Rosario Raro. El paisaje humano

Entrevista por Alberto Giménez Prieto

Su presencia es luminosa por la luz de su mirada que se expresa aun antes de que hable. Es una mirada acogedora, pero firme, serena, segura, la de quien posee los datos necesarios para respaldar las acciones que emprende, la de quien muestra una tremenda ilusión ¿o será tenacidad? por alcanzar la meta que se fijó, pero que el dinamismo que rige su vida, por mucho que avance, le hace pensar que siempre está a medio camino.

Es alguien que, a pesar de todos los logros que acumula, no los enarbola como arrogante reproche hacía quienes no los consiguieron o los envidian, ni siquiera habla de ellos.

Se expresa con un fluir quedo, sereno, que no apagado; sin mordazas y acostumbra a argumentar convincentemente cada una de sus respuestas —¡Que letrado perdieron los tribunales!—, no avasalla al interlocutor sino que lo envuelve con razonamientos y lo acuna con una sonrisa siempre presta.

No rehúye las preguntas, es más, se diría que renace con cada cuestión, está relajada y su mirada refulge con más arresto cuanto más poblado está el escenario que la rodea, se encuentra bien, está en su medio, en su escenario preferido, en el humano. Ya lo dijo: «No hay paisaje como la gente».

Esta entrevista surgió en una agradable y concurrida cena celebrada en su honor, en la que hablábamos de su última novela: «El cielo sobre Canfranc» (2022), que lleva trazas de alcanzar tan elevado número de lectores como «Volver a Canfranc» (2015) de la que se han impreso más de dieciséis ediciones en español y doce en francés. Pero no ha sido su única obra que, aparte de la lengua vernácula, ha sumado traducción a idioma foráneo, pues también «La huella de una carta» (2017) se ha traducido al árabe por la editorial canadiense Masaa que se encargará de que todo el mundo de lengua árabe pueda emocionarse con ella.

Tampoco el éxito pasó de largo para «Desaparecida en Siboney» (2019). En la que los personajes de Rosario Raro se trasladan a Cuba para contarnos una ficción que tiene sus orígenes en unos hechos reales y amargos sobre los que deberíamos reflexionar. Todas estas novelas tienen un común denominador: han sido publicadas por Planeta, algo que en sí mismo ya supone una meta para cualquier escritor.

No son estas las únicas publicaciones de Rosario Raro, pero si las más recientes y exitosas. Cuenta con una treintena de publicaciones de las que no todas se dedican a la ficción y encontramos también artículos sobre narratología, literatura, lengua o lingüística.

A la hora de cerrar este apartado no puedo ni quiero resistirme a señalar una obra suya de no tan reciente factura, pero que acabo de descubrir, que ha significado el hallazgo de una pequeña gran joya y cuya lectura me ha deleitado: «Desarmadas e invencibles» Editorial Talentura (2012).

Compruebo que su éxito literario no la ha apartado de su labor docente en la Universidad Jaime I de Castellón donde, aparte de sus clases, dirige el curso de Escritura Creativa de la Universidad y aún le queda tiempo para coordinar los clubs de lectura en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés en Castellón y Valencia, ser jurado de varios premios de novela y atender a este aficionado a la pluma que ha querido aprender algo de ella, aunque sea entrevistándola.

El trayecto vital por el que Rosario Raro se desplaza a diario, comienza robándole horas al sueño para despertar en el lector esas emociones que muy pocos autores son capaces de vislumbrar para, a continuación, explicar los secretos de la Lengua Española a futuros escritores y traductores y teniendo siempre algún momento para atender algún curioso como yo que quiere profundizar en su forma de trabajar:

—Rosario, al parecer tu noviazgo con la literatura fue precoz, ¿es así?

Desde que escribí mi primer relato —por llamarlo de alguna forma—más o menos a los siete años, me divirtió mucho esa posibilidad recién descubierta de insuflar vida al papel, de convertir palabras en elementos 3D, de observar mucho para después contar lo que me resultaba interesante.

Desde que tengo uso de razón mi sueño era que me publicara la editorial Planeta. Cuando sucedió por primera vez sentí que «la vida me había sacado a bailar» como dice uno de mis personajes. Nuestra infancia nos construye, es nuestro bildungsroman1 particular, somos el resultado de esos días. En mi caso esos recuerdos son un motor porque escribir supone para mí una forma de vivir en una continua realidad aumentada porque a lo que nos rodea le añadimos muchos significados más.

—¿Cómo descubriste que eras un ente activo literario?

