Alzheimer. El ladrón de mis recuerdos.
Como casi cada noche no puedo dormir, pero ésta es diferente. De repente un claro de lucidez atraviesa mi mente, como si fuesen rayos de sol entre una devastadora tormenta. Así que sin perder más tiempo, mientras todos dormís, quiero escribiros esta carta en la que intentaré no detenerme demasiado, antes de que llegue el ladrón de mis recuerdos y me devuelva al calabozo de mi olvido y entonces no sepa que hago con un lápiz en la mano.
Hace tan solo un año de aquella reunión con el neurólogo, aunque yo más bien quiero recordar al hombre, el que me habló como tal. A veces la verdad puede ser muy cruel, por eso le agradezco el cariño con el que aderezó esa maldita verdad, abandonando su bata blanca para hablarme de tú a tú. Lloré sobre el hombro de vuestro padre, hasta que no me quedaron más lágrimas. Es extraño que ahora recuerde todo esto, quizás dios me esté dando unos minutos para despedirme de mi misma.
Poco después la carcoma de mi cerebro comenzó a extenderse sin piedad. Como viejas fotos quemándose en una chimenea, mis recuerdos se convirtieron en cenizas ante mí, al tiempo que mis funciones motoras se empeñaban en que volviera a ser un bebe. Comencé a desorientarme, a cambiar las cosas de lugar, a perderme. Los olores y las fotos dejaron de ser evocadoras. Comencé a ver a mi madre en los espejos, cuando en realidad la anciana que veía era yo. Comencé a repetir las mismas preguntas una y otra vez y a huir de mi casa pensando que no era mía. Comencé a escuchar ruidos que no existen y a sospechar de todo el mundo. Eso solo fue el principio, desde entonces poco a poco me he ido adentrando en un pantanoso infierno en el que cada vez me voy hundiendo más.
La enfermedad siguió progresando hasta el día de hoy y ahora me doy cuenta lo curioso que es éste despiadado ladrón. Roba hacía atrás en el tiempo, me está haciendo olvidar primero a mis nietos, después a mis propios hijos y solo a veces reconozco a ese hombre que pasa todo el día a mi lado y me regala flores, para más tarde terminar siendo un extraño. Ya solo logro recordar con algo de nitidez a mi madre. La llamo como si estuviera viva, pero tan solo es su recuerdo, el único más antiguo que aún sigue vivo, aunque sé que pronto también desaparecerá.
Quiero aprovechar este rayo de claridad para deciros lo que ya no podré deciros nunca más. Odio haceros pasar por esto, soportar mis cambios de humor cuando no puedo recordar las palabras, no sabéis lo doloroso que es sentir la impotencia de no recordar vuestros nombres. Odio ponerme agresiva, cuando en lo más profundo de mi corazón os amo tanto. Odio daros tanto trabajo cuando ni siquiera coordino mis movimientos. Odio que me tengáis que dar de comer, que tengáis que limpiarme, que tengáis que moverme. Siento miedo al no reconocer vuestros rostros. Me apena que tengáis que verme llorar, gritar, atragantarme y balbucear al intentar hablar. Y sobre todo tengo miedo a lo que está por llegar.
La enfermedad está muy avanzada ya, por eso seguramente éste será el último “os quiero” que podré pronunciar, pero nunca olvidéis al mirarme a los ojos que estos brazos que ahora cuelgan os abrazaron, os soportaron mientras os daba de mamar y os consolaron en los malos momentos. No olvidéis que estos ojos ahora desorbitados, os miraron con el brillo del amor y a ese apuesto hombre que me sigue trayendo flores, con pasión. No olvidéis que estas piernas ahora paralizadas corrieron caminos, se hundieron en charcos y pisaron piedras por vosotros. Por favor no olvidéis nunca, porque así de alguna manera podré engañar al ladrón de mis recuerdos, mientras sigan viviendo en vosotros.
Cuando me veáis triste o asustada, cantarme las nanas que os cantaba de pequeños, ahí dentro irán ocultos mis recuerdos, para que este implacable ladrón no los vea. Cuando me veáis atascada al veros, no os canséis de recordarme vuestros nombres. Abrazarme, acariciar mi cara, besarme, vuestro cariño obrará milagros y aunque no sepa porque, me hará sentir querida.
Sé que a veces estáis muy cansados, recuerdo las noches que pasé sin dormir cuando erais pequeños y uno se siente tentado a tirar la toalla, enfadarse, irritarse y hasta gritar. Pero os pido que me habléis en el tono más cariñoso de que dispongáis. Cuando erais pequeños yo os decía “¿Dónde está lo más bonito de la casa?” Y no podíais entenderme, erais demasiado pequeños, pero sonreíais porque sabíais que era amor. Yo tampoco lo entenderé pero sabré que es amor.
Anímame cuando haya conseguido un logro por pequeño que sea, un “muy bien” me dará fuerzas para seguir luchando. No os avergoncéis de mí, recordar la persona que fui. Cuando la comunicación ya sea imposible, las caricias tomaran el relevo a las palabras, los abrazos a las frases y los besos a los recuerdos.
Ya estoy notando como la luz del momento se va apagando, las tinieblas del olvido se acercan para cegar mi mente. Pronto dejaré de escribir y este lápiz se caerá de mi mano para no volver nunca más.
El amor vivirá después de mí, en vosotros, en mis nietos y en los hijos de sus hijos. El ladrón de mis recuerdos tan solo se llevara este decrepito cuerpo, pero mi alma, la madre y esposa que fui no podrá llevársela, vivirá siempre en vosotros. Os quiero.
Manuel Salcedo Galvez