El Legado Vivo: Entrevista Imaginaria con Miguel de Cervantes sobre su vida, obra y legado
Entrevista ficticia extraída de la biografía de Miguel de Cervantes y conjeturas sobre lo que el dramaturgo opinaría de su obra y legado actuales
Don Miguel, es un honor tener la oportunidad de charlar con vos. Hay algo que ha generado ciertas disputas entre los estudiosos a lo largo de los siglos, y es la cuestión de vuestro lugar de nacimiento. Algunos dicen que fuisteis natural de Alcalá de Henares, otros sugieren diferentes sitios. ¿Podríais vos mismo aclararlo?
¡Ah, amigo mío! Ved cómo a veces hasta el lugar donde uno viene al mundo puede convertirse en un misterio digno de una de mis novelas. Ciertamente, según los libros de bautismo, fui bautizado en Alcalá de Henares, lo cual podría inclinar a muchos a pensar que nací en dicha ciudad. Pero, ¿quién soy yo para contrariar a quienes prefieren imaginarme nacido en un lugar distinto? Lo que es verdad, es que en la «Información de Argel» me declaré natural de Alcalá, y aunque algunos querrían hacerme oriundo de otros sitios, prefiero no discutir con la historia.
Entonces, ¿podemos asumir que vuestra fecha de nacimiento es el 29 de septiembre, por la festividad de San Miguel, dado que lleváis su nombre?
Podéis asumirlo, sí, aunque os advierto que la exactitud en tales asuntos es como el viento que sopla, cambia de dirección a su antojo. Fui bautizado el 9 de octubre de 1547, y en efecto, el nombre de San Miguel bien pudo inspirar a mis padres, tal como era costumbre en aquellos tiempos. Mas, como he dicho antes, si alguien prefiere asignarme otro día, no le reprocharé su inclinación.
Vuestro apellido, Cervantes, es bien conocido, pero el de «Saavedra» es algo que comenzasteis a utilizar tras vuestro cautiverio en Argel. ¿De dónde proviene este apellido?
¡Ah, el famoso «Saavedra»! A decir verdad, algunos eruditos han sugerido que proviene de una palabra árabe, «shaibedraa», que se pronuncia casi como en nuestra lengua y que significa «brazo tullido». En efecto, tras mi infortunado encuentro con los turcos, quedé con el brazo izquierdo inutilizado, lo que podría haberme valido tal apodo en Argel. Otros, sin embargo, atribuyen el apellido a un intento mío de reinventarme al retornar de la esclavitud, tal vez inspirándome en los héroes de mis propias obras. No diré más, porque el misterio es parte del encanto, ¿no os parece?
Ciertamente, así es. Volviendo a vuestra familia, ¿qué nos podéis contar de vuestros padres y hermanos?
Mi padre, Rodrigo de Cervantes, era cirujano, y aunque su oficio no le granjeaba grandes riquezas, supo darnos lo necesario. Mi madre, doña Leonor de Cortinas, era una dama de Arganda del Rey, de quien poco se sabe, mas su influencia en mi vida fue indudable. Mis hermanos… Ah, los tuve muchos: Andrés, Andrea, Luisa, Rodrigo, Magdalena y Juan. Todos ellos vivieron sus propias historias, algunas más venturosas que otras. Mi hermano Rodrigo, por ejemplo, compartió conmigo la amarga experiencia del cautiverio en Argel.
Se ha discutido mucho sobre la ascendencia de vuestra familia, y algunos afirman que tenéis raíces conversas. ¿Qué podéis decir al respecto?
Las gentes siempre han tenido una curiosidad desmedida por los orígenes ajenos. Algunos afirman que mis ancestros fueron conversos, otros lo niegan. Os diré que, en lo que a mí respecta, me preocupé más por labrar mi propio destino que por desentrañar los secretos de mis antepasados. La familia Cervantes, que yo sepa, siempre fue respetada en Córdoba y desempeñó cargos de cierta importancia. Pero, si en mis venas corre sangre conversa, que así sea; me interesa más lo que hice con mi vida que el origen de la sangre que me dio el ser.
