EL FLAMENCO EN LA COSTA TROPICAL GRANADINA
A mi buen amigo Pepe Segura Haro
1.- Breve reflexión.
Hay un pasaje evangélico que me lleva ineludiblemente a cumplir con la petición de mi viejo y buen amigo don José Segura Haro, Director del Periódico GRANADA COSTA: “Lo que gratis habéis recibido, dadlo también gratis” (Mt.10.8).
Creo, opinión sumamente subjetiva, que, antes de exponer “El flamenco en la costa tropical granadina”, debemos hacer una brevísima referencia sobre qué ha significado Granada en el complejo y enigmático mundo del arte flamenco, dado que el flamencólogo don Luís Suárez Ávila se atrevió escribir en las páginas del “Diario de Cádiz”, en los últimos años del siglo pasado, que “… Granada no tenía nada que decir en el flamenco”. La afirmación, sin fundamento “in re”, del tratadista gaditano (Puerto de Santa María ) queda sin valor alguno con el simple argumento de “Quod gratis asseritur, gratis negatur”.
Sin ánimo de herir susceptibilidades, debo manifestar que mi viejo amigo Luís Suarez, Abogado de profesión, ignoraba la trayectoria flamenca de Granada, ya que la ciudad del antiguo reino nazarí ha sido, sin la menor duda, eje central del desarrollo histórico, social e intelectual del arte flamenco en su trilogía de Cante, Baile y Toque.
Es cierto – lo sé por propia experiencia – que el flamenco tuvo en Granada, incluso hasta fechas muy recientes, un carácter intimista. Es posible que Granada estuviera influenciada por la “falsa definición” que el Diccionario de la Lengua Española daba, a principios del siglo XIX, del flamenco: “Cierto género de cante y baile sumamente descarado y obsceno, muy usado entre gentes bajas, de mal vivir o de aficiones acanalladas”. ¡Falsa y triste definición!. Sin embargo, hay que decir que era el concepto que la sociedad de aquella época – influenciada por los antiflamenquistas – tenía de este géneró artístico; una sociedad que, de modo especial en Granada, impidió que personas aficionadas y dotadas para el flamenco se dedicaran “profesionalmente” al cultivo de un arte que forma parte del acervo cultural del pueblo andaluz. El “cantaor granadino” huyó siempre de la profesionalidad mientras el cante no tuvo la dignificación que todo arte y artista merecen.
Como paradigma, cabe citar, entre otros, a Francisco Gálvez Gómez (1883 – 1944), llamado por sus amigos, porque a otros no se lo permitía “El Yerbagüena”, quien pudo ser figura muy bien cotizada del cante, “pero él siempre se obstinó en no hacer de su afición y su arte un medio de vida, rechazando cuantas tentadoras proposiciones de profesionalismo se le hicieron. Francisco sólo cantaba para sus amigos y escritores universalmente conocidos, como Salvador González Anaya y Margaret Sackwill que lo dieron a conocer en sus novelas. También se ocupó de su arte el crítico musical, Joaquín Turina, tal como recogió el diario “Ideal” los días 8 y 9 de diciembre de 1944 con motivo de su fallecimiento.
Al famoso Yerbagüena, podríamos añadir los nombres de otros célebres cantaores granadinos, citados por Fernando el de Triana en su libro “Arte y artistas flamencos” (1935), que jamás hicieron del arte flamenco un “modus vivendi”: El Calabacino,
Paco “El del Gas”, El Tejeringuero, Rafael Gálvez Aragón, Juan Crespo, Juan
Cortés Campos “El Cagachín” – padre de los Canasteros, María y Juan – ; Juan Moreno “El Almendrilla”, “El Carlillos”, “El Lolo”, y algunos más, de aquella época y de la actual, que han sido claro exponente de artistas granadinos que huyeron de la profesionalidad flamenca. Hoy, por fortuna, han cambiado el sentido y la dirección del arte flamenco entre los cantaores, bailaores y guitarristas.
El periodista y escritor Eduardo Molina Fajardo (1914 – 1979) basa sus teorías en la firme y contundente autoridad de don Manuel de Falla (1876 – 1946), quien dijo lo siguiente: “ Granada ha sido, a nuestro juicio, el punto principal donde se fundieron los elementos que han originado así las danzas andaluzas como el cante jondo, aunque posteriormente se hayan creado formas y denominaciones especiales de estos cantos y danzas en otros lugares de Andalucía, e incluso haya sido en ellos donde mejor se han conservado” (cfr. “Escritos sobre música y músicos”, pág. 139 (Col. Austral, nº 950). No se olvide que Falla bebió en las fuentes musicales e histórico-folklóricas de su maestro Felipe Pedrell (1841 – 1922), y que basó su hipótesis en el conocimiento de la influencia que tuvo la música de los moros granadinos y su convivencia con los gitanos, llegados en el primer cuarto del siglo XV. Esa mezcla morisco-gitana puede observarse aún en Granada por medio de las zambras del Sacromonte, consideradas como las formas más primitivas del arte flamenco.
