Portada » La Fantasía: Escapismo o Necesidad

La Fantasía: Escapismo o Necesidad

Escapismo o Necesidad

Hay quien desprecia la fantasía como un juego de niños, como si inventar mundos imposibles fuera una traición a la dura realidad que nos golpea cada mañana. Gente que no ha entendido nada. Porque a veces, para comprender la vida —esa bestia sucia y hermosa que se nos escapa entre los dedos—, primero hay que perderse en los territorios de lo irreal.

Abril, con sus días que huelen a promesas rotas y cielos indecisos, es el mes perfecto para hablar de escapismo. Pero no del barato, no del que adormece o maquilla la miseria, sino del otro: el escapismo necesario, el que nos salva. El que nos hace más fuertes. El que, en mitad de la intemperie, aún nos deja soñar.

Tolkien, ese viejo maestro de Oxford que entendía de guerras porque había combatido en una, no escribió El Señor de los Anillos para evadir la vida. Lo hizo para explicarla. Cada hobbit que se enfrenta a su miedo, cada héroe que cae y se levanta, nos recuerda que la oscuridad no está solo en Mordor, sino también en cada renuncia, en cada mentira que nos decimos para no pelear. Sus historias no tratan de magia: tratan de dignidad, de resistir cuando todo parece perdido.

Michael Ende, en La historia interminable, fue aún más lejos. Nos contó que Fantasía muere  cuando  los  hombres  dejan  de  soñar.  Cuando  la  desesperanza,  esa

enfermedad silenciosa, se mete en los huesos y uno ya ni siquiera se atreve a imaginar. La Nada que lo devora todo no es una criatura fantástica: es la metáfora brutal del olvido, de la rendición, de la resignación.

Así que no, sumergirse en mundos de dragones, hechiceros y tierras imposibles no es huir. Es entrenarse para la vida real. Es aprender que, a veces, la única manera de aguantar el golpe es saber que, en algún rincón del alma, todavía somos capaces de creer en lo imposible.

La literatura fantástica es el taller secreto donde se forjan las armas del espíritu. El sitio donde uno aprende que los héroes de verdad no llevan capa ni espada, sino cicatrices. Que los viajes importantes no siempre tienen un mapa. Que el valor no consiste en no tener miedo, sino en caminar adelante aunque el miedo te arañe la garganta.

Cada página que recorremos en esos libros es una lección: sobre el honor, sobre la pérdida, sobre la esperanza. Un recordatorio de que incluso en los mundos donde la magia existe, hay que pagar un precio por cada victoria, y que nadie llega entero al final del camino.

Así, en este abril incierto, cuando la realidad a veces pesa como una losa, sumergirse en la fantasía es, más que un capricho, una necesidad. Porque solo quien ha cruzado desiertos imposibles, quien ha peleado junto a héroes que solo existen en el papel, es capaz luego de mirar de frente este mundo tan crudo, tan hermoso y tan difícil.

Como decía Cervantes —ese loco sabio que inventó al caballero más triste y más valiente de todos los tiempos—:

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos.”

Y la fantasía, en su forma más pura, no es otra cosa que eso: un acto radical de libertad frente a la brutalidad de los días.

José Manuel Gómez

Deja un comentario