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VIDA Y OBRA DE SALVADOR RUEDA, UN GRAN POETA DE LA AXARQUÍA MAÑAGUEÑA

Salvador Rueda Santos viene al mundo el dos de diciembre de 1857, en la aldea malagueña de BENAQUE, aneja a MACHARAVIAYA (Málaga), un pintoresco caserío rural de apenas treinta y cuatro casas, en las que destacaba su descomunal iglesia, rodeado en viñedos y arboleda diversa. En su partida de bautismo figura con el nombre de Salvador Francisco. Sus padres: Salvador Rueda Ruíz y María Santos Gallardo; un matrimonio de pobres campesinos honrados y trabajadores. Se casaron en 1853, y engendraron siete hijos; cuatro murieron prematuramente y sobrevivieron Salvador, Ubalda y José.

Apenas pudo valerse por sí mismo, lo pusieron a aprender un oficio en el que destacara, así probó a ser labrador, carpintero, panadero, acólito y pirotécnico. En ninguna de estas facetas destacó. Su padre no comprendió el temperamento soñador y artístico de aquel hijo. El futuro poeta fue siempre más aficionado a juegos y excursiones que al trabajo manual. Así crece, lejos de la civilización social y de la escuela convencional, en íntima comunidad con la naturaleza estudiando los fenómenos y trasformaciones lógicas de sus comportamientos.

¿Quién y cómo le enseño a leer en este ambiente? No lo sabemos. Pero es cierto que vino a remediar a Salvador el sacerdote Padre Robles, el cual se desplazaba desde Beajarafe (Málaga), para darle clases y enseñarle rudimentos de latín, al tiempo que se esforzaba en educar su gusto a las letras de los clásicos españoles y autores del Siglo de Oro: Jorge Manrique, Garcilaso, Fray Luis, Góngora, etc. “En su lectura (confiesa Salvador) formé el poco gusto literario que yo pueda tener; ellos han sido mi base, culto y guía, y sólo falta leer mis libros para ver que de lo clásico desciendo.

Pronto llegó el día en que visitó Málaga, que dejaría en su sensibilidad de niño un recuerdo imborrable.

Su padre, siempre decidido a hacer de él un hombre de provecho, prueba interesarlo en el oficio de arriero -una vida de mucho sacrificio en la lucha con las bestias y contrariedades anejas-, le lleva con su hermana Ubalda a la capital de la provincia. Aquella salida de Benaque -recuerda Salvador- «fue el primer vistazo que yo iba a dar al mundo civilizado. La emoción me embargaba al contemplar tantas maravillas». Es ahora cuando descubre que su espíritu de artista necesita la gran ciudad para fabricar su ambición y miras, y concibe el propósito de trasladarse allí algún día, fascinado por el tráfago y dinamismo que cautiva por su ajetreo al contemplarlo.

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Salvador Rueda

El fallecimiento de su padre, inesperadamente, abrió el horizonte de sus deseos, a pesar de que la pobreza de su familia le convertía de repente en ser el sustituto del difunto para sacar adelante a su madre y hermanos. Los amargos trances que siguieron al fatal desenlace, que dejaba a la familia en precarias condiciones, al frente de la pobre madre enferma y angustiada. Así transcurre la primera etapa de la vida del poeta en la aldea natal de Benaque. Allí, y entonces, nace y crece su timidez, su desmaño en el trato social, su amor por la familia, su honestidad humana y artística, su fidelidad a los amigos, su espíritu agradecido y noble. De su querida tierra sale pobre e inculto, pero excepcionalmente pleno de espíritu. »Criado a los pechos de campos, mares y montañas -decía el poeta en 1.914, e inclinada mi frente saciada de profundos y germinadores silencios, sobre la sabiduría natural durante los dieciocho primeros años de mi vida, en la que esculpí o engendré en mis entrañas espirituales, preñadas de secretos, y de todo el vasto tesoro de arquetipos de la Gran naturaleza creadora”.

El balance de esos años, en su terruño, no podía ser más halagüeño. Decía: “somos esclavos del plano en que vivimos; él conforma nuestra inclinación, modela nuestro temperamento, cuaja de modo determinante nuestro carácter. El mar, visto y oído desde las altas montañas, por primera vez…” De niño maneja en un templo los vasos sagrados, incensarios, misales, candelabros, atriles, casullas, conchas de bautismo, campanas, etc. y, ¡quién sabe si también me nace desde entonces la devoción por la religiosidad del Arte, y la frecuencia con que invoco, para las supremas imágenes, las palabras hostia, cáliz, coro, religión, templo, campanario, misal, facistol, órgano, y muchas más voces que ruedan constantemente por mis estrofas”. El respeto sagrado al Gran Todo, y el afán en penetrar en los misterios de la naturaleza auscultándola. ¿no provendrían también de esa educación primigenia del campo, del templo y del mar?»

