TOMÁS DE IRIARTE FAMOSO FABULISTA ESPAÑOL

LOS DOS CONEJOS

Por entre unas matas

seguido de perros

-no diré corría –
volaba un conejo.

De su madriguera
salió un compañero,
y le dijo: ‘tente,
amigo, ¿qué es esto?
‘¿Qué ha de ser?

 – responde el conejo -;
sin aliento llego…
Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo’.

‘Sí – replica el otro -,
por allí los veo…
Pero no son galgos’.
‘¿Pues qué son?’.
‘Podencos’.

‘¿Qué? ¿Podencos dices?’
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo’.

‘Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso’.
‘Son galgos, te digo’.
‘Digo que podencos’.

En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.

Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.

     Los dos conejos es la fábula más conocida de este gran fabulista, Tomás de Iriarte, en la cual censura el enredarse en discusiones absurdas y si importancia, dejando a un lado el tema principal o más importante. De dicha fábula nos ha quedado la expresión son galgos o podencos.

     Recuerdo, que siendo pequeña, en el colegio y en un libro infantil que me encantaba y el cual leía una y otra vez, me aprendí de memoria esta y otras fábulas, tanto de Iriarte como de otros fabulistas. Entonces, la educación en el colegio de las monjas lo abarcaba todo. ¡Cuántas poesías aprendí en dicho libro! Pero, sobre todo, me encantaban las fábulas y sus preciosos dibujos de animalitos.

     La fábula -del latín fabulare, hablar- es un género literario muy antiguo, un relato o poema de formas populares dotado de una lección moralizante que encarna de manera sencilla los valores morales o sociales mediante una enseñanza final conocida como moraleja. Su rasgo distintivo es un mensaje moralizante a través de un ejemplo seguido de una moraleja explicada por el propio autor.

      Sus personajes suelen ser animales dotados de rasgos humanos, como el habla y el pensamiento. El autor, que siempre es el narrador, es capaz de saber lo que piensan, sienten o traman estos personajes. Son poemas o relatos con una clara intención pedagógica.

     Las fábulas fueron muy cultivadas ya desde la antigüedad clásica, como las del griego Esopo -que, afortunadamente, han sobrevivido hasta nuestros días- y han seguido cultivándose a lo largo del Medioevo y el Renacimiento.

     Fabulistas famosos son asimismo Fedro, Samaniego, el francés La Fontaine, el inglés Jhon Gay y otros.

       Volviendo a nuestro fabulista, Tomas de Iriarte y Nieves Ravelo, nació en Puerto de la Cruz, Tenerife, un 18 de septiembre de 1750. Fue traductor, archivero, dramaturgo, poeta de la Ilustración y músico aficionado.

      Sus padres fueron Bernardo de Iriarte Cisneros y Bárbara Cleta Marcelina de las Nieves Ravelo. Provenía de una saga muy culta cuyos miembros fueron escritores y humanistas, tales como sus hermanos Bernardo de Iriarte y Domingo de Iriarte y su tío Juan de Iriarte.

       A los catorce años se traslada de Canarias a Madrid, junto con su tío Juan de Iriarte, y allí estudia las lenguas griega y francesa y literatura castellana, siendo ya conocedor del latín.

     En 1774 trabaja como oficial traductor de la primera Secretaría de Estado, cargo heredado de su tío. Son años muy fatigosos para el autor por la cantidad de tareas que hubo de desempeñar, entre ellas la de Archivero del Consejo de Guerra.

     Su carrera literaria se inicia como traductor de teatro francés, traduciendo “Arte poética”, de Horacio. En 1770 publicó su comedia Hacer que hacemos, comedia en un acto cuyo protagonista es “don perfecto atareado”, que nunca hace nada.

     Como satírico, compuso el opúsculo Los literatos en Cuaresma, en 1773, sobre los escritores neoclásicos españoles, obra que le dio fama.

     En 1788 estrenó tres comedias morales: El señorito mimado, comedia sainete costumbrista en versos octosílabos, rima que repitió en La señorita malcriada del mismo año y estrenada en 1791, sobre la dificultad de educar a los hijos, y el Don de gentes. Antecesoras todas ellas a las comedias de Moratín y a la alta comedia francesa.

