Portada » Naturalezas vivas
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Pintora con más de 60 exposiciones individuales, otras tantas colectivas, con casi toda la producción vendida en todas ellas, presente en siete instituciones y museos a pesar de estar viva; ha expuesto, aparte de en España, en E.E.U.U., China, Brasil, Suecia, Reino Unido y otros países y no se lo tiene creído. Todo esto en treinta y cuatro años de magnífica pintura que acometió siendo aún una niña a la que no le querían dejar pintar. Pero dejémonos ahora de cifras y lugares y vayamos a lo que importa.

—Sus cuadros —me diréis.

—Pues no, la creadora. La simple contemplación de los cuadros ya nos advierte que estamos ante una obra genial. Me interesa la mano que los acaricia, la persona que les insufla ese hálito que los anima, la que les infunde esa vida que rebosa en cada trazo. Ese espíritu, que me enorgullece entrevistar, es Claudia Trilles Porcar, conocida artísticamente como Claudia de Vilafamés.

Nos cruzamos, hace muchos años, cuando ella acababa de llegar a Valencia y, a pesar de que eran sus inicios, ya la perseguía Galería Subex de Barcelona para que les diera la exclusividad sobre su obra. Emergía en los tiempos de la movida valenciana, en la que no sé si estuvo integrada, pero tampoco eso importa, el caso es que en aquellos tiempos de las discotecas perennes, surgieron nuevos talentos y aquí tenemos uno de ellos.

He sido testigo de su fulminante ascenso, de su meteórico éxito, a pesar de lo cual, la arrogancia no la ha visitado. Es la misma mujer que yo conocí cuando apenas era una chiquilla dotada, ya entonces, de una sensatez adulta que el paso del tiempo ha reforzado con un paradójico brío juvenil que la mantiene en pos de un propósito claramente definido, sin olvidar sus inicios, como tampoco recuerda a quienes la menospreciaban por aquellos tiempos.

Sigue teniendo, y ahora mucho más perfeccionada, esa varita mágica, porque Claudia no usa pinceles, sino que tiene una magia innata para dar vida a las naturalezas muertas. Alcanza la perfección de una fotografía perfecta, pero con esas aristas de sensibilidad que los seres humanos alcanzamos con nuestras imperfecciones. En todos sus cuadros hay algo de ella que nos ensimisma. Milagrea con los pigmentos hasta hacer brillar el alma a unos objetos, que se dicen inanimados, pero que cobran vida cuando los roza con su varita mágica.

Cuando te habla de su obra se percibe el cariño que se profesan mutuamente, trata de objetivar sus expresiones, recreándose al hablar de su gestación técnica, que es lo que interesa al visitante, lo que le anima a llevárselo; pero de la ilusión, del cariño, y del esfuerzo que aglutinó con el óleo y que arrastraron sus pinceles, de todo eso no habla, lo calla, eso, aunque va incluido en el precio, no es lo que se compra, eso es algo muy de ella y que quiere que así permanezca. Aunque la obra la pierda de vista definitivamente, siempre le quedará el recuerdo de su gestación, de su parto, de cómo fue creciendo ante ella, de cómo, al concluirla, se confundía con su pensamiento, porque eso era lo que había plasmado, su sentimiento, su pensamiento, ella no sabe hacerlo de otra forma.

Si buceas en su mirada veras que es cariño, al tiempo que coraje, lo que le supuso arrancarse del alma cada una de las pinceladas, veras en su mirada el desvelo y las expectativas que despertó cada cuadro.

Son algo que ha nacido de su sensibilidad, no es puramente un alarde técnico, que también, porque aparte de los colores y los trazos puso algo que llevaba muy adentro. Y al ver el resultado que nos muestra una imagen dotada con ese algo que se percibe, pero que no se sabe definir, ese algo que nos atrae y que nos hace mirarla una y otra vez, buscando eso que no sabemos que es, pero que está ahí, algo a lo que ella no te sabrá responder, pues es una parte de ella que ha transferido al lienzo y, como parte suya que es, solo la ve en ese espejo que es el cuadro del que ya forma parte inseparable.

Al ver sus obras estás viendo los esfuerzos de una niña que supo nadar a contracorriente y alcanzar su meta, la de darle vida y prestancia a unos objetos que nadaban olvidados ante nosotros sin que nadie los viera. Como resultado surgen estas NATURALEZAS VIVAS.

—Hola Claudia ¿eras muy joven, casi una niña, cuándo supiste que tu futuro pasaba por la pintura ¿Es así?

