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BUCEANDO EN LAS ALMAS

– CULTURA TRIBAL-

El agua discurría por las acequias de Pampaneira, como venas entrelazándose, en la estrechez de esas calles de un blanco inmaculado. Su música, su risa o más bien su risa musical, hacía pararse al forastero y contemplar el líquido cristalino, cantando callejón abajo.

La familia de Marco, de Otívar, se reunía entorno a varias mesas, para almorzar. La plaza del pueblo estaba gozosa, salpicada de geranios color carmesí, fucsia, anaranjado…en contraste con el encalado de sus paredes y balcones. Curiosamente, me ofrecieron sentarme al lado del abuelo de Marco y frente a mí, estaba él.

El octogenario miraba con sorpresa, todos los dibujos repartidos por la geografía del cuerpo de su nieto, moviendo su cabeza de derecha a izquierda con gesto de preocupación.

Observando Marco nuestro asombro, se desabrochó unos botones de su camisa…lucía, rugiendo en el centro del tórax, un león con sus fauces abiertas y colmillos afilados.

-Me lo tatué, cuando cumplí dieciocho años -dijo Marco.

-Y ¿ por qué un león en actitud desafiante ? -le contesté.

-¡Ese soy yo! -exclamó.

Inmediatamente, viajé en el tiempo, varias décadas atrás, hacia el pasado, a miles de kilómetros…en la época que viví en tierras tropicales; donde otro joven, en esta ocasión de origen guaraní, del poblado indígena que visité en el Alto Paraná.

Poblado de casas de arcilla, barro, cañas, madera…el hogar de ese rescoldo de indígenas «protegido», dónde tuve que llegar con una barca, ascendiendo el río.

El joven IYAMBÉ, que en su lengua aborigen, significa «hombre libre», se zambullía en las aguas verde esmeralda, de una gran poza cristalina, que emergía de un naciente. Maravilla de la naturaleza para aquél que aprecie el arte de la Creación.

Buceó como pez, en una inmersión de minutos…y salió de nuevo a la superficie, para tomar aire y volver a sumergirse.

Al rato, extenuado, se tumbó sobre una roca, sacudiendo su espesa melena, mientras millones de gotitas salían disparadas en todas direcciones.

En su media lengua española-guaraní, me explicaba orgulloso sus tatuajes, como si quisiera llevarme a recorrer, a través de sus símbolos grabados, las experiencias que le habían marcado, en su hasta ahora, corta vida. En esta ocasión con la aprobación de su abuelo, el cual, bajaba de vez en cuando la cabeza y volvía a subirla, cada vez que su nieto iba señalando aquí y allá, los grabados en su piel. Y como susurrando, decía:

– HAVE…IPORÁ…AVEI…- que al español vendría a ser algo como «Sí…bien…también…»

IYAMBÉ se había hecho tatuar por el mago de su clan, una gran mariposa en la espalda, mientas sobrevolaban sobre nuestras cabezas, mariposas del tamaño de una mano extendida, como la que tenía grabada, con enormes alas, azul iridiscente (Morpho Anaxibia) y cuyo hábitat eran los entornos del río Paraná, tanto en la ribera de Brasil como de Paraguay.

El joven decía que lo hizo para recordar su paso de niño a adolescente y su comienzo como hombre.

Miró fijamente a mis ojos … señalando las aguas y con una destreza especial, agarró un palo a cuyo extremo había una especie de cuchilla atada y bien atada. Lo lanzó con tal tino desde el borde de la poza, sobre un gran pez…que éste quedó totalmente atravesado. Tiró del palo, levantándolo como un trofeo y me dijo:

-KARIA’ Y KUIMBA’E PIRAKUTUHÁRA, es decir, soy un joven pescador.

Su abuelo, nos trajo la bebida de mate, la cual no estaba caliente, más bien fría, servida en una calabaza, partida por la mitad, que utilizaban de recipiente y nos dio un cuenco a cada uno.

Él, necesitaba ser un jeroglífico ambulante, como el resto de su tribu. Le costaba un gran esfuerzo, nuestra conversación, y hablábamos muy despacio, casi dejando tiempo…para que encontrase las palabras adecuadas que definiesen los pensamientos y sentimientos de sus vivencias, y entre otras cosas porque no había en lengua guaraní, expresiones concretas de todas las emociones. Su vocabulario se nos quedaba limitado. En muchas ocasiones chocaba la mezcla de palabras españolas con su lengua aborigen, para completar una frase. Por ejemplo, cuando me preguntó:

-¿HAMBYRY A PARAGUAY EN CARRO O AVIÓN?, que traducido sería «¿Viajaste a Paraguay en coche o en avión?»