Sin embargo, la historia nos enseña que tras la conquista de Granada (1492), antes de la expulsión de los moriscos, ya se tenía conocimiento de la presencia de estos granadinos en distintos lugares de Andalucía, concretamente en Jerez de la Frontera, cuna – según ciertos flamencólogos – del flamenco.
El famoso hsitoriador don Antonio Domínguez Ortíz (1909 – 2003) nos dirá que, tras la expulsión de los moriscos, la población gitana aumentó de manera sorprendente debido a que “… algunos trataron de quedarse entregándose como esclavos a particulares, otros terminaron en la sierra, se hicieron bandoleros, se mezclaron, probablemente, con bandas de gitanos” (cfr. “Andalucía. Ayer y hoy”; “Historia de los moriscos”.
La Flamencología tiene todavía pendiente esclarecer que la presencia de los moriscos granadinos, de su cultura, de su música y de sus bailes llegó, desde el siglo XVI, a los más diversos lugares de la Baja Andalucía que, sin ofrecer argumentos apodícticos, es considerada la “madre” del arte flamenco. El prestigioso historiador Cuenca Toribio expone que “… la presencia musulmana que advertimos en dicha zona durante el siglo XVI venía configurada más que por la supervivencia de dichas morerías, por el asentamiento aquí de los moriscos granadinos, tras sus fracasadas revueltas de comienzos y finales de aquella centuria”, cfr. ABC de Sevilla,6/5/1979.
Hay pruebas más que suficientes de que entre los gitanos había muchos camuflados
desde que se decretó la expulsión de los moriscos a principios del siglo XVII, así nos lo demuestra la historiadora Helena Sánchez Ortega. Y es curioso, además, el hecho de que a partir de la expulsión de los moriscos empiezan a aparecer en Andalucía,
especialmente por tierras de Jerez, los gitanos labradores, cuando de ellos escribió G.
Borrow (1803 – 1881) que “… en ninguna parte del mundo se les halla empeñados en
el cultivo del suelo”. ¿Qué sucedió?. Pues sencillamente que estos moriscos perseguidos sólo tenían una opción para salvar sus vidas: hacerse pasar por gitanos,
pueblo hospitalario y sobre el que no pesaba ningún decreto de expulsión. En esa gran estirpe creadora del morisco, reducida a nueva condición de gitano, creía Blas Infante (1885 – 1936) que tenía el flamenco sus comienzos. Por tanto, habrá que darle la razón a don Manuel de Falla cuando escribió, sin titubear, que “ GRANADA FUE EL PUNTO PRINCIPAL DONDE SE FUNDIERON LOS ELEMENTOS QUE DIERON ORIGEN A LOS BAILES ANDALUCES Y AL CANTE JONDO”.
2.- Fandangos granadinos.
Más de una vez he dicho que el flamenco es un sistema complejo de vivencias que debe ser estudiado a la luz de la razón. El flamenco tiene muy pocas verdades – nos dejó dicho Paco de la Brecha ( Francisco Vallecino Pecino, 1914 – 1990) – y muchas mentiras que merecerían la pena que fueran verdades. Digo esto porque, al hablar de los fandangos granadinos, el poeta y flamencólogo Ricardo Molina (1916 – 1968) en su libro “Mundo y formas del cante flamenco”, pág. 292 (Sevilla, 1971), dijo – sin fundamento histórico, literario y musical – que “… Las granaínas y fandangos de Granada están muy distantes del tronco del árbol flamenco. Propiamente, no son cante flamenco, sino fandangos aflamencados. Lo que les ha ocurrido es que experimentaron un beneficioso influjo a través de intérpretes de sumo rango que les insuflaron savia flamenca directa o indirectamente”.