¡Qué respuesta tan sabia, Don Miguel! Hemos hablado ya de vuestra familia cercana, pero quisiéramos conocer un poco más sobre vuestros abuelos y el entorno en el que os criasteis. ¿Qué nos podéis contar de ellos?
¡Ah, mis abuelos! Por parte de mi padre, mi abuelo fue el licenciado Juan de Cervantes, hombre de leyes, y mi abuela, doña Leonor de Torreblanca, hija de un médico cordobés, don Juan Díaz de Torreblanca. Podéis ver, pues, que en mi linaje había tanto erudición como el arte de curar. Mi padre, Rodrigo de Cervantes, aunque nacido en Alcalá de Henares por las circunstancias del trabajo de su progenitor, no pudo seguir el camino académico de manera formal. Su vida fue marcada por la sordera y el carácter inquieto de nuestra familia, que anduvo de un lugar a otro como quien sigue el viento. De Córdoba a Sevilla, de Toledo a Valladolid, siempre en movimiento, como si la quietud fuera enemiga de nuestro linaje.
Vuestro padre, Don Rodrigo, fue cirujano, pero su vida no estuvo exenta de dificultades, ¿verdad?
Cierto es, amigo mío. Mi padre aprendió el oficio de cirujano, más cercano a lo que hoy llamaríais practicante, bajo la tutela de su abuelo materno y de un padrastro, también médico. No contaba con un título oficial, mas sus manos no por ello eran menos hábiles. Vivimos tiempos duros, y hacia 1551, nos trasladamos a Valladolid, donde las deudas le llevaron a prisión por unos meses y nuestras pocas pertenencias fueron embargadas. En 1556, mi padre regresó a Córdoba para recoger la herencia de mi abuelo Juan de Cervantes, y también para escapar de los acreedores que no le dejaban en paz. ¡Tal es la suerte de los que no conocen la estabilidad!
Parece que vuestro entorno fue una mezcla de inestabilidad y aprendizaje. ¿Qué sabéis de vuestros primeros estudios?
Poco puedo deciros con certeza, pues mi juventud fue, como mi familia, errante. No existen datos precisos sobre dónde recibí mis primeros estudios, aunque es posible que haya sido en Valladolid, Córdoba o Sevilla. Pero sabed que, en 1566, me establecí en Madrid, donde asistí al Estudio de la Villa, bajo la enseñanza del catedrático Juan López de Hoyos. Este buen hombre, quien me llamó «nuestro caro y amado discípulo», incluyó dos de mis poesías en un libro sobre la enfermedad y muerte de la reina Isabel de Valois. Fueron, quizás, mis primeras manifestaciones literarias, si es que algo de mi juventud puede considerarse definitivo.
Entonces, ¿esos fueron vuestros primeros pasos en el mundo de las letras? También se sabe que desde joven mostrasteis una gran afición por el teatro. ¿Qué podéis decirnos sobre esto?
¡Oh, el teatro! Confieso que desde muchacho se me iban los ojos tras la farándula, como diría mi buen Don Quijote. Me acuerdo bien de haber visto representar al gran Lope de Rueda, un varón insigne en la representación y en el entendimiento. Aun siendo mozo entonces, quedé prendado de sus coloquios, de aquellas representaciones tan sencillas y, a la vez, tan llenas de vida. No había en su tiempo los artificios de los teatros modernos, con sus tramoyas y efectos grandiosos; no, su arte se encerraba en un costal con unos cuantos pellicos, barbas y cayados. Pero con tan poco, hacía mucho. Aquellas representaciones, aunque humildes en apariencia, eran un festín para la imaginación. En mi juventud, asistía con avidez a tales espectáculos, que tanto alimentaron mi amor por las letras y las escenas.
¡Qué fascinante debió ser vivir esa época y asistir a aquellas representaciones tan modestas pero tan llenas de ingenio! Vuestra pasión por el teatro se refleja claramente en vuestra obra.
