CAMINANDO EN COMPAÑÍA DE JESÚS
En la carta fundacional, firmada ante notario el 31 de Enero de 1618, el duque se comprometía a donar las casas recién compradas en la calle Prado para la residencia de los religiosos, en un número máximo de cincuenta personas, aunque nunca sobrepasó la treintena, citando las mínimas estancias que debía tener el complejo, para que pudieran cumplir tanto con su labor espiritual y pastoral como intelectual, detallando expresamente la sacristía, refectorio, oficinas comunes, librería, enfermería, despensa, cocina, etc. Como es natural se comprometía a construir la iglesia anexa, dotando a la misma de retablos, imágenes, plata y ornamentos convenientes a la grandeza del templo.
El duque y la compañía eran conscientes de que este primer emplazamiento no era el más adecuado, por encontrarse en un lugar apartado y de poca densidad de población.
Con motivo de la beatificación de Francisco de Borja en 1624, el duque tuvo una serie de atenciones para preparar su traslado a un lugar más céntrico.
Aunque falleció al año siguiente, pudo realizar la primera compra de un mesón y varias casas en la plaza de los Herradores, junto a la plaza Mayor. La mudanza desde la calle Prado se produciría en 1627, consagrándose inmediatamente, la iglesia dedicada ya al beato Francisco de Borja. Como consecuencia de la transformación del mesón, tuvieron problemas estructurales en la cúpula del templo, recurriendo la compañía a su mejor arquitecto, el H. Pedro Sanchez, activo en el colegio imperial y noviciado de la capital.
El conjunto de la casa profesa ocupaba entonces, además de la iglesia, varias casas más, con vuelta a la calle de las hileras.
Es el edificio que podemos ver en el conocido plano de Pedro de Texeira.
Una serie de personalidades de la villa y corte, constituyeron en 1630, la congregación de Nuestra Señora de la Natividad, con el objetivo de complementar las labores apostólicas con otras caritativas y sociales tan necesarias entonces.
Junto con el padre Pedro de Arriola, estuvo como promotor de ella un nieto del beato, Francisco de Borja y Aragón, II Conde de Mayalde.
Puesto que las casas profesas sólo podían subsistir de limosnas y no de rentas, había que esperar a la generosidad de las familias para continuar creciendo en sus funciones.
Entre 1658 y 1674 acomete la compañía su ampliación con unos locales circundantes, en la plaza de Herradores, con la doble finalidad de hacer una nueva iglesia más grande y ampliar la residencia.
Desconocemos al autor del nuevo proyecto, que se realizó en dos fases; entre 1673 y 1678, el arquitecto Melchor de Bueras, dirigió la construcción del presbiterio, sacristía y nave transepto de planta elíptica coronada por una monumental cúpula encamonada, sustentada por dos tambores exteriores octogonales. Este transepto alojaba, en cada uno de sus extremos, dos capillas en forma de pequeños absidiolos.
Tanto la forma de la nave como la cúpula eran absolutamente originales, no habiendo entonces en España otra iglesia de similares características.
En el altar mayor, en el segundo piso de la calle central, se colocó la urna de San Francisco de Borja, canonizado en 1671, como correspondía a la advocación del templo y al deseo de su fundador.
La segunda fase de construcción de esta iglesia se llevó a cabo entre 1693 y 1703, una vez realizadas las compras necesarias, ya en la calle de Bordadores, donde se situaría su fachada.
Es la vista del grabado realizado por José M.ª Avrial y que acompaña este artículo. En estos años se construyó un camarín con su transparente, detrás del altar mayor, donde estaba situada la urna del santo.
En su fase final, este templo disponía de diez capillas, por encima de las cuales corría un ándito por todo el perímetro de la iglesia, cerrando a los pies a través del coro.
En la cripta, dedicada a Nuestra Señora de la Natividad y lugar de inhumaciones, se encontraban ocho altares más.
Durante sus primeros 150 años de vida, la casa profesa, contribuyó con su labor misionera, evangelizadora, social y asistencial a crear un rico patrimonio espiritual en la capital.
Y también material, pues llegó a disponer de multitud de obras de arte, biblioteca y otros elementos, entonces necesarios para complementar su misión espiritual. Todo ello comenzó a perderse y dispersarse a partir del 1 de abril de 1767. Dos años más tarde se entregaron estos edificios al Real Oratorio de San Felipe Neri.
La compañía nunca volvió a ocuparlos, siendo derruido en 1837, perdiéndose así lo que quedaba de su rico patrimonio artístico.
Los Jesuitas han tenido siempre, una presencia destacada en la Amazonia.