Las afirmaciones del flamencólogo Ricardo Molina no tienen “fundamento in re”, vistas de cualquier forma. Y, además, demuestran falta de rigor histórico porque, a la verdad, es una contradicción ya que para negar la “cualidad flamenca” de los fandangos granadinos, hay que oirlos necesariamente en la voz de sus intérpretes: Niña de los Pines, Joaquín Vargas “Cojo de Málaga”, José Cepero, Tomás Pavón, D. Antonio Chacón, Bernardo el los Lobitos, Manuel Vallejo y, sobre todo, a mi inolvidable “Maestro” Manuel Celestino Cobos “Cobitos de Graná” (1896 -1986, el cual nos legó – magistralmente interpretado – el famoso “Fandango de Frasquito Yerbagüena (1883 – 1944).
Pero hay, además, otro argumento más fuerte: la inmensa mayoría de los estilos flamencos hunden sus raíces en los “cantos populares/folklóricos”, el “Gregoriano” y otras músicas de origen oriental. Porque – lo vengo diciendo desde hace muchos
años – la “música flamenca” es una “música reelaborada” en la capacidad artística del cantaor. Ignoro – lo digo sinceramente – si existe un estilo flamenco al que se le pueda aplicar la definición filosófica de “creación” (“Producción de una cosa de
nada de la misma, ni del sujeto”). Ni uno. Los que presumen y se jactan diciendo que “el cante es de los gitanos”, no han estudiado el flamenco en su plena totalidad. El cante no es de los gitanos, ni de los payos. Nada más lejano: es del ser humano. La obra de Ricardo Molina carece de “aparato crítico”; es sólo “su criterio”, arrastrado siempre por influencias gitanas. Al escritor de Puente Genil (Córdoba) se le permitió decir bastantes barbaridades. Y yo, el primero, aunque agradecido porque despertó en mí la conciencia de “investigador”, si fuera poible, la “verdad del cante”.
En esta misma línea está el pensamiento del flamencólogo Miguel Ángel González Ruiz (Granada, 1953), cuando escribe: “…Se apresura Molina a respaldar su afirmación asegurando que el mérito de dichos fandangos como el de las Granaínas – que proceden de la misma raíz fandanguera -, reside en que “experimentaron un beneficioso influjo a través de intérpretes de sumo rango” (…). Pero no concluye ahí su despropósito. Quedamos en que son los “intérpretes de sumo rango” los que insuflaron a estos cantes “savia flamenca directa o indirectamente”, cfr. “Los cantes flamencos de Granada”, cap. 3, pág. 23. Por tanto, es la tesis que vengo defendiendo: son los intérpretes (profesionales o no) los que recogen, reelaboran y convierten en “flamenco” el sustrato musical folklórico/popular. Por eso se puede afirmar, sin miedo alguno, que los cantes flamencos no son más que una “amalgama de músicas”en la mente del cantaor. Así pues, nada tiene de particular que se diga que los “Fandangos de Graná” hayan seguido esa misma línea, gracias a sus artistas: Frasquito Yerbagüena, Paco el del Gas, Cobitos de Graná, Manuel Rodríguez “El Ruso”, entre otros.
Ahora bien, ¿quién puede negar que, gracias a ese “espíritu insuflador” del auténtico artista flamenco, cantos como la Bambera, la Farruca, el Garrotín, Cantiñas, Levanticas, Caracoles, Campanilleros, Verdiales, etc., han podido entrar a formar parte del acervo flamenco?. Nadie. Así pues, no se puede humillar y descalificar los cantes que dan honra y gloria al antiguo reino nazarí. Y en palabras del flamencólogo González Ruiz, “… Granada goza en su capital, y más aún en su provincia, de una abrumadora variedad de estilos populares de fandangos bellísimos, muy ricos y alegres, con una ternura musical tan cercana al flamenco, desde el folklore – como la tienen los Verdiales – que es lo que, de hecho, son la mayoría de ellos; muchas veces poco conocidos, si no olvidados o en trance de extinción más o menos inminente (ibidem, pág. 24). Esta es la razón histórica y musical para defender los valores flamencos de los “Fandangos Granadinos”.