Sin duda alguna, el teatro dejó una huella en mí, una huella que nunca se borró y que habré de llevar siempre en el corazón. Esas primeras experiencias, tan llenas de vida, fueron la semilla de mi amor por las letras y por la creación de personajes que, aunque salidos de mi pluma, vivían con la misma intensidad que aquellos pastores y rufianes de las comedias de Lope de Rueda.
Don Miguel, hay rumores sobre un incidente que os llevó a Italia en 1569. Algunos dicen que heristeis a un tal Antonio Sigura en un duelo, lo que habría sido motivo de vuestra partida. ¿Es esto cierto?
¡Ah, los rumores, buen amigo! Tienen la mala costumbre de crecer como la hiedra, aferrándose a la verdad y añadiendo ramas de invención. No negaré que un duelo ocurrió, ni que pudiera haber un tal Sigura que reclamara satisfacción. Pero si acaso se me buscaba, no era por la gravedad del suceso, sino quizá porque, en aquellos días, las ofensas se tomaban con más celo que razón. Sea como fuere, Italia fue mi destino, y no me pesa haber recorrido esos caminos.
Así que Italia, ese país que tanto influyó en vuestra obra. ¿Qué fue lo que os cautivó de ella?
¡Italia, tierra de arte y belleza! Allí llegué a Roma en diciembre de aquel año de 1569, y desde entonces, mi corazón quedó prendado de sus maravillas. Roma, Génova, Florencia… cada ciudad tenía su propio encanto, su propio modo de capturar el alma de quien la pisaba. Leí en aquellos días los poemas caballerescos de Ludovico Ariosto, cuyas fantasías inspirarían a mi buen don Quijote. Y los Diálogos de amor de León Hebreo, que avivaron en mí una idea del amor más elevada y profunda. Italia me dio tanto en tan poco tiempo, que no es de extrañar que, en El licenciado Vidriera, la describiera con la admiración que merece.
Se os nota el aprecio por aquellas tierras. Pero, cambiando un poco de tema, ¿cómo llegasteis a enrolaros en la vida militar?
Tras un tiempo al servicio de Giulio Acquaviva, quien llegó a ser cardenal, decidí que era hora de abrazar otra vida. Así, me alisté como soldado en la compañía del capitán Diego de Urbina, en el Tercio Viejo de Sicilia, bajo el mando de don Miguel de Moncada. La vida militar me llevó a embarcarme en la galera Marquesa y, en octubre de 1571, a participar en la célebre Batalla de Lepanto.
La Batalla de Lepanto, ese fue un momento clave en vuestra vida, ¿verdad? Incluso se dice que os encontrabais enfermo, pero decidisteis luchar de todos modos.
Así es. La Batalla de Lepanto fue, como diría, «la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros.» Aunque estaba con calentura y mis amigos me instaron a quedarme bajo cubierta, yo respondí que no podía permitir que se dijese de mí que no hice lo que debía. ¡Qué dirían, pues, de un soldado que rehúsa la batalla! Preferí arriesgar la vida por Dios y por mi rey. Peleé con valor en el esquife, como lo ordenó mi capitán. Y aunque de la batalla salí con dos arcabuzazos en el pecho y una mano herida que quedó para siempre estropeada, no me arrepiento. Esa mano, aunque inútil, me recuerda el deber cumplido y el honor ganado.
Así os ganasteis el apodo de «Manco de Lepanto». A pesar de la gravedad de las heridas, no os retirasteis de la vida militar, ¿verdad?
Cierto es. Tras seis meses de recuperación en un hospital de Messina, volví al servicio activo. Participé en diversas expediciones navales, en Navarino, Corfú, Bizerta y Túnez. La vida militar me llevó por las principales ciudades de Sicilia, Cerdeña, Génova y la Lombardía, hasta que, finalmente, permanecí dos años en Nápoles. Fue una época de aventuras y descubrimientos, que fortaleció mi espíritu y mi pluma.