Nuestros antepasados españoles, al llegar a esas tierras, se encontraron con esta cultura: un mundo extremadamente primigenio, sencillo… su vocabulario también y los indígenas, fueron incorporando en mitad de sus frases, palabras totalmente españolas: brújula, pluma de escribir, candil… A lo que hay que añadir, que durante la Colonia, la lengua guaraní, fue considerada «lengua general», debido a la extensión de su uso, cumpliendo la función que el latín en la Europa medieval. En total fueron reconocidas 53 lenguas amerindias de la subfamilia de lenguas tupi-guaraní.

El joven, tenía grabado en su pecho un pájaro colibrí, «ITAPI MAINUMBY», que el artista de su tribu le había pintado, con las alas en movimiento y libando con su largo pico, el néctar de la flor Ave del Paraíso o Strelitzia. Y me decía sonriendo:

– Yo soy como el colibrí. Busco esposa que me dará hijos y este MAINUMBY, me ayudará a encontrarla y a realizar mi nido, mi hogar.

Él apoyaba sus esperanzas, como todos los jóvenes de su tribu en formar su propio clan, bajo el amparo y protección del Dios Creador: POKATARÁ.

Volví…de nuevo,    al presente…con la familia de Marco, en Pampaneira. Su madre, me ofrecía una bandeja para servirme pollo a la brasa con verduras. Marco, llamó mi atención, señalando su brazo izquierdo.

-Esta mujer, que ves pintada, fue mi primera novia, una víbora, por eso me la hice pintar, con cuerpo de serpiente y cara de mujer.

-Ciertamente Marco, debió ser malísima contigo.

-¡ Mala, no !- contestó- una víbora. Tal cual, por eso la tengo grabada, para acordarme todos los días y no volver a caer con otra igual. Acabó, con todos mis ahorros. ¡ No sé cómo! , le pagaba sus caprichos… y ¡no me puede volver a pasar!

-Ese fue el motivo de que la grabases en tu brazo…¡ya! ¿ Y no hubiera sido mejor, haberle escrito una carta?  no de amor ¡claro!, más bien de desamor. Dónde le explicases, todo lo que te hizo y el daño que provocó, y en definitiva que por eso la alejabas de tu vida.

Mario, me miró perplejo. Se quedó pensativo unos minutos. Al rato sacudió su cabeza.

– ¡No!- contestó- rotundo.

Tal vez así -le dije- te hubieras desahogado y ella estaría enterada al completo.

-¡No!-volvió a repetir. Escribirle una carta, se me hace muy complicado, ¡uffff !, ¡cómo expresar, lo que me hizo!.. No sabría… ¡vaya quebradero de cabeza! ¡ufff! ¡Vaya esfuerzo! ¿Para qué? Es una víbora.

La brisa de Las Alpujarras, rozaba nuestros cabellos, y el sonido del agua de la acequia, me regresó al pasado… a Paraguay.

IYAMBÉ, estaba confeccionando lo más parecido a un ramo, con hojas y flores. Me señaló unas madreselvas, pintadas a la altura de su corazón.

-Ésta es, mi futura esposa.

-¿Pero si no tienes prometida?

-La tendré. En un poblado cercano vive Guaci. Una linda joven, que me tiene más que enamorado. Y llevó su mano hacia sí, haciendo un ademán de palpitación.

-Dime ¿ella sabe leer en español?

-Sí-me dijo- fue a la escuela de KATUETÉ, cerca de SALTO DEL GUAIRÁ.

– Y… ¿a ti te gustaría escribirle una carta de amor además de llevarle flores? Al joven se le iluminó la cara.

– ¡Sí! de esta manera vería ella que tengo motivos importantes que comunicarle y sería algo íntimo, entre nosotros.

Busqué una libreta con papel adecuado y saqué una de mis plumas de escribir, que llevaba en mi maleta. Él empezó a hablarme de la linda muchachita… Realmente era un poeta innato. Concentró sus pupilas en la espesura de la selva y empezó a recitar:

«GUACI, labios rojos. Flor del Ceibo.

Sonrisa de madreselva, agarrada a mi corazón. Melodiosa ave, como el canto de HABÍA TYUYTA

Graciosa gacela de la laguna bailando sobre las aguas. Conocedora de los Secretos de plantas y animales.

¿Quién mejor que tú, sería madre de mis hijos?»

Escribí sus sentimientos, en los que comparaba a la joven con todo lo hermoso que había en su Universo.

Estaba tan entusiasmado, cuando tuvo el papel escrito en sus manos que me aseguró, le pediría a ella, que le enseñase a leer y a escribir, pues ya tenía una motivación: enamorarla.

Me quedé prendada de su ilusión. En aquel entonces, era casi tan jovencita como él.

Las niñas del poblado me rodearon para que nos zambulléramos en la laguna… Y jugamos a chapotear en el agua, de ese verde esmeralda.

Los Recuerdos me abrazaban a otra Realidad. Unas emociones tan gratificantes y felices que mi Alma… no quería volver al presente… a esta «cultura digital, avanzadísima…»

Y me quedé flotando en la Belleza…rodeada de ese Paraíso Primigenio.

Cristina Gómez-Tejedor Álvarez

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