El verano vuelve a llamar

De niña sentía que el mundo cambiaba
cuando el sol de junio más fuerte brillaba.
Las clases olían a libros cerrados,
y el alma volaba sin estar atada.
Se notaba en el alma, se notaba en las calles,
las mochilas más ligeras, el corazón más vibrante.
El verano llegaba como un viejo amigo
que abría la puerta y corría de la mano conmigo.
Las golondrinas cruzaban el cielo,
venían de lejos, trayendo consuelo.
Y en Dúrcal el pueblo empezaba a brillar,
con niños en la calle, jugando sin parar.
Corríamos libres por el parque,
por la plaza, sin prisa y con mucha alegría.
Y cuando el calor ya no se aguantaba,
nos íbamos todos a los baños Urquízar.
Con toalla al hombro, y helado en la mano,
el mundo era simple, alegre y cercano.
Las tardes pasaban sin darnos ni cuenta,
jugando a marco-polo, al escondite o la comba.
Ahora que enseño, y se acerca el final,
mi clase se llena de un brillo especial.
Veo en sus ojos la misma emoción
que un día llenó también mi corazón.
Y al sonar la campana, sonrío tranquila:
el verano regresa, la infancia me guiña.
Porque ser maestra también es volver
a soñar con el sol… y volver a ser niña.
