¡AY, QUÉ TIPOS!

Javier Serra
Estaba yo paseando por el parque, actividad denostada (salvo que hablemos de jubilados o ancianos) por esta sociedad basada en la productividad cuando, de repente, una bandada de estorninos dibujó arabescos imposibles en el cielo gris. Su vuelo sincronizado, en vaivenes que no tenían nada que envidiar a los de los partidos políticos patrios, me recordó a una frase del filósofo escocés David Hume: «La mente es una especie de teatro, donde varias percepciones se presentan en forma sucesiva; pasan, vuelven a pasar, se desvanecen y se mezclan en una infinita variedad de posturas y situaciones». Hume, con su escepticismo radical, negaba la existencia de un «yo» sustancial, un alma unificadora. Solo veía en nuestra mente un flujo constante de impresiones sensoriales caducas e inconexas. Quizá sea así. ¿Acaso no somos contradictorios y erráticos por naturaleza?
Pero, ¿y si ese «yo» que Hume no encontraba lo estaba buscando en el lugar equivocado?
¿Y si no era un espectador pasivo, sino el director de la obra, el que elige a los actores que desfilan por el escenario de la mente? Entonces pensé en Jung y sus arquetipos, esas imágenes primordiales que según este famoso psicoanalista residen en el inconsciente colectivo, patrones universales de comportamiento y pensamiento que se manifiestan en todas las culturas y épocas.
Imaginé entonces que mi mente, como la de cualquier otro ser humano, era un teatro en constante actividad. Sobre ese escenario desfilaban los personajes arquetípicos que imaginara Jung: el Héroe, luchando contra sus propios dragones internos; la Madre, ofreciendo consuelo y protección; el Sabio, buscando la verdad en las profundidades del conocimiento; el Bufón, desafiando las convenciones con su humor irreverente; la Sombra, representando aspectos oscuros y reprimidos de la psique.
Pero al observar con más detenimiento la obra que representaban noté algo perturbador. En el teatro contemporáneo que estamos obligados a representar, pues solo los dioses o los animales pueden permanecer impermeables al contexto cultural en que viven, algunos arquetipos parecían haberse transformado para cobrar una nueva dimensión, mientras que los originales se perdían como la piel vieja de un reptil. El Héroe, otrora un defensor del bien común, se había transformado en el Triunfador Vacuo, obsesionado con el éxito material y la acumulación de riquezas. La Madre, antes símbolo de nutrición y cuidado, se había convertido en la Consentidora Compulsiva, creando con la aquiescencia de su pareja pequeños tiranos frágiles a la par que coléricos. El Bufón, en lugar de tratar de subvertir el orden establecido, se había convertido en el Influencer, propagando mensajes superficiales y vacíos (cuando no falsos, torticeros y llenos de odio) a través de las redes sociales.
La Sombra, por su parte, se había fortalecido, adoptando la forma del Egoísta Implacable, indiferente al sufrimiento ajeno y ciego ante las consecuencias negativas de sus actos en el prójimo. El Sabio, en cambio, no había cambiado, pero apenas se dejaba ver, relegado a un rincón oscuro del escenario, sus consejos ahogados por el estruendo producido por la banalidad del mal.
Suspiré desesperanzado cuando vi a un padre propinarle una colleja a su hijo por haber empujado a otro crío en un arenero y reflexioné acerca de qué tipo de sociedad estamos construyendo cuando estos arquetipos (aunque más que de “arquetipos”, yo los calificaría
de “¡ay, qué tipos!”) distorsionados dominan el teatro de nuestras mentes. ¿Qué futuro nos espera si el Héroe se convierte en un simple Mr. Scrooge antes de conocer al Fantasma de las Navidades Futuras, si la Madre se reduce a una niñera deslizando verticalmente el dedo por una pantalla de forma compulsiva, si el Bufón solo busca la fama efímera y la Sombra no deja espacio alguno para la luz del sol?
Mientras tanto, los estorninos se habían replegado en sus cuarteles de invierno dejando tras de sí el cielo desconchado y un silencio solo roto por el rugir del omnipresente tráfico que planteaba una pregunta incómoda: ¿podremos recuperar el equilibrio en el teatro de nuestras mentes dando voz de nuevo a los arquetipos que nos conectan con nuestra humanidad más profunda, o seguiremos representando la obra que el statu quo nos dicta hasta ser engullidos por completo por nuestra propia Sombra?