¿Usted qué cuenta?
— ¿Así que usted es cuentista? —me preguntó alguien más anciano que yo, con el rostro esculpido en bronce del que partía una mirada luminosa.
—Sí, entre otras cosas. Escribo cuentos, relatos cortos….
—Pero ¿Cuenta usted algo?
—Hombre algo debo contar para escribirlos…
—No, no se engañe usted. Llevo leyendo cuentos toda la vida, cuando aún no alzaba dos cuartas cayeron en mis manos los cuentos de Calleja que mi padre coleccionaba, aunque siempre dijo que los compraba para mí. Anda que no lo pillé veces leyéndolos. Pues, como le decía, yo empecé con aquellos cuentos y me acostumbré a leer esas historias cortas. He leído muy pocas novelas. Cuando me sentaba a leer me acostumbré a no levantarme que acabara lo que leía… ahora con las novelas debo interrumpirlas y al ponerme de nuevo a la lectura no me queda más remedio que releer algo de lo leído el día antes y así se adelanta poco.
—Entonces lo que le preocupa a usted es que los cuentos sean demasiado largos.
—No, ¡quite usted!, es que a mi edad ya desbarro un poco, lo que quería decirle es que llevo toda la vida leyendo cuentos o relatos cortos, lo de “breves” me parece cursi.
No quise interrumpirle, para que no cortarle el hilo de lo que quería decirme, no necesitaba de mucha ayuda para que se le fuera el santo al cielo.
—Pues como le decía siempre me gustaron los cuentos, hasta hace unos años… de unos años para acá no aguanto los que se publican.
—Y eso…
—Pues eso, que no los soporto.
— ¿Por alguna razón en especial?
—Porque no son cuentos… no cuentan nada.
— ¿No será que no los entiende? —me supo mal introducir esa cuestión, pero la verdad es que yo no entendía lo que quería decirme aquel nonagenario.
— ¿Entenderlos? Por supuesto que los entiendo, y tanto que los entiendo. Una de mis quejas es que algunos autores suministran demasiados datos… Cómo puede ver no es de eso de lo que me quejo.
—Entonces ¿Qué es lo que no le gusta?
—Que los cuentos que se publican ahora no cuentan historias, se limitan a contar las impresiones del autor, sus sentimientos, sus pareceres muchas veces hasta su ideario político, yo los llamo cuentos impresionistas. Escriben sin sembrar una historia que nazca, se desarrolle y concluya, con o sin moraleja, eso para mí es lo de menos. Yo quiero que me cuenten una historia y a ser posible no demasiado amueblada, para que mi imaginación colabore, interactúe, creo que ahora lo llamáis así. Pero ahora mucho de lo que se publica como cuento son opiniones, predicas o partes médicos sobre la salud mental del autor, que se vierten en medio de embriones de historias que no se desarrollan. Otros le dan el nombre de cuentos a textos de prosa poética, bellísimos verdaderamente, pero que no son cuentos. Hace falta que se vuelvan a contar historias. Ahí es donde tenéis que demostrar que vuestra imaginación, la de los escritores es superior a la de los lectores, poniéndonos delante de los ojos la historia que nosotros acabaremos de decorar cada uno con su imaginación, quien disponga de mucha con ese cuento vivirá una gran historia, el que tenga menos se limitara a colorearla y el que no la tenga simplemente asimilará lo que lee, pero siempre será una historia. Ya sé que mi opinión no les importa pero me sentía obligado a decírsela.
La reflexión de mi interlocutor había agrietado los cimientos de un pensamiento solidificado por la rutina que, ahora tras varios días de introspección, las hendiduras seguían sin ensamblar.
Tras la charla con mi accidental interlocutor había vuelto a la tarea que me ocupaba aquellos días y aunque el tiempo apremiaba la reemprendí desde otra perspectiva. Decidí olvidar mis conclusiones por no llamarles obsesiones sobre los textos que debía valorar y empecé a leerlos de nuevo, pero esta vez teniendo en cuenta la opinión del anciano. ¿Contenían una historia?
Consulté el calendario y supe que, robándole alguna hora al sueño, tendría suficiente tiempo para presentar mi informe como jurado al certamen de cuentos.
Alberto Giménez Prieto
Cierto y verdad, un gran resumen de lo actual en los procesos de certámenes literarios. En cualquier caso, siempre aparece ese grupo de buenos relatos con alma y enseñanza, aparte de distraer y potenciar la fantasía.
Abrazos a repartir.