—Ya de pequeña tenía afición por el dibujo y el color, recuerdo mi infancia con libretas dibujadas y colores Alpino sobre la mesa del comedor de mi casa.

»En el colegio, los profesores, me presentaban a concursos de pintura a nivel provincial.

»En el colegio no nos enseñaban nada de dibujo o pintura, tuve la suerte de vivir en Vilafamés en el momento oportuno. Siendo niña con la creación del MACVAC[1] el pueblo se convirtió en un faro de cultura y para colmo de la suerte Progreso abrió allí una academia de pintura que fue donde realmente me di cuenta de que quería ser pintora o al menos intentarlo.

—¿Vivir en el mismo pueblo donde existe un museo tan importante te ayudó?

—El que se fundara el Museo de Arte Contemporáneo de Vilafamés cuando yo era una niña influyó de manera importantísima en que yo pinte.

»En los años 70 del siglo pasado, en Vilafamés había pocas cosas que hacer durante el verano, una tía mía que conocía al pintor Progreso y mi afición por el dibujo, habló con él para que fuese a aprender a pintar, querían que ocupase mi tiempo en alguna actividad.

»Progreso era uno de los pintores fundadores del Museo. Una de las condiciones para tener obra en el Museo era que el pintor debía adquirir una casa en el pueblo, por lo que el casco antiguo Vilafamés se llenó de artistas. Al ser un pueblo pequeño nos conocíamos todos.

—Si Progreso no hubiera abierto la academia en Vilafamés ¿hoy serías pintora? ¿Encontraste muchas dificultades para dedicarte a la pintura?

— A la primera pregunta puedo contestarte con un rotundo NO.

»Pertenezco a una familia de agricultores, donde el tener una hija artista era poco menos que una desgracia.

»Mis padres ya me habían buscado un oficio. En Vilafamés había una fábrica de pantalones y muchas mujeres trabajaban en casa cosiendo pantalones cuando volvían del campo, mi madre era una de ellas y habían decidido que mi destino era ayudar a mi madre a coserlos a lo que yo me negaba drásticamente.

»Cuando se lo comenté a Progreso, él me dijo que, con esfuerzo y dedicación, podía llegar a vivir de la pintura. Todavía recuerdo cuando le dije a mi padre que no quería coser, que quería ser pintora. Luego he tenido dificultades asociadas al género femenino, ¡te casarás y dejarás de pintar!, ¡tendrás hijos y dejarás de pintar!

—¿Te sientes integrada en alguna corriente artística?

—Desde que empecé a pintar siempre me he sentido atraída por el realismo. En mi juventud pintaba un realismo clásico, al estilo de los grandes bodegonistas holandeses o como Zurbarán. En 1995 viajé por primera vez a Nueva YorK y descubrí el foto-realismo. Aquí fue cuando me di cuenta que se podía hacer realismo de una forma más moderna y fue cuando empecé a investigar con nuevos formatos de lienzos y composiciones más simétricas.

—¿Pintas lo que te gusta o lo que el mercado te reclama?

—Siempre he pintado lo que me ha gustado y además he tenido la suerte de que también le ha gustado al público.

—¿La pintura y la familia se compatibilizan bien? 

—He intentado siempre compatibilizar  trabajo y familia.

»Durante el embarazo lo tuve complicado ya que lo pasé todo en reposo y luego vino la lactancia con una bebé prematura. Era difícil de compatibilizar, pero conseguí adaptar mis horarios de pintura a los suyos de sueño.

—¿Cómo es tu jornada de pintora profesional?

         —La pintura te la tienes que tomar como un trabajo y tienes que ponerte un horario. El realismo requiere muchas horas delante del cuadro. Yo paso todas las mañanas y las tardes al estudio.

—Como pintora ¿Tienes vacaciones?

—Lo bueno de ser autónoma es que te puedes coger las vacaciones a tu gusto, aunque nunca dejas el lápiz y el cuaderno.

—La vida bohemia del pintor ¿es una leyenda?

—En mi caso si es una leyenda. Hago una vida muy convencional. Aunque lo único que hago es lo que quiero y me gusta.

—¿El mundillo de la pintura es tan machista todavía como se dice?

—Yo no he tenido nunca ningún problema a la hora de ser aceptada en ningún grupo de artistas o galerías por ser mujer. Aunque la verdad es que siempre me he movido en un mundo de mujeres, mis galeristas siempre han sido y son mujeres: Carmen Balaguer de la Galeria ArtDam de Castelló; Victòria Salom de la Galeria Subex de Barcelona; Pippa Graber de la ArtDog Gallery de Londres.