Don Miguel, vuestra vida ha estado marcada por episodios de gran valentía y sufrimiento. Hoy quisiera hablar sobre los casi cinco años que pasasteis en cautiverio en Argel. ¿Cómo fue vuestra experiencia en esas difíciles circunstancias?
Fueron años duros, sin duda. Después de ser capturado por la flotilla turca y llevado a Argel en 1575, me vi sometido a una vida de esclavitud bajo el mando de un renegado griego llamado Dali Mamí. Mis captores, al hallar las cartas de recomendación que llevaba conmigo, creyeron que era un hombre de gran importancia y demandaron un rescate considerable. Pero esos años no fueron de simple espera; intenté escapar en cuatro ocasiones, y cada intento fallido me hizo más consciente del valor de la libertad.
Cuatro intentos de fuga, ¡eso es impresionante! ¿Podéis contarnos cómo fueron esos intentos y qué os motivó a seguir intentándolo a pesar de los fracasos?
Claro que sí. Mi espíritu no era de aquellos que se acomodan al infortunio. En cada intento de fuga, me guió la esperanza de recuperar la libertad no solo para mí, sino para mis compañeros. En el primer intento, fuimos traicionados por un guía moro que debía llevarnos a Orán, y nos vimos obligados a regresar a Argel, encadenados y bajo una vigilancia aún más estricta.
Luego, en 1577, cuando mi madre logró reunir algo de dinero para nuestro rescate, preferí que mi hermano Rodrigo fuera liberado en lugar de mí. Con él, envié un plan para nuestra liberación, pero nuevamente, el destino no estuvo de nuestro lado. Una galera española que debía recoger a los cautivos escondidos en una cueva fue descubierta, y yo, para evitar represalias contra los demás, asumí toda la responsabilidad.
El tercer intento lo realicé por tierra, enviando cartas al general de Orán, Martín de Córdoba, pidiendo guías para nuestra fuga. Sin embargo, las cartas fueron interceptadas, y fui condenado a recibir dos mil azotes, una sentencia que, afortunadamente, nunca se cumplió gracias a la intercesión de varias personas.
El último intento, quizás el más ambicioso, involucró una fragata que había adquirido con dinero proporcionado por un mercader valenciano. Pero la traición de un ex dominico, Juan Blanco de Paz, frustró nuestro escape. Me trasladaron a una cárcel más segura, y se planeaba llevarme a Constantinopla, donde escapar sería casi imposible. A pesar de todo, nunca dejé que otros cargaran con la culpa de nuestros intentos; siempre asumí la responsabilidad.
Vuestro coraje es admirable, Don Miguel. Pero finalmente, en 1580, lograsteis vuestra libertad. ¿Cómo fue ese momento?
Después de tantos intentos fallidos, la llegada de los padres mercedarios y trinitarios fue mi salvación. Fray Juan Gil, con solo trescientos escudos, hizo lo imposible para reunir los quinientos que se pedían por mi rescate. Y lo logró cuando ya estaba encadenado en una galera a punto de partir hacia Constantinopla. El 19 de septiembre de 1580, gracias a su esfuerzo y al apoyo de mercaderes cristianos, fui finalmente liberado. Regresar a España en octubre fue un momento indescriptible, lleno de gratitud y una sensación de renacimiento.
Vuestra experiencia en Argel ha dejado una profunda huella en vuestras obras. ¿Cómo influyó este período en vuestra literatura?
Ese tiempo en Argel me ofreció una perspectiva única sobre la condición humana, la lucha por la libertad y la dignidad en medio del sufrimiento. Esos temas están presentes en varias de mis obras, como El trato de Argel y Los trabajos de Persiles y Sigismunda. También, en El Quijote, en la Historia del cautivo, reflejo la esencia de lo que viví. Escribir sobre ello fue mi forma de dar sentido a esos años y, quizás, de encontrar la redención en la palabra.
Don Miguel, después de vuestra liberación de Argel, vuestra vida siguió llena de desafíos. En 1581, os trasladasteis a Portugal con el propósito de rehacer vuestra vida y pagar las deudas contraídas por vuestra familia para rescataros. ¿Cómo fueron esos primeros años de libertad?