Entre 1870 y 1875, una vez vencidos los problemas de familia y dinero, Salvador se establece en Málaga. Al principio, parece ser que se aloja en el Mesón de la Calle Camas, en el cual solían parar sus paisanos en los desplazamientos a la capital. En su estancia en la capital realiza numerosos oficios: Ejerció de guantero, corredor de guías, tipógrafo, droguero, y mancebo de botica. Mientras, su verdadera vocación, le lleva a establecer contactos con estudiantes y aspirantes a escritores, a cuyo lado siente crecer en su espíritu la llamada de las musas.

Se supone que de esta época (año 1872) es el poema «El agua y el hombre», cuyos versos reflejan indicios de su calidad de poeta. También prueba entonces, con modestos trabajos, su ejercicio en el periodismo literario-lírico, entregando, en colaboración con otros dos jóvenes amigos, charadas (pasatiempos), y otras menudencias – al periódico “El Mediodía», que dirigía don Narciso Díaz Escobar, procurando ocultar su identidad bajo el pseudónimo de “Dos y medio”, el medio era él. Parece ser que, descubierta su autoría, los periodistas le plantean un reto poético del que sale la primera versión del poema “mirarte sólo en mi ansiedad espero», el que luego corregido fue incluido en el «Poema del beso”. Lo importante para él fue que, impresionado don Narciso Díaz por sus cualidades poéticas, decidió protegerle, cosa que Salvador Rueda nunca olvidó, pues como él dice: “Fue don Narciso quien corrigió mis primeras cuartillas”. En seguida lo admiten entre los redactores de “El Mediodía», que publica sus poemas, a través de los cuales se va dando a conocer entre los lectores malagueños. Ello le permite ampliar el ámbito de sus trabajos literarios en «El Correo de Andalucía”, El Semanario de “Málaga” y la revista “Andalucía”.

Recopila sus primeros versos publicados y otros inéditos y publica su primer libro de versos, “Renglones cortos” (1880), cuando tiene veintidós años. Los críticos advierten en sus páginas aciertos indudables, aunque también una notable orfandad de lecturas y de “oficio” que Salvador admite con sinceridad. Y es que, aunque, el poeta nace, el poeta se educa. Atento a estos consejos, Rueda escribe ese mismo año el poema «Arcanos» que dedica a Núñez de Arce, y que luego, con otras tres composiciones, publicó el tomito titulado «Noventa Estrofas». Con estas introducciones advierte Rueda, como se va consolidando en Málaga su prestigio de escritor que, incluso rebasa, modestamente, las fronteras locales; fruto de ello serán los primeros premios que logra en su carrera poética: el del Instituto de Málaga en el Centenario de Calderón (1.881), y el del Liceo de la Capital de la provincia (1.882).

PRIMEROS AÑOS EN MADRID

Pronto recibe Rueda pruebas de gratitud de Núñez de Arce por la dedicatoria de «Arcanos». En l1882, nombrado Núñez de Arce Ministro de Ultramar, el político-poeta lo llama a la Corte, colocándolo en “La Gaceta de Madrid», con un sueldo de 5.000 reales al año; aunque al cesar su protector de ministro el 15 de febrero 1.883, pierde su puesto, pero esta llamada que inauguró su etapa madrileña, se prolongará por espacio de 37 años, y constituye la parte más brillante de su carrera literaria. La influencia de Núñez de Arce le abrirá todas las puertas, y el relacionarse con los mejores personajes del mundo literario. Satisfecho y orgulloso Salvador le escribe a Díaz de Escobar: “Aunque no los trato a todos, pero si me relaciono con Castelar, Echegaray, Campoamor, Zorrilla, Sellés, Clarín, Flores García, Armando Palacio, Manuel del Palacio y muchos más. No puedes figurarte lo raros que resultan todos ellos vistos de cerca o tratados. Pero, sobre todos, destaca don Gaspar; el cual puso a su disposición su biblioteca, donde Salvador lee con avidez los libros que su mentor le escoge; el mismo Núñez corrige sus composiciones. El trato que le dispensa a Salvador se puede estimar casi paternal. Salvador en cartas a Díaz de Escobar elogia la sabiduría de don Gaspar. Dice: “Chico, ¡vaya talento y modo de discurrir!”

Siguiendo los consejos de Don Gaspar, Rueda se entrega intensamente a su propia formación intelectual. De esta forma procura subsanar sus carencias culturales. No por ello descuida su labor periodística, nombrado redactor jede de “El Globo”. Luego escribe en «El Imparcial y en «La Diana». Empleado a la vez en diferentes tareas burocráticas, por razones lucrativas. Su espíritu inconformista se centra en un periodismo abierto a toda novedad, lejos de la rutina. Su alma de campesino se rebela contra la crueldad de la vida urbana.