En el pasado, el afán evangelizador, forjó hombres de acción que contribuyeron decisivamente al conocimiento por parte del resto del mundo de aquellos territorios y dieron lugar a experiencias de aculturación que, teniendo en cuenta el contexto de dominación, causan hoy nuestra admiración.
En la actualidad, con una presencia local significativa, articulada en una red que atraviesa provincias, fronteras administrativas y apostolados, los jesuitas luchan por defender y promover, la vida y la sostenibilidad en la Amazonia, en solidaridad con los más pobres y excluidos, y en particular con los pueblos indígenas. Un buen ejemplo de ese compromiso, lo encontramos en la vida del onubense Carlos Riudavest SJ, que dedicó cuarenta años a la educación de las familias de las comunidades nativas de la región en Perú, donde fue asesinado en agosto de 2018.
La amazonia nos enfrenta al gran debate sobre el futuro de la humanidad y del planeta, donde se dirimen los modelos de desarrollo y sus perspectivas de esperanza.
En la amazonia se percibe de forma latente, la inseparable relación entre la problemática global de nuestro tiempo; lucha por el territorio, migración, concentración de la tierra, trabajo esclavo, tráfico de personas, narcotráfico, conflicto armado, mega proyectos hidroeléctricos, petróleo y minería, tala de árboles, explotación de las riquezas naturales, cambio climático, etc.
Al mismo tiempo, en la amazonia se reconoce toda la potencialidad y esperanza que surgen de tantos esfuerzos, por un mundo en el que se pueda vivir con dignidad.
De ahí la importancia del Sínodo de la Amazonia, convocado por el Papa Francisco para el próximo mes de octubre de 2019, que nos coloca también, frente al reto de las nuevas necesidades pastorales; como la de los ministerios en contextos específicos, que puede contribuir a dar un impulso al proceso de renovación en curso en toda la iglesia.
El pasado mes de diciembre, se reunieron en Manaos, Brasil, los jesuitas y laicos de la nueva Preferencia Amazónica de la Compañía de Jesús en aquel país. De cara al Sínodo remarcaron cuál puede ser una de las claves de este acontecimiento; es necesario que los pueblos indígenas ocupen el espacio y tomen la palabra.
La preparación para el Sínodo está suponiendo un proceso participativo en el que, según datos de la REPAM (Red Eclesial Pan Amazónica), han participado cerca del 40% de un total de 390 pueblos que existen en la Amazonia, abordando temas como la vida consagrada en la Amazonia, derechos humanos, pueblos indígenas, pueblos en aislamiento voluntario, universidades en la Amazonia…
Vivimos un tiempo de expectativa, el Sínodo es la ocasión de que los pueblos victimizados del mundo, impulsen de forma profética la conversión de una iglesia, llamada a estar en la vanguardia de la humanidad ante sus retos sociales, medioambientales y espirituales. Así nos lo han traspasado nuestros compañeros y compañeras reunidos en Manaos; cuando el protagonismo lo tienen los pueblos indígenas, ganamos todos.
Aunque tanto en Bulgaria como en Macedonia del norte, el catolicismo es muy minoritario (no llega al 1% de la población), en este segundo país la iglesia juega un papel clave en la atención a los 135 solicitantes de asilo, que en este momento esperan que su caso se resuelva. Son solo, una pequeña parte de 150 a 300 personas que cada día cruzan sus fronteras, casi todas en dirección a Europa occidental.
“Los centros de tránsito solo dependen del gobierno oficialmente”, explica Dejan Strackovski, del servicio jesuita al refugiado-. La ayuda real (comida, ropa, asesoramiento legal, atención médica y psicosocial), la estamos dando nosotros, Cruz Roja, agencias de la ONU y algunas ONG locales. En el centro de recepción de solicitantes de asilo, el SIR, es la principal entidad encargada de la atención legal y psicosocial.
Y también estamos presentes en el de extranjeros, que en realidad es un centro de detención.
Esta presencia les permite conocer de cerca las carencias del sistema.
_. ESPIRITUALIDAD.
Una de las ideas claves para explicar el ideario Ignaciano es su espiritualidad, entendida como una forma concreta de plasmar su seguimiento de Cristo. Esta característica fue desarrollada por San Ignacio en el libro de los ejercicios espirituales y se refleja también, a lo largo de las constituciones de la compañía, de las cartas del fundador y otros documentos de los primeros Jesuitas (Jerónimo Nadal, Luís González de Cámara, los santos Pedro Fabro y Francisco Xavier…)
Se caracteriza por el deseo que expresó San Ignacio de buscar y encontrar a Dios en todas las cosas.
Esto significa, que es una espiritualidad vinculada a la vida, que invita a los que la siguen, a levantar la mirada hacia la globalidad, pero aterrizando en lo concreto y lo cercano.