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Síndrome de Estocolmo Doméstico

Se conocieron en una fiesta, ella retenía la belleza que la juventud regala, pero tenía otra que no depende de la edad, su simpatía y su corazón sin filtros. Ella siempre había sido de verdad, su madre la enseñó. Allí conoció a aquel galante de fina piel con una pizca de soltura por los años, no tan joven para meter la pata por el nerviosismo, ni tan mayor para asustarla. Le dijo justo las palabras que quería escuchar. Educado, amable y considerado. Ella habló de sus frustraciones y él le decía que la entendía. Comenzaron a salir y él la escuchaba durante horas, viajaban y ella soñaba. Conoció a su familia, una como cualquier otra con sus cosas, pero que lo respaldaba. No podía creerlo, era perfecto, sin pensarlo se fueron a vivir juntos. Ella pensó que después de todo lo que había pasado en su corta vida, merecía a alguien tan bueno a su lado.

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El tiempo tiene una obstinación irremediable, mostrarnos la verdad y aunque a veces camina despacio siempre llega. Poco tiempo después, la soltura de aquel galán que a ella le pareció atractiva, se convirtió en vanidad. Una arrogancia que utilizaba para humillarla delante de cualquiera, pero ella se decía que él era muy gracioso y que ella se ofendía demasiado rápido. Las palabras que a ella le gustaba escuchar de él se habían perdido. Pero ella se decía, que era ella la que no sabía escuchar. Aquel hombre educado, amable y considerado tenía otro rostro no tan amable, pero ella se decía que venía cansado de trabajar. Aquellas horas que pasaba escuchándola ahora eran para sus amigos, pero ella se decía que él necesitaba su espacio. Cuando le hablaba de sus frustraciones él le decía que estaba loca, que fuera a un loquero, que estaba harto de trabajar y no quería oír lamentos, y ella se decía que tenía razón, que ella estaba mal y estaba poniendo en peligro la relación. Ella dejó de soñar y la familia de él seguían respaldándolo, a ella le decían que fuese a un psicólogo si no quería echar a perder esa relación. Ella se dejó y la llevaron a un profesional que en seguida le dijo todo lo contrario de lo que la familia esperaba, que a ella no le pasaba nada, es él al que le pasa y que debe dejarlo. Ella se molestó y lo tachó de mal profesional, él no es malo, es normal soy yo la que tiene el problema.

Por otro lado, él dice a sus amigos: «esta tía va a acabar conmigo, está loca, se lo doy todo, no sé qué más quiere, yo necesito mi espacio, mis amigos, mis hobbits. Yo paso de aguantar sus paranoias. Es absorbente, además no está sola, tiene el perro que le regalé y las estúpidas de sus amigas»

No hizo falta demasiado tiempo para que al lobo se le cayese la máscara de cordero y unas fauces que ella creía imposibles le escupieron a la cara. En el primer golpe perdió el equilibrio, algo extraño pasaba con su oído. La sangre siempre lo cambia todo, marcas rojas en la mesa, en la puerta y como fondo la peor prosa del mundo, insultos cortantes como cuchillas, sudor, ojos sangrientos, patadas. Ella estaba aturdida había bebido demasiado, desde que está con él cree que lo necesita. Ella sabía que mientras trabajaba, él estaba con otras, pero no quiso creerlo, lo necesitaba, no podía vivir sin él. Lloraba y se odiaba por no haberse controlado, se decía «eso a él no le gusta, es culpa mía, soy yo, estoy loca mi familia no lo entiende, creen que es malo, pero solo lo hacen por protegerme. Espero que me perdone. No he sabido entenderle, él necesita estar con sus amigos, las mujeres agobiamos a los hombres».

Su familia sufrió mucho por ella, se sentían impotentes ante su dolor y al mismo tiempo no podían hacerle ver la verdad, pero el corazón les dio fuerzas a riesgo de perderla y le hicieron mirarse al espejo para que viese que ese ojo amoratado no era amor, y ella seguía contestando que él no era malo la culpa la tenía su familia o hasta la sociedad. Después de conseguir dejarlo con mucha ayuda y esfuerzo por su parte, aun en las noches siente como si tuviese un síndrome de abstinencia tras dejar una droga, el tiempo le ayudó a ver la verdad, pero lamentablemente no muchas mujeres lo consiguen.

Casi todos conocemos algún caso parecido, antes no se entendía, hoy ya se le conoce como Síndrome de Estocolmo doméstico. Antes se pensaba que seguían con aquellos hombres porque carecían de recursos o por tener hijos que mantener, pero lo paradójico es que las víctimas en las que se generan estos procesos paralizantes por miedo, no siempre están ligadas a estos como pudiera pensarse, sino que en muchos de los casos son mujeres con independencia personal y económica que sin embargo continúan en relaciones donde sufren violencia. La víctima no se ve capaz de denunciar a su agresor, ni de abandonarlo. Entonces sucede la reacción paradójica, aparece un vínculo afectivo con su agresor que cada vez es más fuerte, llegando a defenderlo, dando razones a su comportamiento, incluso cuando ha tenido un instante de lucidez en el que presentó una denuncia, termina retirándola o en algunos casos declara a favor de su agresor antes de que sea condenado.

Según Dutton y Painter (1981), el abuso crea y mantiene en la pareja una dinámica de dependencia debido a su efecto asimétrico sobre el equilibrio de poder, siendo el vínculo traumático producido por la alternancia de refuerzos-castigos, bueno-malo, regalos-palizas.

Al empezar el maltrato su confianza y expectativas se rompen, produciendo en la víctima desorientación, pierde referentes, sufre estrés y ansiedad. Mas tarde en la búsqueda de una reorientación, busca nuevos referentes tratando de reordenar el caos de su mente para evitar la disonancia entre su compromiso con la pareja y la realidad traumática que está viviendo. Entonces ve que la única forma de tranquilizar su mente es auto inculparse entrando en la indefensión, finalmente proyecta la culpa al exterior, hacia otros. Es cuando el Síndrome de Estocolmo Doméstico se consolida y sume a la víctima en un progresivo estado de deterioro personal.

Las relaciones personales son procesos complejos para la psique del ser humano, nuestra debilidad por la belleza y nuestra necesidad de ser felices, pueden llegar a ser una venda en los ojos. Todo es tan bello cuando uno quiere que lo sea. A veces es bueno ver la belleza donde otros no la ven, pero en otras resulta peligroso. Sobre todo, cuando esa belleza es artificial, con la intención de ocultar cosas grotescas y en cuanto a la felicidad nunca está allí, está aquí dentro de nosotros mismos. Si conoces a alguien en esta situación apóyala sin juzgarla no le muestres tu frustración solo cariño, el amor es el mejor faro en la oscuridad.

Manuel Salcedo Galvez

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