Esos años fueron complejos. Tras mi liberación, me vi en la necesidad de buscar oportunidades que me permitieran saldar las deudas y restablecer mi vida. Viajé a Portugal, donde entonces residía la corte de Felipe II, con la esperanza de encontrar algún empleo. Allí, debido a mi conocimiento de la cultura y costumbres del norte de África, me encomendaron una comisión secreta en Orán, por la cual recibí cincuenta escudos. No era mucho, pero era algo.
También intentasteis obtener un puesto en las Indias, ¿no es así?
Así es, en febrero de 1582, solicité un puesto vacante en las Indias, esperando que una nueva vida en el Nuevo Mundo me brindara mejores oportunidades. Sin embargo, no tuve éxito en esa solicitud, lo que fue una gran desilusión. Fue en ese contexto de incertidumbre cuando comencé a escribir La Galatea, mi primera obra literaria de gran envergadura.
La Galatea se publicó en 1585, y fue vuestra primera obra significativa. ¿Qué podéis contarnos sobre el proceso de escritura y la recepción de la obra?
La Galatea es una novela pastoril que, como mencionáis, empecé a escribir entre 1581 y 1583. La obra está dividida en seis libros, aunque solo publiqué la primera parte. Siempre tuve la intención de continuarla, pero nunca llegué a hacerlo. En el prólogo, hablé de mi afición por la poesía, que ha sido una constante en mi vida. La novela refleja las influencias de las lecturas que hice en Italia, especialmente de La Diana de Jorge de Montemayor, que asentó el género de la novela pastoril en España. Aunque La Galatea no tuvo un impacto inmediato y masivo, fue un paso importante en mi desarrollo como escritor.
Durante esa época, también tuvisteis una relación amorosa con Ana Villafranca, de la que nació vuestra hija Isabel. ¿Qué podéis decirnos sobre esa relación y sobre vuestra hija?
Mi relación con Ana Villafranca fue complicada, dado que ella estaba casada con un tabernero, Alonso Rodríguez. De nuestra relación nació Isabel Rodríguez y Villafranca, quien fue bautizada en abril de 1584 en Madrid. Aunque Isabel fue criada inicialmente por la hermana de Ana, Magdalena, más tarde la reconocí como Isabel de Saavedra cuando tenía dieciséis años. Nuestra relación no fue fácil ni cercana, algo que lamento profundamente.
A finales de 1584, contraísteis matrimonio con Catalina de Salazar y Palacios en Esquivias. ¿Cómo fue vuestra vida matrimonial?
Me casé con Catalina el 12 de diciembre de 1584. Era una joven de menos de veinte años y, aunque aportó una pequeña dote, nuestro matrimonio no resultó feliz. No tuvimos hijos, y mi vida se volvió más itinerante, especialmente cuando comencé a viajar extensamente por Andalucía. No hablo mucho de mi esposa en mis escritos autobiográficos, quizás porque nuestra relación no fue lo que esperábamos. A pesar de ello, he explorado el tema del matrimonio y el divorcio en obras como El juez de los divorcios, donde afirmo que «más vale el peor concierto que no el divorcio mejor», reflejando mi opinión sobre la institución del matrimonio.
Parece que esos años fueron difíciles y llenos de desafíos. A pesar de todo, vuestra capacidad para seguir creando y escribiendo es admirable. ¿Qué lección os dejaron esos años?
Esos años me enseñaron la resiliencia y la importancia de la perseverancia. A pesar de los fracasos, los rechazos y las dificultades personales, nunca dejé de escribir ni de buscar mi lugar en el mundo. La Galatea fue solo el comienzo de mi carrera literaria, y aunque mi vida personal no fue perfecta, cada experiencia me ayudó a crecer como escritor y como persona.
Hablemos de su etapa como comisario de provisiones para la Armada Invencible. Sé que durante esos años recorrió mucho de Andalucía, incluyendo La Mancha, Sevilla, y otros lugares. ¿Cómo influyeron estos viajes en su obra?
