El vigía de nuestro caminar
Los amigos de la Seu Vella de Lleida, su presidente Joan Ramón Gonzáles, y nuestros compañeros de Granada Costa. el Sr. Manuel Zamora y la Dra Toñy Castillo en una bonita aventura… El Vigía de nuestro caminar estrito por Toñy e ilustrado por Manuel llega a niños/as y mayores con el objetivo de visualizar desde el sentimiento «El Castillo de Lleida» edición donde Diputación, Amics de la Seu Vella y Conselh Generau d’Aran han participado en el proyeco desde este nuevo trabajo «desde mi cometa.»
Hola, mi nombre es Toñy y soy profesora en un colegio muy especial. Se encuentra en la planta de Pediatría del Hospital Universitario Arnau de Vilanova de Lleida, al que asisten niños/as y jóvenes que por motivos de enfermedad, han de pasar unos días bajo el cuidado de médicos y enfermeras. Desde el Aula Hospitalaria, estudian, siguen con sus deberes sin olvidar… que lo importante es aprender mientras cuidamos de su salud, de esta manera, su estancia en el hospital es también es un periodo de aprendizajes donde todo el equipo de pediatría trabajamos juntos.
Pero también… me gusta escribir y contar historias…
…En el Aula hospitalaria, hay una cometa de lindos colores decorando la pared, pero es un poco traviesa y le gusta escaparse por las ventanas de las habitaciones del hospital. Al anochecer, espera a que todos duerman para volar libre sobre las calles, las casas y los campos. Cuando la cometa regresa por la mañana de sus vuelos, se sienta junto a los niños/as para contarles lo que ha visto mientras el aire la balanceaba.
Ayer, al regresar de su habitual paseo nocturno, le pregunté:
– ¿De dónde vienes tan alegre? Y ella, la cometa de lindos colores, me contó que venía de pasearse sobre la ciudad, observando como las personas dormían plácidamente después de juegos bajo el manto del Castillo de Lleida.
– ¿Y qué has visto mientras volabas? -Le pregunté-
– Respeto y generosidad -me contestó-.
Ella, la cometa me contó una historia un tanto extraña y por eso, le pedí que os las contara:
…Siempre recordaré la primera vez que vi el Castillo “la Seu Vella” de Lleida, majestuosa, elegante, con el brillo especial que ella suele tener en las mañanas de cualquier época del año. La recuerdo custodiando sus tierras… sus pueblos de hoy y antaño…
En mis vuelos, yo, esta humilde cometa, nunca antes hasta llegar a Lleida, había visto al Sol tomando de la mano a un monumento para aliarse con su sombra… mostrando su belleza eterna… Ni como la Luna, era capaz de recorrer kilómetros de cielos hasta alcanzar una Torre e iniciar el descanso en el regazo de su esbelta figura…
…Ella, nuestra Seu, erguida sobre sus pasos, se ha mantenido firme entre días soleados, donde las épocas de convivencia pacífica hacía brotar la hermandad y noches de nieblas que oscurecían la tranquilidad de sus gentes por las batallas vividas. Despertando cada amanecer serena, bella, como una doncella que luce lozana después de un sueño reparador.
Cuando alzas la vista a lo alto de nuestra querida Lleida, la Seu se descubre esplendorosa desde la cercanía de la proximidad y protectora desde la lejanía del destierro.
La Torre, emblema de estas tierras lleidatanas, ha formado parte de las vidas de las personas que se resguardaron del paso del tiempo entre sus robustos muros. Ya que ella, es el vigía de la paz que envuelve lo cotidiano, lo humano, siendo el reloj que mueve las manecillas de nuestra historia.
Yo, esta cometa de lindos colores, he viajado por infinidad de lugares recorriendo tierras, ríos, montañas y monumentos.
Los vientos me han envejecido, y mis vuelos son más lentos… Pero la Seu sigue igual de joven, resplandeciente, sin muescas que denoten su longevidad, sin que la erosión de los siglos haga mella en su presencia…
Los niños y niñas que esa mañana estaban ingresados en el hospital Arnau de Vilanova de Lleida, continuaban escuchando la historia, se mostraban atentos, expectantes y la cometa prosiguió:
Hace mucho, mucho tiempo… planeando por estas tierras fértiles divisé una carretera… a lo lejos se acercaba un coche. Me posé junto a ellos y observé a María junto a sus padres y Ángel, el pequeño de la familia que regresaban de vacaciones. Habían disfrutado de unos días de descanso donde los castillos en la arena de la playa y los paseos junto al mar marcaban el final del verano.
