ANÁLISIS METAFÍSICO DE LA RELIGIÓN
Soy consciente de la grave responsabilidad que echo sobre mis espaldas ante tan delicado problema filosófico-teológico. No importa: hablo desde la más profunda y sincera honestidad, tras largas y reflexivas lecturas desde hace muchos años. Ahora me sirvo de las páginas de “GRANADA COSTA” para, si es posible, ayudar a quienes están en constante duda, aunque – nos enseña la Filosofía – “dudar no es malo”. No niego que uno de los fenómenos más sensibles en la vida del “Cuerpo místico” (Iglesia) es el afán de cultura religiosa; y ello no por simple curiosidad cristiana, sino por alimentar en el corazón un ansia viva de mayor espiritualidad. Aún más: pasó la época en que el cristiano instruído se contentaba con la casi única preocupación apologética que desde diverso ángulo – cfr. “Teología fundamental para seglares”. Prólogo” (BAC,1963) – habían provocado, primero el protestantismo y luego el racionalismo de la Ilustración, y acaso sabía mejor defender agudamente sus creencias que captar y comprender lo que en ellas se profesaba. Es decir, que durante lustros se fue despertando un creciente deseo de profundidad vital religiosa.
Ahora bien, por muchas y variadas causas, sabemos que la ausencia de Dios lo llena todo; hoy parece que el mundo quiere vivir ajeno a lo divino, de espaldas a una realidad trascendente y última; tanto en la vida privada como en la pública, todo vive en una especie de alejamiento de lo sagrado, como si quisiera así redimir antiguas culpas y connivencias. Triste es, para mí, decirlo: vivimos un eclipse cultural de Dios. Esta es también la opinión del escritor y filósofo israelí Martín Buber (1878 -1965), al decirnos: “…un oscurecimiento de la luz del cielo, eclipse de Dios, eso es de hecho lo que caracteriza el mundo en que vivimos”, según leemos en su famosa obra “Eclipse de Dios” (Buenos Aires, 1970). Sin embargo, la vida espiritual – pienso yo – es como una corriente de agua, viva e incontenible, que recorre la historia humana. Unas veces por la superficie, otras subterránea y oculta, pero siempre en movimiento. Lo que me lleva a decir que yo no quiero – ni lo pretendo – enfocar esta reflexión a través del prisma de mi propia fe. Nada más lejano a mi pensamiento. Pretendo analizar el sentido metafísico de esa palpable realidad que yace en lo más profundo del ser humano. No hay en mí, lo digo sinceramente, la más mínima intención de proselitismo. Sin embargo, no lo oculto: soy creyente y locamente enamorado de Cristo, el Cristo de los evangelios: Camino, Verdad y Vida.
Como, asimismo, estoy convencido de que la semejanza entre Dios y el hombre es real; por tanto, es posible la deificación (Teosis) que era, por otra parte, la aspiración central de la vida espiritual de la Iglesia de Oriente. Y no me tiembla la mano, si afirmo que el hombre puede por medio de la oración y la contemplación adquirida gozar aquí, ya de forma anticipada, de la felicidad final. Ya san Agustín (354 – 430) nos dejó escrito: “Ad maiora nati sumus” (Hemos nacido para cosas más grandes).
Pues bien, si es cierto que la religión es para el hombre una necesidad de la que no puede librarse, porque es congénita a su esencia; si es cierto que la religión en forma de Dios o de ídolo debe llenar con mayor o menor intensidad, pero siempre con grandes resonancias, el corazón humano, ¿por qué -pregunto – no detener algunos momentos el curso arrebatado de nuestra vida diaria para auscultar lo que esa corriente vital de nuestra alma y de todo nuestro ser nos quiere hablar y nos exige escuchar?. Este es, en definitiva, el sentido de “Análisis metafísico de la Religión”. Porque, como magistralmente afirma Mircea Eliade (1907- 1986), Filósofo e Historiador rumano, “el hombre entra en conocimiento de lo sagrado porque se manifiesta a sus ojos, porque se muestra como algo diferente por completo de lo profano. De esta oposición nacen todos los tipos de religiosidad que han existido o existen en la actualidad. El problema estriba en saber cómo y por qué algo o alguien entra en un determinado momento en el campo de lo sagrado”, cfr. “Historia de las religiones”,Vol. I, pág. 3 (Madrid, 1971).
El origen de la “religión” puede encontrarse -opinión generalizada – en el mismo origen de la “relación”. Es decir, el hombre mira desde sí mismo a las cosas que le rodean, y este “mirar hacia fuera” lleva consigo actitudes respecto de sus relaciones con eso a lo que mira. Por ser esta relación “trascendental/esencial”, penetra a través de toda la naturaleza humana y no podrá darse en el hombre actividad alguna libre de dicha relación. Hay que advertir cómo la actividad religiosa difiere esencialmente , en cuanto a su amplitud, de todas las restantes actividades humanas, por ejemplo, la artística, científica, profesional, etc., que sólo intervienen factores determinados. Por el contrario, el influjo de esta relación religiosa invade todas las facultades y acciones del hombre y de ella brotan necesariamente infinidad de relaciones secundarias, tantas cuantas sean las potencias y actos humanos. Por ello, I. Quiles define la religión como “un conjunto de verdades y deberes que fluyen de la dependencia esencial del hombre respecto de Dios”, cfr. “Filosofía de la religión” (Col. Austral, núm. 874).
Ahora bien, para quien admita únicamente la existencia de la materia, uno de cuyos productos es el hombre, o sólo reconozca la naturaleza de un Dios identificado con el mismo hombre, no tiene sentido hablar de religión a no ser – afirman los teólogos Vizmanos & Ruidor – Op. Cit., pág. 71- cambiando por completo el sentido universal de esta palabra. Por tanto, es inútil en el agnosticismo o el idealismo buscar un fundamento sólido fuera de la razón propiamente tal, ya que, negado el valor de ésta o suprimida toda realidad exterior, Dios y la religión se reducen a un voluntarismo arbitrario o a una ficción imaginativa.He llegado a deducir, tras mis lecturas filosóficas, que ni el pragmatismo ni el intuicionismo podrán servirnos nunca como “criterios de verdad” para cualquier investigación sólida y profunda. No obstante, esto nos enseña que la religión es algo tan enraizado en la naturaleza humana, que aun en aquellas escuelas en cuyos encasillados doctrinales no habría lógicamente lugar para el estudio de la religión, no se resignan a prescindir de él buscándole un sustituto más o menos semejante. ¡Ironías del ser humano!.
Alfredo Arrebola,
Doctor en Filosofía y Letras