El ARTE y el “arte” (entre comillas) – A TODA COSTA

Manual para vivir del talento
El primero es ese concepto elevado, etéreo, que habita en museos, catálogos diseñados por señores con gafas de pasta gruesa, y círculos que te explican que en realidad no es un círculo, sino una crítica a la forma misma de la redondez.
A menudo, significa recibir “visibilidad”. El artista que logra sobrevivir más de dos años sin cobrar una factura completa entra en una especie de Olimpo simbólico: ya no es un aficionado. Es emergente.
El segundo, los aspirantes a vivir del “arte” suelen iniciar su camino con una decisión valiente: dejar la carrera de Derecho o Arquitectura en el tercer semestre, y dedicarse por completo a “lo suyo”.
Lo suyo, claro, puede ser pintar, escribir, hacer cortos en blanco y negro, teatro sin palabras, donde la gente se mira mucho y no dice nada, o cualquier cosa que implique precariedad digna.

En este entorno también se aprende el arte de hablar en términos vagos. No se dice “pinto cuadros”, se dice “exploro la interacción entre el gesto humano y los paisajes emocionales del subconsciente colectivo”.
Tampoco se dice “escribo poemas”, sino “reconstruyo la narrativa del yo a través de la palabra líquida”. ¿Quién puede discutir algo así? Nadie. Y ahí reside la genialidad.
El artista “progre” no necesita éxito comercial. Eso es para los que hacen cuadros de barcos en galerías de barrio. El arte auténtico es el que no se entiende y sobre todo, no se termina nunca. ¿Que una obra te ha llevado seis años? Perfecto. ¿Que no has vendido nada? Mejor. Eso prueba que no te has “vendido”.
Y así, entre inauguraciones con vino barato y conversaciones llenas de palabras como “universalizar”, “gestual etéreo” y “disidencia estética”, el artista navega la vida.
Pero nunca, jamás, se rinde. Porque vivir del arte, es un arte en sí mismo, que justifica una forma de explicar a los demás, por qué sigues viviendo con tus padres a los 35 años.
Francisco Ponce Carrasco