 »Pero siempre ha sido un mundo de hombres y las mujeres han estado en un segundo plano.

—De no haber conocido a Amat Bellés, ¿Habrías llegado a dónde estás?

—Seguro que no. Amat me presentó a los galeristas de Subex de Barcelona, Manel Gudiol y Victòria Salom, cuando tan solo tenía 19 años, ellos buscaban pintores noveles, realistas y les gusto mi obra. Empecé exponiendo en colectivas, al poco tiempo firmamos un contrato en exclusiva que duró 8 años, esto me permitió una independencia económica con la que poder abandonar mi pueblo natal e ir a vivir a Valencia. Llevo exponiendo con ellos 34 años ininterrumpidamente.

»El mes de marzo de 2023 tenéis la oportunidad de ver mi nueva exposición en la galería Subex de Barcelona.

—¿Llevas la cuenta de las obras que han salido de tus pinceles?

—Es difícil llevar la cuenta, porque son muchos años pintando, pero si llevo 34 años trabajando profesionalmente y suelo pintar una media de unos 20 cuadros al año, eso nos da sobre unos 700 cuadros.

»Lo que sí que hago, desde el principio de mi carrera, es fotografiar todos los cuadros que pinto, aunque no los cuente.

—Ahora, al mirar atrás ¿te resulta creíble tu trayectoria como pintora?

—No soy persona que mire atrás. Pero a veces evoco a aquella joven que discutió con sus padres, por intentar cumplir un difícil sueño y que ahora expone en Barcelona, Londres y que ha pasado por galerías de Nueva York, Paris y Hong-Kong.

»Y he podido vivir toda mi vida de la pintura, eso sí que parece increíble.

—¿De dónde sacas todos esos objetos que protagonizan tus lienzos?

—La mayoría son objetos familiares, cacharros de las abuelas, de mi madre o de mi suegra; son objetos con los que he convivido.

»Ahora por ejemplo tengo una exposición titulada «Fardos – Tejidos de la memoria», en esta muestra todo gira alrededor de telas: sabanas, pañuelos, paños de cocina, y todo pertenece a la familia.

»También tengo muchos objetos algunos comprados en anticuarios otros son objetos nuevos con los que compongo mis bodegones.

—¿Crees que te queda mucho por explorar dentro de la naturaleza muerta?

—Ahora estoy en un gran momento creativo, tengo varios proyectos en mente y todos con naturalezas muertas, pero ninguna es una naturaleza muerta al uso.

»Tengo una serie terminada, sobre el paso del tiempo en mi territorio más cercano. La he plasmado con cepas encontradas por el campo. Estas cepas forman parte de bodegones que he montado en mi estudio, esta sí que es una naturaleza muerta en el más estricto sentido de la expresión. 

—¿Habiendo logrado encaramarte al lugar que ocupas pintando bodegones, te daría miedo tener que iniciarte en otro campo pictórico?

—Llevo casi 35 años pintando “bodegones”, ahora puedo decir que domino la técnica del bodegón en todas sus variantes. Me encuentro a gusto con ellos, creo haber logrado un estilo personal en el bodegón. El periodo de exploración de un estilo es largo y difícil y aunque lo he intentado con otros estilos diferentes al realismo, no me encuentro realmente convencida de los resultados. Ahora debo explotar la técnica que he adquirido con los años.

—¿Por qué una persona que ha alcanzado un éxito como el tuyo sigue viviendo en Castellón, cuando habitualmente expones en Barcelona y Londres?

—Con 19 años me marché de Vilafamés a Valencia, necesitaba respirar nuevos aires y entrar en contacto con otros artistas. Desde entonces he viajado mucho, he visitado las grandes pinacotecas y las grandes galerías. Decidí residir en Castelló porque es una ciudad cómoda, está cerca de dos capitales culturales como son Valencia y Barcelona y sobre todo porque está mi familia.

»Ahora vivir en una ciudad u otra carece de importancia, nos relacionamos por medio del ordenador.

—¿Te apetecería realizar alguna gran obra, pero que, precisamente por sus dimensiones, no te has atrevido a iniciarla?

—Todo artista quiere realizar una gran obra, algo por lo que se le recuerde, pero esta gran obra no tiene que ser grande por su tamaño, tiene que ser grande por su calidad.

—En ese caso Claudia, según entiendo yo, tú ya la tienes realizada, gracias por dedicarnos parte de tu valioso tiempo.


[1] Museo de Arte Contemporáneo Vicente Aguilera Cerni

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