Portada » Economía de la atención

La liberación de la atención humana podría ser la lucha ética

y política decisiva de nuestro tiempo.

WILLIAMS JAMES

 

 

El hombre del siglo XXI es el hombre de la red, siempre conectado y comunicado. La conectividad es la base sobre la que se sustenta el proceso de transformación digital que estamos experimentando de una forma cada vez más rápida. Hasta no hace mucho tiempo, la tecnología y las redes sociales eran un signo de “progreso”, pero la globalización las ha transformado en formas de comunicación y de interacción entre grupos y personas. Además, hemos experimentado que el Covid – 19, ha sido un acelerador de esa transformación digital, donde no solo las empresas, sino grupos sociales rezagados en la transformación digital se han puesto al día.

Sometidos a los cantos de sirena de la tecnología digital y al exceso de información, atraídos por su envolvente música, estamos sucumbiendo en las oscuras aguas de la distracción. No dirigimos nuestra atención a las cosas que importan, porque la tecnología y las redes sociales no son neutras, se dedican a captar y a monopolizar nuestra atención y servirse de ella para sus fines. Una forma de persuasión inteligente y nociva que pueden mermar nuestras capacidades de reflexión y autocrítica. Nos recordaba Neil Postman, que los más temibles adversarios de la libertad no surgirán de nuestros miedos sino de nuestros placeres, una situación en la que las personas lleguen a amar la opresión a la que se somete y adorar las tecnologías que la incapacitan para pensar.

Las redes sociales parece que se nos presentan como la libertad y comunicación ilimitadas como proponía Microsoft, pero se están convirtiendo en una forma de control y vigilancia. Las grandes multinacionales de las redes sociales trabajan manejando nuestra información y nuestros datos, como si fueran servicios secretos para extraer beneficios de nuestros comportamientos en ellas. Hoy nos estamos dirigiendo hacia una psicopolítica digital que controla a los individuos desde dentro, desde su propio ser. Es una forma silenciosa de ajuste interior del individuo, sustituyendo la libertad por la libre elección, consiguiendo implantar una dependencia tecnológica por medio del placer (Byung-Chul Han).

En un mundo donde la información abunda, la atención pasa a ser un bien escaso. Lo que la información consume es la atención de sus receptores. La información la llevamos en el bolsillo, en un móvil, potente como un microordenador que nos conecta con la información globalizada al minuto. En un hogar medio, pueden existir seis o siete aparatos que nos conectan a internet: ordenadores, móviles, televisiones, tablet, etc. El intercambio entre la información y la atención envuelven tanto nuestras vidas, es tan fuerte, que puede que nos pase desapercibido. El mayor riesgo que entraña esta abundancia informativa no es la simple absorción de la atención, como cuando la información era un recurso finito y cuantificable, sino la pérdida de control que genera en los procesos de la atención.

Los nuevos retos que nos enfrentamos en este momento es la manera de gestionar la atención, como gestionar nuestra capacidad de autorregularnos, de forma personal o bien de forma colectiva. Los límites son un factor necesario para disfrutar de cualquier libertad. Antes venían dados por la cultura, el pensamiento o la religión, pero al haberlos desmontados, se han perdido todas las limitaciones. Al deshacerse de los límites del entorno, uno se libera de las restricciones que le imponían, pero se ve obligado a aportar sus propios límites y ejercer una actividad autorrestrictiva que antes no precisaba. Limitarnos nunca fue fácil, más difícil es todavía en este momento, en lo que estamos llamando la era de la atención. Nos recuerda Williams James, si la primera “brecha digital” marginó a quienes no tenían acceso a la información, la brecha actual marginará a quienes sean incapaces de prestar atención.

Las campañas publicitarias de finales del siglo XX, habían llegado a su apogeo en el campo de la persuasión utilizando técnicas de la psicología. Para medir la eficacia de sus campañas, difícil en los medios de comunicación tradicionales, surge internet para poder mejorar y perfeccionar la medición. Con el fin de competir en esta carrera despiadada por captar nuestra atención, se forzó al diseño publicitario en las redes, a apelar a los impulsos más bajos del ser humano y explotar sus debilidades cognitivas. Emergió un nuevo consumidor emocional que necesita vivir nuevas experiencias afectivas y sensoriales, todo es consumible. Pero también surgió el vacío existencial, que queda afectado como un virus en la enfermedad del cansancio, donde casi todo ha perdido valor y sentido.

En este contexto, ha surgido una “economía de la atención” que trata de conseguir el máximo número de personas y el mayor tiempo posible al producto puesto en venta e incitar a los visitantes a ciclar en el enlace determinado. En ella, el producto es realmente el usuario, donde todo diseño y titulares están al servicio de ser persuasivos y apretar los resortes adecuados de nuestro celebro con la máxima eficacia y fiabilidad. El objetivo fundamental es introducir hábitos entre sus usuarios, que como en las máquinas tragaperras, supone ir dejando las monedas atencionales el mayor tiempo posible. No somos conscientes que en la red no hay nada gratuito.

La atención, es mucho más que la mera capacidad de procesar la información existente, es la esencia de ser conscientes tanto por lo que respecta a su evidencia existencial como a su espíritu lúcido y siempre en alerta, es, por lo tanto, todo aquello que integramos en nuestra realidad. Debemos ser conscientes, de la inmensa cantidad de datos que se manejan en los servidores y las empresas de capital, que hacen que el futuro de los potenciales consumidores sea algo predecible y controlable, ciego ante el acontecimiento. Permite hacer pronósticos sobre el comportamiento de las personas, sobre sus tendencias políticas y de consumo y permite reducirlas a un nivel prerreflexivo.

Parece que la tecnología más que acercarnos unos a otros, lo que está haciendo es contraer el tiempo, o mejor diluye la conciencia y percepción provocando fuertes cambios en la vida del individuo. La comunicación digital y el ruido comunicativo, destruyen el silencio y la necesidad del alma para pensar, meditar, vivir y ser ella misma. La creatividad se está agotando entre los bits y las pantallas, no hay posibilidad de trascender, de ir más allá y de buscar nuevas ideas. La búsqueda del sentido de la vida, la atención a lo esencial, siempre deberá estar acompañada del cuestionamiento continuo, de la pregunta pertinente, llenando nuestra despensa existencial con actitudes vitales que nos acerquen a una vida en plenitud, superando esa “felicidad paradójica” que produce interconectividad y el consumo.

 

Juan Antonio Mateos Pérez

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