María anhelaba llegar a Lleida, deseaba que viaje de vuelta pasara rápido y pensaba… que pronto estaría en la Plaza del Escorxador, donde cada día al salir del colegio jugaba con su hermano entre bancos y columpios, entre toboganes y meriendas… bajo la atenta mirada de sus padres veladores de su infancia.
Era finales de agosto y en septiembre, la niña empezaría a estudiar en el instituto. Habían sido unas vacaciones especiales, ya que al regresar, cambiaría su eterno colegio por un edificio más grande y eso le hacía sentir contenta por hacerse mayor. La idea de iniciar un nuevo comienzo entre estudios e ilusiones le entusiasmaba, pero también, le hacía sentir un poco triste por dejar la escuela en la que había estado estudiando desde bien pequeña.
María observaba desde la ventanilla del coche las señales que marcaban los kilómetros que faltaban para llegar a su querida ciudad, pero le ocurría que mientras más se aproximaba, más eterno se le hacía el trayecto… como si el coche no avanzara… veía pasar los árboles despacio… miraba a Ángel que se había dormido y sus ojos volvían a revivir la magia de los campos donde los frutales con las ramas abiertas, habían donado el sabor de sus riquezas.
El sol en el horizonte iluminaba la Seu Vella “lo Castell
-como le llamáis la gente de Lleida a la gran fortaleza dentro de la cual está la joya de la vieja catedral-.
El paisaje y esa imagen de tonos rojizos, le hizo recordar a María una tarde en la que fue con sus padres a pasear por “lo Castell” y se quedó impresionada al comprobar cómo desde sus muros se contemplaban las tierras bañadas por el río Segre y como este, alimentaba la sensación de fraternidad entre huertos y edificios, uniéndose a modo de crisol, a los transeúntes que caminaban entre plazas, ramblas y suelos embaldosados.
La niña reconocía calles y casas, descubriendo que la vida transcurría bajo la atenta mirada de la Torre de la Seu. Observando como la historia de las piedras con las que los muros estaban construidos, sumaban el esfuerzo de pueblos y culturas diferentes para construir un legado único.
- ¿Falta mucho mamá…?- Preguntó María-
- No, pronto llegaremos –Respondió Anna, su madre-
El coche avanzaba al igual que sus recuerdos…
Recordaba su paseo por la Seu Vella, cuando al detenerse ante la Puerta de los Apóstoles se encontraron a un anciano que sentado bajo los pedestales de las desaparecidas estatuas, oraba sigiloso.
La presencia de la familia le sacaron de su retiro voluntario y este, al ver como la niña miraba con tanto cariño la grandeza del campanario, -de la gran torre que domina todo-, la saludó:
- ¿Hola te gusta tu ciudad? -dijo dirigiéndose a María-
- Sí nunca la vi desde este lugar ¿Y a usted?
- Sí, me gusta revivir la historia que inunda este bello legado. Aquí, se siente la presencia de nuestros antepasados, las espadas y los escudos de aquellas batallas que hoy han dado lugar a festejos… donde nadie gana ni nadie pierde… como la Fiesta de Moros y Cristianos…
- Aquí, se pueden sentir los vítores estudiantiles de la gloriosa universidad y se ve el reflejo inmaculado de los velos que ocultaban los rostros de las novias… Pudiendo oírse: Cantos de alabanzas y rezos a través de las rendijas de los pilares donde esta Catedral sustenta.
La niña atendía a las explicaciones y le preguntó:
- ¿Por eso está usted aquí?
- Estoy aquí para formar parte de este lugar que nos hermana con nuestro pasado y presente, proyectándonos hacia el futuro.
María escuchaba atenta mientras el anciano continuó:
- ¿Deseas que te explique dónde estás…?
- ¡Si claro exclamó asombrada!
- Pero para ello deberás subir conmigo. –Dijo señalando al campanario de la Torre-.
Los padres de María asintieron con la cabeza animándola acompañar al anciano.
La niña miró la Torre que envuelta en nubes le hacía lucir altiva, orgullosa e iniciaron la subida de los 238 escalones que les llevaría a descubrir parte de la comarca del Segriá y los campos que hacen de ella una tierra fructífera de árboles que simbolizan la savia de la vida.
Desde ese lugar el anciano prosiguió:
- Mira hacia abajo María… Hace mucho tiempo, en esos llanos que riega el Río Segre combatieron las legiones de Cesar y Pompeyo por ese entonces esta ciudad era conocida como la ciudad romana Ilerda.
Siglos después, cuando los árabes la conquistaron, en este cerro donde estamos se construyó la Azuda y la mezquita principal, junto con casas y calles componiendo una típica medina.