Nada interrumpe su trabajo de escritor. En 1883 publica «Noventa estrofas, Cuadros de Andalucía y Don Ramiro». Estas obras, según las reseñas de prensa, no pasan inadvertidas, pues gracias a ellas Rueda pronuncia el año 1881, una conferencia muy aplaudida en el Ateneo de Madrid. Se siente eufórico y triunfante. «No paro ni un momento, dice, siempre estoy invitado acá y allá, recitando versos…» Mi timidez se ha modificado, aunque no se extingue, sin embargo, ya recito delante de la gente, visto frac y hago cosas que eran muy difíciles para mí». El mismo año gana un concurso literario, al que no quiso concurrir, y a espaldas suyas unos amigos presentaron la obra que fue la ganadora, su título «Fiesta y plática».

En racha de éxitos, obtiene nuevos triunfos. A los aplausos populares se unen los de los críticos más exigentes. En 1886 publica «El patio andaluz”. Clarín lo elogia exaltando sus cualidades literarias. En 1887 publica «El Cielo alegre». Libro a libro va construyendo una hermosa obra costumbrista de ambiente andaluz. En 1888 publica “Sinfonía», representando las cuatro estaciones del año, con 75 poemas. Lo sorprendente de este libro revolucionario, es que le reportó no pocas incomprensiones. Desconcertado ante la actitud de la crítica, decide suprimir este libro de su catálogo de obras poéticas. En 1889 publica «Estrellas errantes» que marca un retroceso en su trabajo creador. Después publica “lo que no muere”, justamente censurada por Clarín como indigna.

Ampliando su registro creador literario, ensaya el género novelístico, publicando en 1889 «El gusano de luz», obra que la define como estudio de sensualismo. Los críticos lo conceptuaban de idilio. Muy criticado por Pereda, que califica la obra de pornográfica. A pesar de todo, escribe a Díaz de Escobar: “Querido amigo: Ayer he vendido de un solo golpe la edición entera de mi novela “El gusano de luz”, con muchos elogios de la prensa de estos días. Creo inmerecido este triunfo ruidoso. Por lo pronto, hice mi agosto.

Al año siguiente, su buena suerte le premia con el logro de una digna estabilidad, pues por Orden de 10 de septiembre de 1890 le conceden el Negociado 6º en la Dirección general de Instituciones Públicas (Archivos, Bibliotecas y museos, teatro real, Bibliotecas Populares y Registro general de la propiedad Intelectual). Sosegado ya en este aspecto, se entrega al estudio y lectura de la Literatura griega y los clásicos españoles. Nunca abandonará la lectura de los viejos modelos. Reconoce su estado de salud en 1927y dice a Rafael Alberti: «Estoy torpe, casi no veo…”. A pesar de todo publica el «Himno a la carne», que provoca una oleada de escándalo en general, y en especial de Juan Valera, que califica el libro de libertinaje, como una “lascivia de viejo”, sin rebajar su aprecio por el poeta. Para poner un poco de paz en el asunto, publica de inmediato dos libros costumbristas: «Granada y Sevilla” y “Bajo la parra” en 1890.

Comienza el año 1891 con la publicación de «Tanda de Valses». Después publica «Cantos de la vendimia», elogiado por Clarín. No todo fueron alabanzas, sin embargo, por el tono desusado de aquellos poemas. La polémica volvió a encenderse con bríos, como él dice: «Pedían mi cabeza; a grandes gritos». Porque la cosa era clara, aunque yo no la explicaba; yo venía de las incubaciones hondas de la Naturaleza.

LA PRESENCIA DE RUBÉN DARÍO

Rubén Darío llega a España en 1892, con motivo del IV Centenario del descubrimiento de América. Rueda lo recibe como un compañero de revolución literaria. Era poco conocido en España. Rueda se propone difundir su obra e introducir al poeta en los círculos literarios madrileños, presentándolo a los mejores escritores y críticos. En “Liberal” le abre sus puertas publicándole el “Elogio de la seguidilla”, valorado por el director del diario, Miguel Moya.

La figura de Rubén Darío se hace pronto popular entre la juventud. Agradecido a Rueda, le expresa su admiración. Rubén redacta un “Pórtico” que figurará en “Tropel”, último libro de versos de Rueda, y que luego incluirá Rubén en “Cantos de vida y esperanza», allí proclama a Rueda Gran Capitán de la lírica y regio cruzado del arte. No opina lo mismo la crítica. Clarín le reprocha a Rueda su obsesión rubendariana, pues los nuevos poetas sudamericanos no son para él más que “sinsontes vestidos con plumaje parisien”, por lo que Rubén es un poeta sin jugo propio, que tiene el tic de la imitación, escribe sin respeto a la gramática ni a la lógica, y nunca dice nada entre dos platos. Estas palabras de Clarín marcaron para siempre el inseguro juicio de Rueda, que las repetirá tras romper con Rubén Darío.

CONTINUARÁ….

 

BIBLIOGRAFIA CONSULTADA

Gran Antología SALVADOR RUEDA por Cristóbal Cuevas. EDITORIAL ARGUVAL

Diccionario Enciclopédico ESPASA-CALPE, Novena Edición, 1.984

Por Rafael Camacho García

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