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La tragedia de los comunes

Se ha especulado mucho sobre las razones por las que los seres humanos como sociedad, tenemos un comportamiento tan extraño por no decir neurótico. Como grupo somos capaces de las proezas más heroicas y al mismo tiempo removernos en las miserias más deleznables, autores de los actos más loables al tiempo que de los más inhumanos. Me impresiona cada vez que usamos esta curiosa palabra, llamamos inhumano a las cosas reprobables que hemos llevado a cabo precisamente humanos.

Seguramente como individuos no acometeríamos una guerra donde seguro van a morir niños y adultos inocentes, pero como sociedad si somos capaces. Al mismo tiempo quizás como individuos veamos la barbarie de las guerras o el sufrimiento tras un desastre natural, como una contingencia en la que no podemos hacer nada, pero como sociedad en muchas ocasiones durante nuestra historia, hemos reaccionado aumentando nuestra cohesión, como una forma de defensa frente al sufrimiento y la desestructuración social. Nos hemos levantado contra la opresión. Muchas veces la sociedad “ha sacado a relucir recursos insospechados, se ha replanteado su existencia de cara a un horizonte nuevo, más realista y humanizador”. (Reconstruir el tejido social, Carlos Martín Beristain).

He ahí la dicotomía de la sociedad humana y puesto que (según Elí de Gortari (1988) en su diccionario de la lógica,) ninguna proposición puede ser verdadera y falsa al mismo tiempo, ¿es la sociedad intrínsecamente buena o mala? ¿Por qué somos capaces de dar nuestra vida por nuestros hijos y luego somos incapaces de salvar nuestro planeta, en el que habrán de vivir nuestros hijos y nietos? Bueno esto último lo explican los sociólogos con la teoría de “la tragedia de los comunes”. Forma parte de una fábula que apareció en 1833 por William Foster Lloyd (1794-1852) y más tarde Garrett Hardin la popularizó mediante un artículo donde este biólogo contó la siguiente parábola:

La tragedia en cuestión aconteció a un grupo de pastores que utilizaban una misma zona de pastos. Uno de ellos pensó de manera racional que podía añadir una oveja más para que paciera en los pastos comunes, pensando que el impacto de un solo animal apenas afectaría a la recuperación del suelo. Pero los demás pastores pensaron, cada uno por separado, igual que él. Podían ganar una oveja más, sin que los pastos se extinguieran. Pero la suma del casi imperceptible consumo causado por cada animal, se convirtió en un gran grupo de ovejas que arruinó los pastos y tanto los animales como los pastores murieron de hambre. Aquel pastor concluyó que la única decisión sensata para él individualmente era añadir otro animal a su rebaño, y otro más… conclusión a la que llegaron todos y ahí está la tragedia. Cada hombre está encerrado en un sistema que lo impulsa a incrementar su ganado ilimitadamente, en un mundo limitado.»

«Los comunes», como el aire puro, el ecosistema, nuestra capa de ozono, nuestro planeta, son bienes comunes a la humanidad, cosas que si se conservan no solo están accesibles para un individuo sino también lo estará para los demás seres humanos, incluidos los que no han respetado ni contribuido a su conservación. La tragedia surge cuando solo algunos, trabajan por mantener nuestro planeta haciendo que los demás disfruten del bien siendo accesible a todos, incluso a los que no han contribuido. De hecho la atmósfera todavía es respirable, también para los contaminadores, y no hay ningún método para evitar que estos se beneficien de este bien. Y a cada humano que contribuye le cuesta algo. Pagar impuestos, disciplina personal para reciclar, enseñar respeto por la naturaleza, contentarse con productos respetuosos con el medio ambiente, en definitiva proteger la naturaleza cuesta, aun haciéndolo con convicción y entusiasmo reconociendo la importancia del bien y su deber moral y sabiendo que si se obtiene el bien, supera el costo individual de su producción, aun así el individuo al ver que otros no contribuyen puede llegar a pensar como el pastor y llegar a la conclusión de que cualquier miembro de la sociedad puede abusar de los recursos sin que se observen efectos importantes. Un individuo como ejemplo podría pensar “el que yo no recicle no va a salvar al mundo”.

Nuestro mundo se ve amenazado por esta actitud que mostraron los pastores y que como individuos humanos tendemos. Cada miembro del grupo piensa racionalmente: «solo hay dos opciones: o hay bastantes personas que contribuyan, o no las hay. Si las hay, puedo beneficiarme del bien sin contribuir, y si no las hay, es mejor que no contribuya, porque perdería doblemente, al no obtener el bien y perder los costes de la contribución. Es decir, en cualquier caso, me conviene no contribuir.» Paula Casal Keele University, UK

Así, racionalmente, pensaron los pastores, aumentaron sus rebaños hasta que destruyeron los pastos comunes. Lo mismo ocurre con los individuos o los países que siguen destruyendo el ozono, contaminando, consumiendo en exceso, extinguiendo especies, o dañando de algún modo lo que en economía ecológica se llama a veces «los comunes mundiales».

Además este bien común se enfrenta a otra tendencia humana, la presunción del ser humano, en creer que está en posesión de la verdad absoluta, sea cual sea su ideología, filosófica, religiosa, política, social, científica, psicológica, incluso en ausencia de cualquier ideología, siempre llevamos la razón y los demás se equivocan. Sin importa si por el camino destruimos nuestro planeta. ¿Quizás sea un mecanismo de supervivencia? Cuando reconozco que no llevo la razón reconozco que me equivoco y eso me hace débil cosa que en una estructura de supervivencia no parece lo más idóneo. ¿Todavía arrastramos rutinas programadas en nuestro subconsciente que parecen desfasadas para el ciclo evolutivo al que nos acercamos? Creo que la evolución nos dotó de algo incontrolable, tanto es así que todavía necesitamos un subconsciente aparentemente desfasado. Esta inteligencia humana es tan inútil como si una persona de la tribu más escondida del amazonas le regalasen un ordenador portátil, tan absurdo como si a una anciana le premiaran con un curso de skateboarding o sea deslizarse por las calles con un monopatín, tan peligroso como si un niño pequeño mientras juega en la calle se encontrara un arma cargada. Eso es lo que nos sucede como humanos. Mucha inteligencia es inútil si no sabemos cuidar nuestra casa, absurda si no sabemos respetarnos unos a otros, peligrosa si solo se utiliza para inventar guerras.

Deberíamos aprender de la naturaleza como dijo el poeta alemán Heinrich Heine, 1797-1856:

«La naturaleza, al igual que un gran poeta, es capaz de producir los efectos más espectaculares con los más humildes recursos. Sus únicas posesiones son el Sol, los árboles, las flores, el agua y el amor. Sin embargo, para quien no alberga amor en su corazón, ninguna de estas cosas tiene valor poético. Para un individuo así, el Sol tiene cierto número de kilómetros de diámetro, los árboles sirven para encender una fogata, las flores se clasifican en variedades y el agua es húmeda»

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