Está suficientemente demostrado que, hacia el año 1940, la “Asociación de Coros y Danzas de Granada” se esforzó al máximo para rescatar y fijar los cantes y bailes populares granadinos. Ese mérito no se lo podrán quitar a los estudiosos y folkloristas granadinos, encontrando algunos con una antigüedad de más de cuatro
siglos, es decir, mucho antes que apareciera el flamenco como tal. Por otra parte, el “Grupo de Danzas de Granada”, de la Sección Femenina, llevó a cabo (1973) una grabación titulada “Canciones y Danzas de Granada”, donde, además de la Farruca
(cante “aflamencao” procedente del folklore gallego) y del conocido Tanguillo de “La Reja” se recogen los fandangos de Almuñécar y el “Fandango Robao” de la Sierra. En el año 1999, de nuevo, la “Asociación Provincial de Coros y Danzas de Granada” nos dejó grabado un disco (Lp) “Folklore de nuestra tierra”, donde se pueden oir Tanguillos, Jotas y Seguidilas de los pueblos granadinos, amén de una buena muestra de fandangos folklóricos. En honor a la verdad, hay que decir que el denominador común de todos los fandangos granadinos es llevar “aires del Verdial”, y siempre con el acompañamiento “abandolao”, cuyo primitivo son se encuentra en los trovos, los cuales, a su vez, hunden sus raíces en las músicas moriscas.
Asimismo, debemos señalar que el ritmo alegre y la musicalidad (melos) brillante de los fandangos del litoral granadino – La Herradura, Almuñecar, Molvízar, Jete, Otívar, Itrabo, Salobreña, Motril… – se caracterizan por ser más pausados y sobrios que en toda la zona de la sierra.
En el año 2012, guiado por la sabia mano de don José Segura Haro, Director del periódico GRANADA COSTA, se celebró en Almuñecar el “I Congreso Internacional de Flamenco” con el firme propósito de dar a conocer los valores culturales y musicales del Arte Flamenco y -¡cómo no! – hacer ver la importancia que ha tenido Granada – Costa Tropical – en la génesis y desarrollo del mismo.
La más antigua referencia escrita sobre el fandango data del año 1705, fecha en que aparece este término en el entremés anónimo titulado “El novio de la aldeana”. De épocas anteriores, no se onocen datos al respecto. En sus comienzos, el fandango era “esencialmente” un baile que, durante todo el siglo XVIII fue, tal vez, el más practicado en toda España. De esto hay testimonios tanto de escritores españoles como de los visitantes extranjeros. Estos datos revelan que el fandango se bailaba desde Navarra y el País Vasco hasta el mismo Cádiz, que para algunos flamencólogos era su cuna, y con la particularidad que lo bailaban igualmente gitanas y duquesas.
El fandango, aunque conservara su carácter bailable, debió progresivamente ir adquiriendo importancia como “canción” a lo largo del siglo XVIII. Y así, en el poema burlesco “La Quincaida” (1779), del conde de Noroña, ya se hace referencia al fandango de Cádiz – ya como cante -, junto a un “Polo agitanao” y a la malagueña. Es la época en la que empieza a gestarse el flamenco con el cantaor Tío Luís de la Juliana, tal como le relata, un siglo más tarde, el cantaor Juanelo de Jerez a don Antonio Machado “Demófilo” (1846 – 1893). Pensamos que el aflamencamiento debió producirse en los primeros decenios del siglo XIX. Ya el escritor malagueño Serafín Estébanez Calderón (1799 – 1867) nos habla de tres modalidades flamencas derivadas del fandango: Granaína, Rondeña y Malagueña (cfr. “Escenas Andaluzas”,
1847). Muy poco tiempo tenía que transcurrir para que un cantaor – Juan Breva (1844 – 1918) – se pusiera en primera fila de la escena flamenca cantando precisamente fandangos. Juan Breva era cantaor payo, nacido en Vélez-Málaga. Ineludiblemente, al referirnos al fandango, tenemos que citar al cantaor, guitarrista y escritor sevillano Fernando el de Triana (1867 – 1940) dado que fue él quien primero habló de los “Fandangos de Granada” en su famoso libro “Arte y artistas flamencos”, pág. 271 (Cáceres, 1978), donde leemos: “… Granada tiene muchos y muy buenos cantes, sobre todo los cantes de La Peza, que son muy duros y muy bien musicados. Aún recuerdo a una cantaora pezeña que hubo en Sevilla, en el Café de Silverio, que se llamaba África Vázquez y que hacía furor con su cante y esta letra:
SOY DE LA PEZA, PEZEÑA;
DE LOS MONTES, MONTESINA,
Y PARA SERVIR A USTEDES
SOY DE GRANÁ, GRANAÍNA.
Al hablar del “Flamenco en la Costa Tropical Granadina”, nos vemos obligados a mencionar, al menos, la Alpujarra donde podemos encontrar una gran variedad de fandangos. Destacamos el llamado Fandango de Murtas”, con su aire de trovero inconfundible y, además, se canta como el trovo, es decir, en quintillas:
Murtas es cuna de troveros,
corazón de la Alpujarra,
de sus bailes cortijeros
aprendieron los copleros
la métrica de su guitarra.
