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Libro recomendado “Homenaje a Antonio Rodríguez Pineda”

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PRÓLOGO

 

Reconozco, antes que nada, que en mi larga y prolífera andadura de amanuense  inquieto, atrevido y ─ a veces ─ osado y provocador, jamás había tenido la oportunidad de escribir sobre una persona como el protagonista de este libro.

En centenares de ocasiones he escrito, sobre y  acerca, de personas de todas las clases,  condición, pelaje y catadura moral. He llegado, incluso, a escribir sobre y de …  algunas (muy pocas)  personas buenas. Pero en muy escasas ocasiones tuve la oportunidad de loar o alabar a alguien como este entrañable ser humano y como este magnífico artista. No abundan en absoluto las «rara avis» en un mundo donde los pícaros, los trepas y los saltabalates  proliferan más que las moscas.

He de admitir también que, por la amistad que nos une y por la admiración que siento por él, no puedo ─ni debo ─ ser objetivo. Ni quiero serlo.

…A los que no conozcan ni hayan tratado nunca a Antonio Rodríguez Pineda («Pineda»), he de decirles  ─clara y honestamente─ que Antonio pertenece a ese reducido grupo de personas que vienen a este perro mundo… sólo a hacer el bien. Y lo hacen durante toda su vida. Desde que nacen hasta que mueren. Sin tregua alguna.

Ellos pertenecen a esa minoría de seres humanos que no pueden dañar ni hacer nada malo a nadie. Y no lo hacen porque, simplemente,  no sabrían hacerlo. Son ─intrínsecamente─  buenos hijos; buenos niños; buenos padres; buenos esposos y buenos amigos. Y si alguien que no me conozca está pensando que soy un adulador … es que no me conoce en absoluto. Que pregunten por mí o repasen mis producción periodística  y literaria y saldrán de esa duda. Por lo tanto, está claro que ─objetivamente hablando─ mis comentarios no son ni gratuitos ni banales.    Antonio, desde que andorreaba con pantalón corto por la calle Espejo de su Motril natal; cuando esperaba el paso de los acarretos cargados de cañas de azúcar camino de los trapiches azucareros; o cuando pasaba las horas muertas mirando a los jugadores del Motril CF, en el viejo y desaparecido estadio de El Majuelo, soñando un día ser él uno de ellos, era un niño feliz. Humilde como muchos, pero feliz como pocos.

Boton Antonio R Pineda

Cuando el jovencísimo Pineda, aún con pantalón corto, estudiaba en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de su ciudad natal; cuando pintaba primerizos cómics con lápices Alpino y borraba trazos con los trocitos de gomas Milán, ya soñaba con pintar, pintar, pintar y ser ─algún no lejano día─ pintor. Era un niño ilusionado. Y modesto  (Y no cometo ninguna indiscreción si digo que en esos primeros tiempos, ese niño se construía, él mismo, sus pinceles. Lo hacía con unas varitas de madera y…¡con mechones de su propio cabello!).

Antonio llegó a Madrid sin barba, y con una maleta de cartón duro, repleta de sueños e ilusiones. Y en la capital del reino, muy lejos de su Motril natal, de su playa del Pelaillo, de su Rambla de Capuchinos, de su verde Vega de cañas de azúcar y del olor a salitre marino, inició su andadura en el mundo del arte,

Y anduvo, luchando en silencio y siempre,  con la sonrisa, con la educación como carta de presentación y su innata humildad, como su documento de identidad.

Y Antonio, en Madrid, pintó. Y exploró formas y estilos. Y sus bodegones, sus retratos, sus paisajes y sus marinas fueron expandiéndose por toda la geografía española. Y por decenas de rincones de la vieja Europa. Y por países tan lejanos como Japón. Y sus exposiciones, (particulares o colectivas) fueron floreciendo por las principales ciudades, como brotan las flores de los almendros de su entrañable y querida Andalucía.

Como artista, brillante. Como persona, con una bonhomía ejemplar y envidiable. Y buen esposo. De eso puede dar fe su fiel y primorosa compañera, Maricarmen. Su Carma, que le acompaña y ama desde aquellos ya lejanos días de noviazgo en el cortijo de la calle de Las Cruces. Y como padre, su trío de primorosos vástagos (José Manuel, Yolanda y Javier) pueden atestiguar lo que digo. Buena persona y excelente artista.

Reconozco que no puedo, que no quiero y que no  tengo por qué ser objetivo. Pero la modestia, la bondad, y la valía artística de este motrileño de nacimiento, y madrileño de adopción, es ─ objetivamente ─  incuestionable.

                                                                          Manuel Fernández Olvera
(Madrid, junio de 2018)

 

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