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Se tomó unos minutos para responder, con sus lágrimas imposibles de contener y su mirada en algún punto lejano dijo: “Hay muy poca información en nuestros países. Las mujeres no se imaginan lo que les puede pasar. Yo era muy joven, no conocía nada, me dejé llevar por un sueño, una ilusión, por escapar de mi realidad. Yo lo viví en carne propia. Por huir del maltrato entras en un tráfico del que no te das cuentas, te están llevando a sufrir más abusos, más traumas, eso duele mucho”.

Después de algunos años de superar su trauma Ana, nombre que se le dio para proteger su identidad, accedió a ser entrevistada por la BBC.

Con 18 años viajo a Inglaterra huyendo de un familiar que había abusado sexualmente de ella. su prima que vivía en Londres la invitó, aceptó porque era la única vía de escape que veía. Su prima mandó a un supuesto amigo a recogerla. Lo primero que le dijo este amigo fue: ‘Vas a hacer todo lo que yo te diga’. Estaba muy asustada, le dio un pasaporte falso y le hizo pasar por aduana de inmigración. Le dijo: Apréndete tu nombre completo y la fecha de nacimiento. Tú no me conoces, dices que vienes como turista. No voltees. No tartamudees. No te pongas nerviosa’.

Ella no entendía nada de lo que estaba pasando solo quería ver a su prima. Pero cuando por fin llegó hasta ella el mundo se le cayó encima, lo primero que su prima le dijo fue: “Ya llegaste, ahora te toca pagarme todo lo que gasté en ti. Te va a tocar empezar a trabajar. Vas a hacer todo lo que yo te diga. Estás en mis manos”. Ana se contuvo para no llorar y del baño salieron cuatro chicas con vestidos cortos y transparentes que dejaban ver su ropa interior. Ella cuenta que empezó a temblar y dijo que no pensaba prostituirse. Pero su prima le respondió: “En esto vas a trabajar hasta que termines de pagar la deuda que tienes conmigo, hasta que pagues el último centavo que pagué por ti”. Ana explotó y comenzó a llorar, pero aquellas lagrimas no la salvarían de lo que le esperaba.

La encerraron en una habitación, las otras chicas trataban de tranquilizarla y los primeros días la ocultaron de los clientes que llegaban, porque no paraba de llorar. Ella les preguntó como podían aguantar aquello y ellas contestaron que no tenían otra opción porque estaban permanentemente encerradas con llave. No tenían dinero, ni papeles. Afuera, en la puerta, siempre hay un hombre, las ventanas están selladas y tienen rejas, la puerta del patio tiene rejas. No hay forma de escapar. Pero no pudieron ocultarla por mucho tiempo ellas le dijeron que debía hacer cosas, aunque no quisiera, porque si no las hacía los hombres le golpearían.

Su prima se enteró de que la ocultaban y la obligó a salir. Tal como le avisaron los hombres la golpeaban porque ella no se dejaba. A pesar de las heridas nunca la llevaron a un médico, las otras chicas le daban cosas para el dolor. Pero pronto al ser la más joven, todos los hombres empezaron a pedirla a ella y su prima echó a las demás chicas. Uno detrás de otro, al abrir la puerta podía ver la fila de hombres que esperaban. Algunos no utilizaban protección y si decía algo le pegaban.

 La llevaban en automóvil de una casa franca a otra donde la encerraban. Ella no hablaba inglés, y según los expertos esta es una estrategia de las redes de explotación sexual, para que no puedan comunicarse con nadie, y cambiar de vivienda a menudo para no alertar a la policía.

Ana intentó escapar en varias ocasiones, pero no lo logró a cambio recibió tremendas palizas. Le decía a su prima: “Ya no puedo más” pero ella le contestaba que le tenía que pagar la deuda y que no intentara escapar. “Si sales nadie te va a entender, nadie te va a creer, no te das cuenta”

Un día un amigo de su prima que no conocía en que andaba metida llegó casualmente a aquella vivienda buscándola y a ver lo que ocurría la sacó de allí y pudo huir, la llevó a un hospital descubriendo que estaba embarazada y al preguntar por todas aquellas marcas en su cuerpo supieron la tortura a la que había sido sometida, aunque ella no dijo nada porque tenía mucho miedo.

En la entrevista se le quebró la voz al confesar que después de la pesadilla quería quitarse la vida, pero llorando dijo: “Si hay alguien que realmente me salvo de matarme fue mi hijo”. 

“Han pasado algunos años de aquello, ¿porque has accedido a ser entrevistada ahora? Le preguntó la BBC y ella dijo: “Tengo muchas secuelas. Para que yo le esté contando esto a usted es porque lo he superado un poco. No quisiera que otra niña pasara por lo que yo pasé y puede ser que ahora haya más. Es la realidad, cruda, dolorosa”.

Ella no fue ni es un caso aislado, cientos de mujeres y niños son víctimas actualmente del engaño y en ocasiones hasta de familiares para ser captados por redes de explotación sexual. Una realidad a día de hoy que sigue siendo una ulcera en nuestra sociedad.

Según el ultimo informe Mundial de UNODC “A pesar de que durante la pandemia se detectaron menos casos de trata de personas con fines de explotación sexual, ya que se cerraron los espacios públicos y las restricciones conexas, es una cifra engañosa ya que se han desplazado a una nueva modalidad de lugares más ocultos y menos seguros, lo que dificulta la identificación de las víctimas. El informe detalla también cómo la guerra y los conflictos ofrecen oportunidades que los delincuentes pueden aprovechar. Muestra que la guerra en Ucrania está elevando los riesgos de trata de personas para la población desplazada. La mayoría de las víctimas resultantes de los conflictos tienen su origen en países de África y Oriente Medio, donde son objeto de trata.

“La trata consiste en utilizar, en provecho propio y de un modo abusivo, las cualidades de una persona.

Para que la explotación se haga efectiva los tratantes deben recurrir a la captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de personas.

Los medios para llevar a cabo estas acciones son la amenaza o el uso de la fuerza u otras formas de coacción, el rapto, fraude, engaño, abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad”.

Fuentes: Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, Acnur y Margarita Rodríguez BBC Mundo.

Manuel Salcedo Gálvez

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