A partir de los quince años comencé a escribir en la revista Agua Limpia de Segorbe. Ya había ganado entonces bastantes concursos literarios. El momento en que pensé que ya no había vuelta atrás fue cuando en 2001, al regreso de Lima, ciudad en la que viví varios años, gané un premio de relatos muy importante de Huelva y entonces me dije que aquello suponía que ya había quemado las naves y que tenía que continuar hacia adelante. Lo viví como una señal.. En esa exploración continúo.

—¿Qué representa para ti la escritura? ¿Una labor? O ¿Un desahogo?

Sin duda, escribir me hace muy feliz porque me proporciona libertad y felicidad. Me completa como ser humano. La escritura nos da satisfacciones inenarrables, aunque parezca una contradicción decirlo así. Nos amplifica la vida como te decía antes.

—¿Qué libros recuerdas con más viveza de tu despertar a las letras?

Los dos libros que me hicieron comenzar a leer de una forma continuada fueron: Los escarabajos vuelan al atardecer de María Gripe en el que aparecía el naturalista sueco Linneo y Crónica sentimental en rojo de Francisco González Ledesma, premio Planeta 1984. Tal vez este segundo no era demasiado apropiado para mi edad, pero fue determinante. No sentía que estaba leyendo sobre unos sucesos concretos en Barcelona, me sentía allí y entonces, en la ciudad que tanto había visitado porque es la de mi madre.

Al año siguiente leí Crónica del alba del escritor aragonés que falleció en San Diego, Ramón J. Sénder. Me sirvió para algo muy importante: para saber sin ninguna duda que quería dedicarme a escribir. Y después llegaron: Rebeca de Daphne Du Maurier, El alienista de Machado de Assís, Camino de Sirga de Jesús Moncada, Bearn o la sala de las muñecas de Llorenç Villalonga. Todo eso siendo muy joven, por eso creo que me calaron tanto. Son atemporales.

—¿Ha habido muchos obstáculos en tu carrera como literata?

Siempre pienso en la frase de Agatha Christie que dice con mucha ironía que “Para triunfar de un día para otro hacen falta veinte años”. Yo he tardado bastante más. Durante décadas he escrito sin que nadie me publicara. Como resultado de eso el 80 % de mi obra permanece inédita lo que hace que no tenga ningún tipo de estrés ni ansiedad porque considero que, en literatura, sobre todo en la escritura, las prisas no son nada buenas. A pesar de eso, de ser la voz que clamaba en el desierto, nunca dejé de escribir porque disfrutaba mucho haciéndolo.

—¿A qué escritores de hoy admira Rosario Raro?

Entre otros y, como no, de hoy y de siempre, a Cervantes, Pessoa, Caterina Albert (Víctor Català), Dino Buzzati, Max Aub, las mujeres de la generación del 27 (Nelken, Saornil, Arderiu, Catarineu, Mulder, Roca de Togores, etc. etc. etc.), Mercè Rodoreda, Bradbury, Julio Ramón Ribeyro, Alonso Cueto, Francisco González Ledesma, Vicent Andrés Estellés, Elena Poniatowska, el poeta limeño Luis Hernández Camarero, Montserrat Roig, Albert Sánchez Piñol, escritores alemanes, ingleses, franceses y norteamericanos actuales y a muchísimos compañeros a quienes no cito para no olvidarme de nadie de la colección de Autores Españoles e Iberoamericanos en la que yo publico mis novelas.

—¿Te gusta releer?

Sí, porque cuando volvemos a un libro ya no somos los mismos. Y tal vez, como consideraba Borges, el libro tampoco.

—¿Generalmente a las personas que hacen de su vocación oficio, siempre les queda alguna actividad que les hubiera gustado desarrollar, pero que, debido a la exhaustiva dedicación a la primera, acaba sacrificada, ¿es tu caso?

Mi otra gran pasión es la docencia y, en mi caso, la desarrollo también como profesora de Lengua Española en el grado de Traducción y Comunicación de la universidad de Castellón y en el Aula de Escritura Creativa.

—¿Crees que tu actividad como profesora de escritura creativa puede contaminar tu faceta de escritora?

Puedo afirmar que tras veinticinco años de cursos de Escritura Creativa escribo mejor. Esa continua reflexión sobre la escritura me aporta muchísimo. Es un aprendizaje continuo. A mis alumnos les digo que escribir —mejor o peor— lo puede hacer cualquiera, que como decía Óscar Wilde solo son necesarias dos cosas o tener en cuenta dos reglas: “tener algo que decir y decirlo” pero donde se mide un escritor es en la fase de taller de mecánica y después de taller de orfebrería.

—¿Crees que la escritura creativa es un campo intelectual en el que ya está todo descubierto o que, por el contrario, es un espacio en el que la curiosidad y el tanteo de los autores siguen descubriendo vías alternativas?