Efectivamente, esos años fueron de mucho andar, de ir y venir entre Madrid, La Mancha y Andalucía. Fue una época en la que vi mucho de nuestra tierra y conocí a personas de todo tipo, desde humildes campesinos hasta clérigos y hombres de armas. Ese peregrinar influyó en mi obra, sin duda. De hecho, fue en esos caminos donde fui encontrando la inspiración para personajes y tramas. «Rinconete y Cortadillo«, por ejemplo, sigue el recorrido que tantas veces hice por aquellas tierras.
Sevilla también parece haber tenido un papel importante en su vida, tanto en su trabajo como en su escritura. ¿Qué recuerdos guarda de esa ciudad?
Sevilla es una ciudad vibrante, llena de vida y color, pero también de contrastes. Recuerdo bien mis días allí como comisario de abastos, recorriendo municipios como Écija, Carmona y La Puebla de Cazalla, recogiendo aceitunas, aceite, trigo… Era un trabajo duro y no exento de conflictos. Llegué a estar excomulgado por un problema con el embargo de bienes de la Iglesia. Pero todo esto, aunque difícil, enriqueció mi entendimiento de la naturaleza humana, algo que volqué en mis escritos. Sevilla es también el lugar donde nacieron algunas ideas de mi «Don Quijote«.
Mencionó «Don Quijote», una obra que ha sido tan importante para la literatura universal. Pero antes de eso, pasó un tiempo en prisión, ¿es cierto que fue ahí donde «engendró» la idea del Quijote?
Así es. Fui encarcelado en Sevilla en 1597, no por culpa mía, sino por la quiebra del banco donde se habían depositado los fondos que yo recaudaba. En aquellos meses de reclusión, no diré que empecé a escribir el «Quijote» exactamente, pero sí que en la soledad de la celda, en medio de tanto pensamiento, nació en mí la idea de aquel hidalgo que pierde la cordura por tanto leer. La prisión, paradójicamente, fue un lugar de libertad creativa.
Hablando de su creatividad, me gustaría preguntarle sobre su carrera como dramaturgo. Fue usted un innovador en el teatro, pero luego Lope de Vega llegó con nuevas fórmulas que desplazaron su estilo. ¿Cómo vivió ese cambio?
Ah, el teatro… Siempre fue una de mis grandes pasiones. Durante un tiempo, mis comedias se representaron con éxito, aunque con los años el público se inclinó por el estilo de Lope de Vega, más ligero y adaptado a los nuevos tiempos. Yo, por mi parte, intenté mantenerme fiel a mis principios renacentistas y clasicistas, respetando las unidades aristotélicas y evitando mezclar lo trágico y lo cómico. Sin embargo, reconozco que Lope tenía un talento innato para captar lo que el público quería. No pude, o no quise, adaptarme a su fórmula, y eso me llevó a relegar muchas de mis obras a un rincón. Aun así, siempre creí en el valor de lo que había escrito.
A pesar de esas dificultades, siguió escribiendo y alcanzó un éxito inmortal con «Don Quijote» así como con otras obras atemporales. ¿Qué siente al saber que su obra ha trascendido el tiempo y las fronteras?
Es algo que me llena de asombro y humildad. Nunca escribí con la intención de buscar la gloria eterna, pero sí con el deseo de que mis palabras resonaran en los corazones y las mentes de mis lectores. Que «Don Quijote» haya llegado tan lejos y se haya convertido en una obra fundamental de la literatura universal es un regalo que agradezco profundamente. Es una prueba de que, a pesar de los tiempos difíciles, la literatura tiene el poder de perdurar y de conectar a las personas más allá del tiempo y el espacio.
Don Miguel, Don Quijote de la Mancha es considerada una de las mayores obras literarias de todos los tiempos. ¿Qué lo inspiró a crear un personaje tan peculiar como Don Quijote?
