Sí, y también cambio mi vida.

-Reconozco que es muy fuerte lo que le pasa a tu madre, pero no tiene, por fuerza, que cambiarte la vida.

-Veras, me explicare. Cuando murió mi padre nos dejó económicamente bien, como cuando él vivía, yo soy hija única y siempre he sido muy independiente, cuando termine mis estudios me puse a trabajar, para no depender económicamente de mis padres, al mismo tiempo seguía con la pintura, mi gran pasión, unos días antes de lo de mi madre me habían concedido una beca para ir a Londres a perfeccionar mi estilo, la beca cubría la estancia y las clases, mi madre me pasaría un tanto al mes para mis gastos, pedí dos años de excedencia en la empresa y dispuse todo para el viaje, pero la enfermedad de mi madre lo mando todo al garete, suerte que aún no habían encontrado sustituto, la pensión de mi madre se va integra para la clínica, yo vivo de mi sueldo, vivo bien pero no puedo dejar de trabajar, por otra parte mis visitas son muy importantes para la recuperación de ella y eso es lo más importante para mí.

Siguieron la conversación hasta llegar a la clínica, luego él la espero en la cafetería y la acompaño a su casa, quedaron para verse al otro día en la exposición.

En la habitación del hotel Jorge no dejaba de darle vueltas a lo que la mujer le había contado. No, ella no era culpable, la culpable era la suicida irresponsable que en lugar de quitarse la vida en la intimidad de su hogar, no se le ocurrió otra cosa que hacerlo en el lavabo de una restaurante, pero… ¿cómo matar a una muerta?

Cuanto más pensaba en ello menos lo entendía, por qué una chica tan joven decide suicidarse. Siente que tiene que saciar su curiosidad. Después de pensarlo decide contratar al mismo investigador para que recabe todos los detalles del caso.

Una semana después, de nuevo en su casa, Jorge se dirige al dormitorio de su hermana, ahora vacío, se sienta delante del ordenador, apartando éste para que le deje más sitio y esparce el contenido de la carpeta sobre la mesa, primero posa la vista sobre la foto de una muchacha morena de pelo corto y ojos llenos de vida, luego los desliza sobre la figura desmadejada que reposa encima del inodoro, por último sus ojos, hinchados y enrojecidos por el estado febril que padece, se posan desorbitados sobre un informe y se quedan fijos en una frase “embarazada de tres meses”

– “Estoy embarazada” le había dicho “¿No es maravilloso?”

– ¿Maravilloso? ¿para quién? Si crees que me vas a pescar con eso, andas lista, para tener un rollete y echar un polvo no estas mal, si piensas que me voy a casar con una camarera, lo tienes crudo, como mucho te pago el viaje a Londres para que abortes.

A Jorge le parece estar viéndose a si mismo dándole la espalda a la joven y salir por la puerta del restaurante, sin ni siquiera reparar en la expresión de la cara, mezcla de incredulidad y dolor, de la muchacha. No volvió a saber nada de ella, ni le importo, hasta ahora.   

En los titulares de la prensa del día siguiente destacaba esta noticia “El joven editor Jorge Sauces, hijo del neurocirujano del mismo nombre que se mató hace unos meses, en un accidente de tráfico en compañía de su esposa, se quita la vida cortándose las venas, da la casualidad que su hermana también murió de la misma manera.

En la pared de la habitación en la que se le encontró, escrita con su propia sangre, había esta nota “descansa en paz querida hermana, el causante de tu muerte ya ha pagado su crimen”

-Y ¿los tres te usaron a ti para cortarse las venas? – preguntó el letrado.

-No, la camarera uso una cuchilla y Blanca el bisturí de su padre, sólo Jorge se valió de mí.

– ¿Cómo pudiste permitir tanta locura?

-Precisamente por eso, el muchacho estaba loco de dolor y remordimientos, era inevitable la tragedia, entonces ¿por qué prolongar más su sufrimiento?

-Siempre tienes respuesta para todo – se resignó Mario.

-No siempre – contestó el cuchillo – no siempre.

Germana Fernández

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