Creo que precisamente la creatividad y la creación son infinitas. Se trata de que la teoría y la técnica sean postextuales y no apriorismos.

—Cuando escribiendo te surge alguna duda importante ¿Tratas de resolverla inmediatamente o sigues escribiendo con la seguridad de que la solución llegará en su momento?

Las claves siempre me las da la historia o los personajes, releo, reflexiono, a veces durante días, y ato cabos.

—¿Hay alguna obra que te apetecería plasmar, pero cuya dificultad de desarrollo o por el desencuentro que supondría con tus lectores hace que la vayas retrasando?

No. Escribo en cada momento lo que siento que debo contar. Es necesario un estado de ánimo determinado a lo largo de cada obra para que esta mantenga su unidad emocional.

—Con todo lo que está cayendo, tú pareces refugiarte en el pasado, aunque no sea muy lejano, me refiero a tus últimas tres novelas, ¿prefieres zambullirte en terrenos históricos o es para dejar que las aguas se serenen y ver con más claridad la actualidad?

En nuestro pasado están las causas de nuestro presente. Mirar atrás para buscar una explicación, ese sería el cometido. Creo que eso ya es marca de la casa. Me interesa sobre todo rescatar historias que nos han sido escamoteadas porque no interesaba que las conociéramos. También siento predilección por aquellos hechos del pasado que no forman parte de un capítulo cerrado de nuestra historia, sino que, por el contrario, y como sucede en muchos casos, sus consecuencias se proyectan sobre nuestro presente y es muy probable que continúen en el futuro. En el caso de Volver a Canfranc fueron los perseguidos por el régimen nazi, en La huella de una carta los afectados por la talidomida y en Desaparecida en Siboney, los esclavos.

—¿No te da miedo quedarte encasillada como la escritora de Canfranc?

Es un orgullo que mi nombre se asocie con este lugar mítico. En cualquier caso, supone tan solo un diez por ciento de todo lo que he escrito. Eso sí, espero que el idilio sea eterno.

—¿Observas algún protocolo especial a la hora de escribir?

Escribo a primera hora de la mañana, cuanto más temprano mejor. Lo único que me resulta imprescindible para escribir es la soledad. No me gusta escribir contra una pared. Si el ordenador está conectado a Internet, mejor. De esta forma, es como tener varias ventanas enfrente, además de la física, la terraza, el balcón, etc. También escribo mucho en los viajes con luz natural y mí

ordenador portátil con el que puedo hacerlo en cualquier lugar. Eso sí, prefiero contar con una conexión a internet para consultar a cada momento el diccionario de la RAE. No escucho música ni la radio porque para mí la escritura es como una inmersión que me supone adentrarme en otro territorio y nada en ese lugar creado puede ser distinto a lo que escribo. A veces para “entrar en situación” escuchó las canciones que se nombran en mis novelas o relatos, pero solo antes de empezar.

También dibujo mapas mentales, lo ordeno todo en esquemas, en cuadrículas, en escaletas, utilizo cualquier medio que me sirva de ancla para la memoria.

Para mí de todo el proceso, la escritura supone un 20% y corregir el texto ocupa un 80% de mi tiempo dedicado a un libro, a un relato, a un artículo, poema, etc.

—Al escribir ¿cuentas con el asesoramiento de algún lector cero?

Es muy importante que, además del autor que vive dentro del texto como si fuera una instancia narratológica más, el libro, antes de ser publicado, lo lean otras personas.

—¿Hay atributos tuyos en alguno de los personajes de tus novelas?

Inevitablemente. Me disfrazo y me desnudo a la vez encarnándome en ellos.

—¿Te ves influida por los personajes que creas?

Dicen que la lectura y la escritura desarrollan la empatía porque nos obliga a ponernos en el lugar de otros, en sus zapatos, comprenderlos. Nos sacan de nosotros mismos y eso ya es mucho. Sí, me pasa con mis personajes.

—Haber alcanzado tu actual posición en el mundo literario ¿te produce vértigo a la hora de escribir algo nuevo?

No, porque cuando escribo no pienso en el número de ediciones que alcanzará mi novela, en su adaptación audiovisual, en las traducciones o en los premios. Eso llega después y no depende de mí. Mientras escribo vivo en el lugar que he construido con mis palabras, guarecida de la intemperie, en compañía de

mis personajes. A ellos me debo. Soy, parafraseando con variación en la persona gramatical a Pedro Salinas: “La voz a ellos debida”. Eso quiero: contar sus historias silenciadas.

Con la esperanza de que Rosario Raro no tarde mucho en sorprendernos dando voz a alguna nueva historia silenciada. Es alguien a quien aún le queda mucho por contar y con esto despedimos la entrevista.

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