AÑO de GALDÓS y nuevo gobierno de Sánchez
El 4 de enero de 1920 falleció uno de los mejores escritores de nuestra literatura, don Benito Pérez Galdós, novelista que tomó el relevo de nuestro universal Cervantes. Su obra fue ingente, su visión sobre la España de su tiempo, además de certera e intuitiva, pues no fue un espectador impasible de la realidad social; muy al contrario atisbó y se comprometió cívica y éticamente con la construcción de una España más libre y solidaria. Además resultó profética tanto antes como ahora y podríamos interpretar que noveló como una “novela río” no sólo Los Episodios Nacionales desde la guerra de la Independencia, sino todo el S. XIX y las dos primeras décadas del S. XX o del XXI según se mire y según la hermenéutica.
Clarín escribió sobre su coetáneo: “Conocí a Galdós en el Ateneo nuestro, el antiguo, el bueno, el de Moreno y Revilla, en el salón de retratos vi ante mí a un hombre alto, moreno, de fisonomía nada vulgar.(…) La frente de Galdós habla de genio y de pasiones, por lo menos imaginadas, tal vez contenidas; los ojos, algo plegados los parpados, son penetrantes y tienen una singular expresión de ternura apasionada y reposada, que se mezcla con un acento de malicia… la cual mirando mejor se ve que es inocente malicia de artista. No viste mal… ni bien. Viste, como deben hacerlo todas las personas formales, para ocultar el desnudo, que ya no es arte de la época. No habla mucho, y se ve luego que prefiere oír, pero guiando a su modo, por preguntas la conversación”.
Del mismo modo pero a su muerte, Ortega y Gasset escribió: «Habrá un dolor íntimo y sincero que unirá a todos los buenos españoles ante la tumba del maestro inolvidable. Y esto valdrá por todos los decretos que puedan aparecer en La Gaceta».
No menos interesante acerca de la obra de Galdós, hay un texto de María Zambrano que arroja mucha luz sobre la mujer en las novelas de don Benito: «El mundo de Galdós es, un mundo moderno, cuya máxima realidad estriba en la multiplicidad de destinos individuales. La novela moderna se da sobre este supuesto: la transcripción de la realidad humana, que consiste en el tejido complejísimo de destinos individuales: la historia es la suma de las historias. Por eso el novelista adquiere ese rango extraordinario por encima casi del historiador, pues la historia que el historiador hace es “grosso modo”, producto de empobrecedora abstracción, donde solo ciertos individuos y ciertas acciones de esos individuos cobran relieve; mientras que ella consiste, en verdad, en las historias de las criaturas anónimas, realidad la más real, que solo el arte puede aceptar y poner de manifiesto. Se ve claro que tal creencia tendría necesariamente que acabar engendrando M. Proust, Virginia Woolf y hasta James Joyce. Galdós se mueve también en esa creencia. Se siente su entusiasmo por la diversidad de sus personajes; se le siente enamorado de sus más nimias particularidades, demorándose en ellas. Con los personajes femeninos este enamoramiento lo lleva al extremo. Este genio de la indiferencia se complace en la adoración de cada una de estas mujeres cuya historia implacablemente transcribe, cuyas desventuras con crueldad de creador irresponsable cuenta. Se lo debe al romanticismo. Y así tenemos que Galdós como heredero del Romanticismo va a escribir historias de mujeres que no son románticas, va a transcribir el mundo español, reacio, obstinadamente esquivo a todo lo romántico. Mas ¿cuáles son esas historias, esas historias de mujeres, y qué nos muestran? Lo primero es el delirio. “En el principio era el delirio”, se podría decir, en el principio de este universo. Y ¿por qué es el delirio el término de todas esas historias? ¿Toda historia es delirio? ¿Delirio todo conato de existencia?”.
En la misma línea, voy a reproducir algunos textos relevantes sobre aspectos sociopolíticos, reflexivos y públicos de su vida, que dan cuenta de su dolor de España, de su sensibilidad ante la condición humana. Textos que, además, asombran por su actualidad en estos tiempos tan convulsos por la inestabilidad y fragmentación política: «Es muy cómodo decir: La política, ¡qué asco!, como pretexto para no intervenir en ella. Es como si una inundación invadiese los sótanos de una casa y los inquilinos del piso principal se subieran al tejado diciendo: ¡Uf, qué agua tan sucia! Yo no quiero mancharme sacándola. Y, entre tanto, el agua fuera reblandeciendo el solar y los cimientos» Pues yo no he tenido inconveniente en bajar al barro sin miedo a que me manche. El absentismo político es la muerte de los pueblos».
Asimismo de una carta de Galdós a Alfredo Vicenti, director entonces del diario «El Liberal», en 1907: «Voy a irme con Pablo Iglesias (partido socialista). Él y su partido son lo único serio, disciplinado, admirable, que hay en la España política». Esto mismo se podría pensar con la dificultosa y complicada investidura que acaba de conseguir el actual Presidente de Gobierno Pedro Sánchez.
También otra nota: “Desgraciadamente para España, en aquellos hombres no había más que talento y honradez. (…) En la uña del dedo meñique de Isabel la Católica había más energía política, más potencia gobernadora que en todos los poetas, economistas, oradores, periodistas, abogados y retóricos españoles del siglo XIX” (Galdós. «El Grande Oriente»).
“Había yo visto el solemne paso procesional de adalides revolucionarios victoriosos, o de Reyes y Príncipes que venían a traernos la felicidad, y calculaba que todas estas entradas aparatosas eran lo mismo mutatis mutandis: gran gentío, apreturas, aplausos, un punto más o un punto menos en el diapasón de los vítores, la chiquillería subida a los árboles, y los balcones atestados de señoras que sacudían sus pañuelos como espantando moscas. En algunos casos hubo también soltadura de palomitas que volaban despavoridas, huyendo del popular entusiasmo”. Una procesión de carácter bien distinto, tétrica y desesperante, y que marchaba en sentido inverso, dejó en mi alma impresión hondísima: la salida del cortejo fúnebre de Prim para el santuario de Atocha. Señaló una coincidencia que me resultó irónica: en el mismo sitio donde vi la entrada de don Alfonso de Borbón había visto pasar el entierro del grande hombre de la Revolución de Septiembre, que dijo aquello de jamás, jamás, jamás. («Cánovas»).
«Los políticos se constituirán en casta, dividiéndose hipócritas en dos bandos igualmente dinásticos e igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga de sus provechos particulares en el telar burocrático. No harán nada fecundo; no crearán una Nación; no remediarán la esterilidad de las estepas castellanas y extremeñas; no suavizarán el malestar de las clases proletarias. Fomentarán la artillería antes que las escuelas, las pompas regias antes que las vías comerciales y los menesteres de la grande y pequeña industria. Y por último, hijo mío, verás si vives que acabarán por poner la enseñanza, la riqueza, el poder civil, y hasta la independencia nacional, en manos de lo que llamáis vuestra Santa Madre Iglesia». («Cánovas»). Claro que cada uno ahora puede interpretar a la institución eclesiástica desde un punto de vista profano, en el sentido más acorde con la distancia y cercanía que más convenga. Aunque ya no desde el “turnismo” bipartidista de su época, sino desde la fragmentación, complejidad y multiplicidad ideológica de la nuestra. Juzguen ustedes.
TOMANOTA Francisco Velasco Rey