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Fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo 

La eucaristía era para las primeras comunidades el acto más subversivo que nos podamos imaginar. Los cristianos que la celebraban se sentían comprometidos a vivir lo que el sacramento significaba. Eran conscientes de que recordaban lo que Jesús había sido durante su vida y se comprometían a vivir como vivió Jesús.

El mayor problema de este sacramento hoy, es que se ha desorbitado la importancia de aspectos secundarios (como el sacrificio o la adoración) y se ha olvidado totalmente la esencia de la eucaristía, que es precisamente su aspecto sacramental.

La eucaristía es un sacramento. Los sacramentos ni son ritos mágicos ni son milagros. Los sacramentos son la unión de un signo con una realidad significada.

Lo que es un signo lo sabemos muy bien, porque toda la capacidad de comunicación, que los seres humanos hemos desplegado, es a base de signos. Todas las formas de lenguaje no son más que una intrincada maraña de signos. Con esta estratagema hacemos presentes mentalmente las realidades que no están al alcance de nuestros sentidos. En la eucaristía manejamos dos signos.

El pan partido y preparado para ser comido, es el signo de lo que fue Jesús toda su vida. El signo no está en el pan como cosa, sino en el hecho de que está partido y re-partido, es decir en la disponibilidad en la que se encuentra para poder ser comido. Jesús estuvo siempre preparado para que todo el que se acercara a él pudiera hacer suyo todo lo que él era. Se dejó partir, se dejó comer, se dejó asimilar; aunque esa actitud tuvo como consecuencia última que fuera aniquilado por los representantes oficiales de su religión.

La sangre derramada. Es muy importante tomar conciencia de que para los judíos, la sangre era la vida. No se trataba de un signo de vida, como puede serlo para nosotros hoy, sino que era la vida misma. De tal modo que tenían terminantemente prohibido comer la sangre de los animales, porque la vida era propiedad exclusiva de Dios. Con esta perspectiva, la sangre derramada está haciendo alusión a la vida de Jesús que estuvo siempre a disposición de los demás.

No es la muerte la que nos salva, sino su vida humana que estuvo siempre disponible para todo el que lo necesitaba. El valor sacrificial que se le ha dado al sacramente no pertenece a lo esencial. Se trata de una connotación secundaria que no añade nada al verdadero significado del signo.

En la eucaristía se concentra todo el mensaje de Jesús, que es el amor. El Amor que es Dios manifestado en el don de sí mismo que hizo Jesús durante su vida. Esto soy yo: Don total, Amor total, sin límites. Al comer el pan y beber el vino consagrado, estoy completando el signo. Lo que quiere decir es que hago mía su vida y me comprometo a identificarme con lo que fue e hizo Jesús, y a ser y hacer yo lo mismo.

El pan que me da la Vida no es el pan que como, sino el pan que doy. Soy cristiano, no cuando “como a Jesús”, sino cuando me dejo comer, como hizo él.

El ser humano no tiene que liberar o salvar su “ego”, a partir de ejercicios de piedad, que consigan de Dios mayor reconocimiento, sino liberarse del “ego” y tomar conciencia de que todo lo que es, está en lo que hay de Dios en él.

Comulgar significa el compromiso de hacer nuestro todo lo que es Jesús. Significa que, como él, soy capaz de entregar mi vida por los demás, no muriendo, sino estando siempre disponible para todo aquel que me pueda necesitar.

A Jesús hay que descubrirlo en todo aquel que espera algo de nosotros, en todo aquél a quien puedo ayudar a ser él mismo, comprendiendo que esa es la única manera de llegar a ser yo mismo en mi verdadero ser.

Por BERNARDO BALDEÓN SANTIAGO

TAN CERCANO

El Dios de Jesucristo,
tan lejano en su poder y grandeza,
en misericordia tan cercano:
ofreciéndose en el pan
partido de la eucaristía,
en el rostro del hermano herido,
y en el cuerpo a cuerpo
de mi oración solitaria contigo.

Ni excusas ni escapatorias
en paraísos mentales.
El Dios del cielo, con el disfraz
de rostros incontables
camuflado, cada mañana,
sale a tu encuentro.

Diego Sabiote

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