Pasaron años, cuando levantaron el “Castell del Rei” que era el palacio donde residía el monarca en sus estancias en Lleida.
Pero fue la Seu, la Catedral, donde el esfuerzo ilusionado de todos se materializó consiguiendo hacer una de las más bellas de Europa-. Los moriscos que trabajaron en la construcción contribuyeron a su originalidad.
Durante un tiempo, cristianos, musulmanes y judíos vivieron en paz; sin embargo por desgracia la armonía se acabó y hubo persecuciones y expulsiones.
María, que siempre le gustaba pintar y escribir, sacó su cuaderno de la mochila y apoyada sobre piedras de historia dibujaba a romanos, árabes… reyes… condes y murallas…
El anciano, hablaba de batallas de otros tiempos, de las huellas de otras épocas sobre los habitantes de Ilerda o La Larida musulmana, recordando las heridas producidas en el monumento al llorar cada hijo caído en guerras. De las imágenes que componían estandartes de fe e identidad, de festejos y alegrías… de cultura y tradición, mientras María se enamoraba de una ciudad Lleida que supo cuidar su legado…
…El coche de la familia de María seguía avanzando…
A lo lejos, se empezó a dibujar el contorno del “Castell”, al admirarlo, la alegría se podía percibir en el interior del vehículo, sonreían al sentirse cerca de casa. Al fondo, en el horizonte, la magnífica Torre del campanario, hacía de vigía indicando el camino a seguir.
María estaba callada, sostenía entre sus manos un cuento en el que aparecía una cometa. Poco a poco, su cara se iluminaba recorriendo los últimos kilómetros que le llevaban a ver toda la solemnidad de la Seu Vella… En ese instante en el que la silueta se mostraba completa, envolviendo a los campos que rodeaban la carretera se sintió protegida, como si la Torre cuidara su regreso.
– Mamá estamos ya llegamos… ¿Verdad?
– ¡Claro, no ves la Seu…! ¡Ya hemos llegado! Dijo con los ojos emocionados al reconocerla parte de su esencia.
El coche paró en el edificio de pisos grises y blancos donde vivía María y sacaron las maletas, mientras el suave calor caía sobre Lleida.
Había silencio en el colegio del hospital, Carlos se mostraba muy interesado mientras Mario preguntó… ¿Ya has terminado de explicar cometa…? ¿O que paso…?
Y la cometa… prosiguió
Han transcurrido muchos, muchos los años… desde que María regresó a su casa después de las vacaciones… y se hizo mayor paseando por las calles y el castillo que la vio nacer… y siempre que puede sube hasta él para divisar su ciudad.
- ¿Y así se termina la historia? -Añadió David- Mi abuelo me dijo que en “Lo Castell” al anochecer hay sombras que caminan cerca de sus muros, y que en tardes de niebla se aprecian figuras de personas que se pasean en silencio.
- Eso cuenta la leyenda –añadió la cometa- . Un amanecer, volando cerca de la Puerta de la Anunciata escuche voces que decían tras el murmullo del viento: Que al llegar el crepúsculo, cuando el sol saluda a la luna, una niña recorre el turó de la Seu Vella… Unas decían que tenía la piel morena… otras que sus rizos dorados se balancean por el aire que mueven las manillas del reloj de los tiempos.
Comentaban que la niña acompaña a un anciano que se sienta en la puerta de los Apóstoles para escuchar de él: lamentos y oraciones, risas y pensamientos.
Y al ocultarse el día…
Se puede sentir sus pasos caminando unidos bajo el manto de la Seu, adentrándose en la historia del presente y del recuerdo.
Y al llegar la noche…
Se despiden de su encuentro y mientras la niña le lanza un beso, el abuelo sube las escaleras de la Torre para hacer sonar las campanas del monumento y con su replique… enciende las luces que iluminan la ciudad y nuestros momentos.
Por eso niños y niñas… Prosiguió la Cometa:
Cuando en la penumbra veáis el cielo resplandeciente a la luz del Castell ¡observar bien! y podréis ver una figura de un anciano que velando la obscuridad, espera cada amanecer ilusionado, para así, acompañar a los pasos incansables de la historia.
– ¿Sí? Preguntó Lluís asombrado
– Si -respondió la cometa- es más, mirar ahora por las ventanas de vuestras habitaciones, fijaros en la Torre del Castillo a lo lejos… mira hacia ella… creo que hay alguien asomado por los barrotes de sus ventanas…
En ese instante, yo la cometa reemprendí el vuelo y desde el cielo observaba a la Torre de la Seu que se iluminó alumbrado en hospital bajo el deseo de salud y esperanza.