El ingenioso hidalgo Don Quijote nació de mi observación de la realidad y del deseo de explorar la condición humana en todas sus dimensiones. En una época donde los libros de caballerías inundaban las mentes de los lectores, quise crear un personaje que, al sumergirse tanto en esas historias, perdiera el juicio y se lanzara a emular a aquellos héroes ficticios. Pero Don Quijote no es solo una parodia de esos libros; es también una reflexión sobre la nobleza, la locura y los sueños. Me inspiró la idea de mostrar lo que sucede cuando un ideal noble choca con la dura realidad del mundo.
A lo largo de la novela, encontramos una mezcla de estilos y géneros, desde lo cómico hasta lo trágico, pasando por lo lírico y lo épico. ¿Por qué decidió utilizar una “escritura desatada”, como usted mismo la llamó?
Considero que la vida misma no se ajusta a un solo género o estilo. Es una amalgama de emociones y situaciones diversas que conviven y se entrelazan. Quise que Don Quijote reflejara esa complejidad, permitiéndome la libertad de ser, al mismo tiempo, cómico y trágico, épico y lírico. La “escritura desatada” me permitió no estar encorsetado por una única forma de narrar, sino que pude explorar todas las facetas del alma humana a través de los ojos de mis personajes.
La obra está situada en La Mancha, una región que usted conocía bien. ¿Por qué eligió este lugar como el escenario principal para las aventuras de Don Quijote?
La Mancha es una tierra llana, árida y, en muchos sentidos, monótona, lo cual contrasta fuertemente con las grandiosas fantasías que llenan la mente de Don Quijote. Me pareció el escenario perfecto para un hombre que sueña con castillos, gigantes y damas en apuros, pero que en realidad se enfrenta a ventas, molinos de viento y campesinas. La Mancha simboliza la realidad cotidiana que se opone a los ideales quiméricos de mi hidalgo. Además, es una región que conocía bien, habiéndola recorrido en mis días de comisario, lo que me permitió dotar al relato de autenticidad.
La relación entre Don Quijote y su fiel escudero Sancho Panza es central en la novela. ¿Qué quiso mostrar con este dúo tan dispar?
Don Quijote y Sancho Panza representan dos maneras de ver el mundo. Don Quijote, con su idealismo y locura, se lanza a buscar la justicia y la gloria, mientras que Sancho, más práctico y terrenal, se deja llevar por la promesa de riquezas y gobernar una ínsula. Sin embargo, a lo largo de sus andanzas, ambos se influyen mutuamente: Don Quijote aprende a ser más humano y consciente de la realidad, mientras que Sancho, a su manera, se deja contagiar por los sueños de su señor. Esta relación muestra que todos llevamos dentro un poco de ambos personajes, la lucha entre lo que deseamos ser y lo que realmente somos.
Don Quijote es también una novela que critica ciertos aspectos de la sociedad de su tiempo. ¿Qué aspectos buscó resaltar o cuestionar a través de la historia?
Don Quijote es una obra llena de crítica social, aunque a menudo en clave de humor o de forma sutil. Cuestioné, por ejemplo, la obsesión con el honor y las apariencias, que tanto peso tenía en la sociedad de mi tiempo. También quise hacer una reflexión sobre el poder corruptor de la literatura, en el sentido de cómo ciertas historias pueden llevar a la gente a perder el sentido de la realidad, como le sucede a mi hidalgo. Pero más allá de eso, creo que lo que intenté fue hacer una crítica del ser humano en general, de sus virtudes y defectos, y de cómo estos se manifiestan en una sociedad tan compleja como la nuestra.
La primera parte del Quijote se publicó en 1605, y la segunda en 1615. ¿Qué lo llevó a escribir esa segunda parte, y cómo decidió continuar la historia de su caballero andante?
Después del éxito de la primera parte, me di cuenta de que la historia de Don Quijote y Sancho Panza aún no estaba completa. Sus aventuras merecían un desenlace que abordara las consecuencias de sus actos y que profundizara en su evolución como personajes. Además, me vi obligado a responder a una falsa continuación que había aparecido, escrita por un tal Alonso Fernández de Avellaneda, que no hacía justicia a mis personajes. Así que, con la segunda parte, quise no solo concluir la historia, sino también ofrecer una visión más madura y reflexiva de mi protagonista, llevando sus aventuras a un final digno de su locura y de su humanidad.
