¿Existe la maldad?
Mantener la esperanza en el ser humano, cuando el país y el mundo se tambalean, resulta complejo. Se necesita una gran dosis de fe en la persona cuando vemos que es el mismo ser humano quien pone trabas a otros de su misma especie hasta alterar su vida y precipitar su muerte, como lo demuestran los numerosos y continuados conflictos bélicos (Gaza, Israel. Irán, Ucrania, Rusia, etc).
Al interesarnos por sus causas, surge la pregunta: ¿existe la maldad? Es una de las hipótesis que sostienen diferentes estudiosos de la Psicología, la Filosofía, la Salud mental en alguno de sus libros, R. Armengol, A. Talarn, A. Cortina, H. Arent. Definir la violencia no es tarea fácil, ya que implica en todos los casos el uso de la fuerza y, aunque no se trate siempre de fuerza física, ésta puede utilizarse dañando también físicamente.
Cortina plantea tres tipos de funciones, relacionadas con el acto violento: la persona lleva a cabo acciones violentas por el placer que obtiene (función expresiva); se emplea la violencia como medio para obtener un fin, que sería justificable si se utilizara en legítima defensa (función instrumental); se recurre a la violencia para transmitir un mensaje (función comunicativa). Todas estas acciones pueden contemplarse en las guerras.
El hombre conoce la maldad a los pocos años de su existencia y desde entonces va comprendiendo la diferencia entre el bien y el mal. Entre aspiraciones, intereses y pasiones, conoce también el mal y la maldad.
Un conjunto de emociones, no bien integradas ni contenidas –celos, envidia, agresividad…–, pueden tener un papel relevante en el origen de la maldad y la violencia. Las pasiones, expresadas en grado sumo, pueden tener un papel destacado en el origen de las acciones perversas, aunque, para ello, sea necesario que dichas acciones se desarrollen en un ámbito que permita su expresión y en el que se pueda anular la capacidad de discernimiento de la persona en cuestión. Ni la bondad ni la maldad son innatas.
Desde el desarrollo de las neurociencias, hay autores que sostienen que la persona está preparada para realizar acciones bondadosas (de solidaridad, empatía), pero no existe ninguna base científica para pensar que desde la genética se pueda predecir el caràcter o la acción criminal.
¿Cuáles son las razones por las que el mal y la conciencia moral se ponen en marcha? La conciencia moral del ser humano, según R. Armengol, “es la actividad de su razón, cuando la persona enjuicia lo que hace y deja de hacer con los otros o para con los otros en lo que se refiere a beneficios o perjuicios”.
La conciencia moral evoluciona con el tiempo, y no del mismo modo en cada uno, como se observa en las distintas opiniones que sostienen las personas respecto a la admisión de emigrantes, la unión de parejas del mismo sexo o el reconocimiento y atención a las parejas divorciadas. La conciencia moral está gobernada por los sentidos, la razón, las creencias, las ideologías y se desarrolla en un determinado medio evolutivo.
Nuestros sentimientos morales cambian con el tiempo, las costumbres, las creencias, la educación. Su funcionamiento no siempre es absoluto, la persona puede cambiar su sentido moral, aceptar unos hechos y rechazar otros. Todos hemos podido observar como una persona con gran rigor moral puede cometer pequeñas, incluso grandes inmoralidades.
Muchos comportamientos, en los que se utiliza violencia, implican un mecanismo de disociación previa, por el que la persona desconecta la mente de lo que le ocurre permaneciendo aletargada su capacidad para vincularse.
Disociación significa separación, escisión entre los elementos de una unidad señalando que algo está roto, separado o dividido. Trasladado a la vida psíquica implica aislamiento, escisión de alguno o algunos aspectos de la personalidad indicándonos que ésta puede quedar rota, separada, aislada, incluso perder su sentido moral en el desarrollo de un acto violento.
Hay una variable, desde los clásicos hasta hoy, que explicaría la presencia de la violencia en nuestro mundo, cuando va unida al deseo de poseer y de obtener poder. El poder permite al violento actuar según su voluntad para imponer su deseo de dominar al otro. Éste es su placer. Para ello se recurre a medios y estilos muy variados. El poder es un conjunto de relaciones jerárquicas, mientras que la violencia genera rupturas. El poder, como medio, puede usarse de forma constructiva, la violencia es siempre destructiva.
Personas con poder tienden a servirse de su estatus para conseguir aquello que desean. La necesidad de poseer y la satisfacción de haberlo conseguido implican, en determinados casos, una disociación previa.
Cuando el poder y el deseo van unidos pueden convertirse en elementos necesarios para el desarrollo de actos de diferente signo, también violentos. El hecho de aprovecharse del poder y situarse por encima de los demás estaría en la base de las teorías sobre el abuso de otras personas y al situarse por encima de su voluntad hace que el abusador, al dominar a otro ser humano, se sienta poderoso.
Las personas no siempre están satisfechas con lo que tienen, quieren más y tener más que otras. De ahí, que el deseo de poder también sea insaciable, dirá J.A. Marina, deseo que se manifiesta tanto en ‘el poder que se tiene para hacer algo’, como en ‘el poder que se ejerce sobre alguien’.
Este doble aspecto del poder puede ser en ocasiones insaciable y su origen, como la mayoría de veces, procede de las experiencias vividas en la infancia. En este caso, según Gruen y Talarn, son las vivencias de humillación experimentadas, las que convierten a las personas que las han sufrido en personas necesitadas de ejercer este mismo poder de dominio sobre los demás. Al hacerlo, disocian este sentimiento, que proyectan y sitúan en otras personas a las que convierten en víctimas.
Como indicaba Freud: “el ser humano protege su propia vida destruyendo la ajena”. Hacer el mal sería una forma de huir del miedo a perder la vida, de morir. Este hecho, unido al deseo de ejercer el poder sobre los demás, suavizaría este sentimiento ante el miedo de perder una parte de sí mismo.
Sólo cabe una mirada desde la esperanza, la misma que tendría el pensador, cuya única expectativa es la de salvar de sí mismo a este ser humano, que ha utilizado el mal: darle la oportunidad de ir más allá y así, poder creer y aspirar a la trascendencia.