EN EL PAÍS DE LOS CIEGOS
Las Navidades son una época propicia para realizar recapitulaciones: cuáles han sido las mejores películas del último año, las mayores gestas deportivas, las más sonadas corruptelas y despropósitos (yo he cumplido todos y cada uno de mis despropósitos de año nuevo, doy f), etcétera. Y me puse manos a la obra.
Como la memoria a corto plazo ya me falla, pensé en una novela que hubiera dejado huella en mí así, en general. Y en mi mente surgió “El día de los Trífidos”.
No tengo ni la menor idea de por qué pensé en esa creación del escritor de ciencia ficción John Wyndham. Sin duda se trata de una muy buena obra, pero lejos de estar entre las mejores que haya leído en mi vida. O que me hayan impactado más.
Sin meterme en terrenos del psicoanálisis freudiano, al principio supuse que tenía que ver con el hecho de que, aunque de forma indirecta, trata de diversas pandemias. El relato empieza con un hecho traumático: en un momento dado se produce un acontecimiento cósmico que deja a la mayor parte de la humanidad ciega, y por tanto a merced de unos engendros producto de la biotecnología y la guerra fría (la novela está escrita a mediados de los años cincuenta) llamados Trífidos, un espantoso híbrido entre vegetales y animales depredadores.
Pero luego colegí que quizá la razón fuera la cuestión de la ceguera. La imposibilidad de percibir la realidad que nos rodea es una de las metáforas más recurrentes no solo en la literatura y el cine, sino en el lenguaje cotidiano. Se me ocurren dos ejemplos distantes en el tiempo, pero estrechamente conectados de lo primero: la alegoría de la caverna platónica y la obra “Ensayo sobre la ceguera” de Saramago (quien, para evitar confusiones lamentables, me veo obligado a recordar que era varón). El filósofo griego trataba de mostrar, entre otras cosas, la incapacidad de la mayoría de personas para comprender la verdad, el bien y la justicia. Y no solo de eso, sino sobre todo de su renuncia a intentar comprenderlas. En el caso del premio Nóbel de literatura, de denunciar la sociedad egoísta que entre todos hemos construido.
No parece descabellado seguir estando de acuerdo con ambas propuestas. ¿Por qué será?
Respecto del lenguaje, existen infinidad de ejemplos, muchos de ellos aplicables a nuestra forma de ver las cosas hoy en día. No es necesario ser un iluminado para darse cuenta de ello. Bastará con un par de aforismos bien conocidos: “No hay peor ciego que el que no quiere ver” y “En el país de los ciegos, el tuerto es emérito”. No recuerdo bien si este último es exactamente así, por lo que dejo en manos del lector su interpretación. Aunque, bien mirado, no puedo dejar pasar la ocasión de citar a Nietzsche, de quien tomé prestado el título de esta sección: “Y aun la ceguera del ciego y su andar a tientas han de dar fe del poder del sol que miró”.
Ignoro qué sol tan terrible puede llegar a asomar en el próximo amanecer, pero sí sé al menos una cosa: les deseo a todos ustedes que tengan (o hayan tenido) unas felices fiestas en compañía de sus seres queridos y un próspero y acovídico 2022.
¡Eso sí, procuren no ponerse (o haberse puesto) ciegos de turrón y cava, no vayan a precisar de un lazarillo, que el de Tormes hace tiempo que se jubiló!
Javier Serra
Javier, estoy totalmente de acuerdo contigo, en todos sitios y ya sin darnos cuenta sale en las conversaciones las pandemias y otras cosas que citas, y de acuerdo también con los aforismos bien conocidos: “No hay peor ciego que el que no quiere ver” y “En el país de los ciegos, el tuerto es emérito”.
En lo de los turrones no muy de acuerdo, pero por una vez, claro que si!!!