¿Cómo cree que su Don Quijote ha sido interpretado a lo largo del tiempo, y qué le gustaría que los lectores de hoy en día entendieran de su obra?
Don Quijote ha sido interpretado de muchas maneras: como una sátira de los libros de caballerías, una reflexión sobre la locura, una crítica social, y más. Creo que cada lector encuentra en la obra lo que su propio tiempo y contexto le permite ver. Lo que me gustaría que los lectores de hoy entendieran es que, más allá de las interpretaciones, Don Quijote es una obra sobre la condición humana, sobre la búsqueda de sentido en un mundo que a menudo carece de él. Es la historia de un hombre que, a pesar de sus desvaríos, nos muestra la importancia de soñar, de luchar por nuestros ideales, y de hacerlo con el corazón abierto, incluso si eso significa enfrentarse a molinos de viento.
Don Miguel, al observar el impacto que su obra ha tenido a lo largo de los siglos, es fascinante ver cómo su legado sigue vivo en la actualidad. ¿Qué le parece la existencia del Premio Cervantes, el galardón literario más prestigioso en el ámbito de la lengua española?
Me siento profundamente honrado y emocionado al saber que mi nombre ha sido asociado a un premio de tal magnitud. El Premio Cervantes es una magnífica forma de reconocer y celebrar el talento y la creatividad de los escritores en lengua española. Cuando pienso en ello, no puedo evitar sentir una inmensa gratitud hacia aquellos que valoran y promueven la literatura en nuestro idioma. El hecho de que mi nombre esté vinculado a este premio significa que mi obra sigue siendo relevante y que la literatura en español sigue teniendo un lugar destacado en el mundo. Es un testimonio del poder de las palabras y de las historias para trascender el tiempo y el espacio.
Además del Premio Cervantes, existe el Instituto Cervantes, que cuenta con 87 centros en todo el mundo dedicados a la promoción de la lengua y la cultura españolas. ¿Qué opina sobre este esfuerzo por difundir el idioma y la cultura que usted ayudó a enriquecer con su obra?
El Instituto Cervantes es una admirable iniciativa que demuestra el impacto duradero de la literatura y la cultura en nuestra sociedad globalizada. La expansión del Instituto y su labor en tantos países diferentes es una muestra del valor universal del idioma español y de la cultura que lo acompaña. Me alegra saber que el mundo sigue interesado en aprender y apreciar el español, y que mi obra, junto con la de otros escritores, juega un papel en esa difusión. Estos centros no solo promueven el idioma, sino que también fomentan un entendimiento más profundo de las culturas hispanohablantes, lo cual es esencial para construir puentes entre las naciones y los pueblos.
Para finalizar, ¿qué le diría a aquellos que hoy en día siguen estudiando y disfrutando de su obra?
Les diría que continúen explorando y cuestionando el mundo a través de la lectura y la escritura. La literatura no es solo un reflejo de la realidad, sino también un medio para transformarla. Si algo pueden aprender de mi vida y de mis obras, es que no hay adversidad que pueda frenar el poder de la imaginación y la perseverancia. Que sigan soñando, como lo hizo Don Quijote, pero con los pies bien plantados en la tierra, como Sancho Panza. Y que encuentren en los libros no solo entretenimiento, sino también sabiduría y consuelo.
Muchas gracias, don Miguel, por compartir su tiempo y su sabiduría con nosotros. Su legado vive en cada lector que abre las páginas de sus obras.
El agradecimiento es mutuo. Que el arte y la literatura sigan siendo faros que guíen a las generaciones venideras.
Entrevista ficticia por Carlos Álvaro Segura Venegas
!! Inconmensurable !!. Así quiero definir la entrevista de Carlos Álvaro. S. V. A Cervantes. Los cuarenta minutos de lectura, han sido una fuente de conocimiento y hallazgos para mí, que valoro inmensamente.
«Enhorabuena Álvaro»