     El mismo año, a modo de melólogo (diálogo), introduce dicha forma en la escena dramática con un solo personaje en la obra Guzmán el Bueno, pieza teatral basada en el hecho de Guzmán el Bueno y la Plaza de Tarifa, con acompañamiento de orquesta y música de su autoría.

     Pero no solo dominaba la literatura. Iriarte se especializó en tocar el violín y la viola, al tiempo que componía sinfonías, hoy ya perdidas. Compuso, entre otras obras, el poema didáctico La música, 1779, en cinco cantos de silvas, traducido a varios idiomas, una joya digna de ser envidiada por todos los pueblos cultos que reportó al autor un reconocimiento internacional.

¡Oh cuánto sobresales,

Antigua Iglesia Hispana!

No es ya mi canto, no, quien te celebra,

Sino las mismas obras inmortales

De Patiño, Roldán, García, Viana,

De Guerrero, Victoria, Ruiz, Morales,

De Líteres, San Juan, Durón y Neva

(fragmento)

     Pero por lo que Iriarte es más conocido es por sus sesenta y siete Fábulas literarias, 1782, editadas como la primera colección de fábulas enteramente originales, en cuyo prólogo reivindica ser el primer español en introducir este género. Consecuencia de lo cual, motivó una larga contienda con el que fue su amigo Félix María de Samaniego, ya que este había publicado su colección de fábulas en 1781.

     Sus fábulas son poemas satíricos y moralizantes escritos en versos sencillos y claros con cierto aire de novedad y gracia, ya que Iriarte fue un innovador de  este género.

     La fábula más conocida de Iriarte es la de Los dos conejos. De ahí proviene el dicho: Son galgos o podencos. En ella se censura el enredarse en discusiones sin importancia dejando a un lado lo principal o importante con la moraleja: Dejan lo que importa, llévense este ejemplo.

     Otra fábula muy conocida es El burro flautista, en la que nos dice que algunos, sin saber nada de arte, si aciertan, es por casualidad.

EL BURRO FLAUTISTA

Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.

Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,  
pasaba un borrico

Por casualidad.
Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidada
por casualidad.

Acercose a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido
por casualidad.

En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad.

«¡Oh!», dijo el borrico,
«¡qué bien sé tocar!
¡y dirán que es mala
la música asnal!».

Sin reglas del arte,
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.

     De aquí nos ha quedado igualmente el dicho: Por casualidad.

 Famosas son también las siguientes fábulas:

El pato y la serpiente, en la cual se nos dice que más vale saber una cosa bien que muchas mal.

El oso, la mona y el cerdo, sacando en conclusión que si un necio te aplaude, es porque tu obra es muy mala.

La venta del burro, satirizando a  los que compran libros solo por la encuadernación.

La rana y el renacuajo, sobre la mala poesía con mucha hojarasca.

La rana y la gallina, por quien pregona algo inútil y presume de ello.

Amén de otras muchas más hasta el número de sesenta y siete.

      Su idea de la poesía era propia de la Ilustración. Decía: Los pueblos que carecen de poetas carecen de heroísmo; la poesía conmemora perdurablemente los grandes hechos y las grandes virtudes.

     Iriarte fue, sobre todo, el prototipo de cortesano dieciochesco, culto, elegante, cosmopolita, amante del baile y las galanterías y buen conversador. En Madrid llevó una intensa vida social y literaria, siendo asiduo de la tertulia de la Fonda de San Sebastián y amigo de Nicolás Fernández de Moratín, José Cadalso y otros grandes escritores de la época.

     Sus fábulas, ya clásicas, siguen editándose y están incluidas en las antologías y los libros para niños por su enseñanza moral y social. Temas que aún son de actualidad por sus atractivos personajes, encarnados por animales conocidos, y la sencillez de sus versos, al alcance de cualquiera que los lea. Habiendo quedado muchas de ellas como dichos que se siguen repitiendo por su enseñanza moral.

       Antes de morir, Tomás de Iriarte hizo realidad sus deseos de ver publicada su Colección de obras en verso y en prosa.

Murió de gota en Madrid el 17 de septiembre de 1791 a los cuarenta años.

Carmen Carrasco Ramos

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