De la montaña a la costa granadina, llegamos a encontrarnos un típico “Zángano de Motril” – evoca el tradicional “Zángano de Puente Genil” (Córodoba) que, a su vez, encuentra su razón última en el primitivo verdial malagueño. Este fandango, como es natural, se baila en “Tresillo”, llamado así en referencia a las adaptaciones que tiene que ejecutar el hombre alrededor de las mujeres, que nos recuerdan el zángano en torno a las abejas:
En la vega de Motril
tenemos un gran tesoro:
los claveles reventones,
la caña y el chirimoyo.
En Almuñécar también encontramos sus formas fandangueras en diversas modalidades:
Motril está en un llano,
Salobreña en un peñón
y Almuñécar en un barranco:
Mira qué comparación.
El fandango “Robao” de Otívar – pueblo natal del famoso cantaor Julio Fajardo – que también es conocido como “Robao” de la Sierra, calificativo que tiene su origen en el “robo” de la pareja que se produce mientras dura el baile:
A la entrada de Graná
y a la salía de Pinos,
hay una fuente que mana
agua “pa” los granadinos.
Hay que señalar que todas estas fomas fandangueriles, aunque folklóricas, participan de la medida musical y literaria del fandango, es decir, coplas de cinco versos octosílabos (a veces, cuatro) y de compás ternario (3 x 4). Todas estas clases son, en su expresión histórica y musical, folklóricas o preflamencas, esto es, que han servido de base para la creación de los llamados flamencos, en sus dos formas: Locales y Personales/ Artísticos.
Por tanto hay que hacer hincapié en que los fandangos folklóricos/preflamencos constituyen un patrimonio colectivo de todos aquellos pueblos que los vienen cantando desde tiempos inmemoriales; aún más: mucho antes de que apareciera el flamenco propiamente dicho. De ahí, el que se denominen “Folklóricos o Preflamencos”, término acuñado por el Profesor-Cantaor don Alfredo Arrebola.
Estos cantos, a diferencia de los flamencos, suelen ser de aires ligeros, de fácil acomodación y ejecución, pegadizos, etc.; pues si no fuera así, difícilmente podrían ser accesibles a una colectividad, formada, como es natural, por personas de muy distintos “trapíos” musicales y capacidad vocálica. Además, podremos apreciar también cómo en ellos no ha habido, por lo general, evolución alguna: se canta hoy como se cantaban hace trescientos años y -¡ojalá! – sigan así. Porque las masas se limitan repetir, no a crear. La creación – así lo testifican los científicos – está reservada para el ARTISTA, que viene desde su nacimiento dotado de las condiciones propias del creador: Voz, oído, gusto y, sobre todo, intuición musical.
Con estas mimbres, bien entrelazadas, llegaremos, pues, a la especialidad conocida como “Fandango personal o artístico”, cuya nómina es tan amplia que escapa al espacio concreto de una breve introducción sobre los “fandangos locales”.
Toda la costa tropical granadina está repleta de las más variadas formas folklóricas – cantes, bailes y toques – que, en boca de buenos “aficionados” no profesionales, supieron imprimirles un sello tan peculiar y característico a estos cantos llamados, por lo general, “Fandangos Arrieros”, que, en la actualidad, han logrado alcanzar la cima del fandango en las voces de, entre otros, Rafael Muñoz “Niño del Serval”, Ángel Rodríguez “Chanquete, Julio Fajardo, Manuel Ruso. Será el veterano cantaor Chanquete quien, gracias a la Diputación Provincial de Granada ( 1985), nos dejará grabados los fandangos que él había aprendido del gran aficionado “Requeleque”:
Cuando me parió mi madre,
me parió “mu” sinvergüenza:
Me pilló la comadrona
encima de las higueras,
me pilló comiendo brevas, cfr. “Embrujo flamenco granadino” . Esta misma versión la volveríamos a encontrar en “Veteranos del Cante Granadino” (Diputación de Granada. Cassette) con la guitarra de Carlos Zárate.
El siempre recordado Manuel Rodríguez Garciolo “EL RUSO”, imprimió su sello personal y flamenco a los tradicionales fandangos de La Herradura (Almuñécar), que es poseedora – escribe Jorge Martín Salazar en “Las malagueñas y los cantes de su entorno”, pág. 216 (Motril, 1998) – de unos fandangos cortijeros que recientemente se han podido ver bailar y escuchar su cante en “Canal Sur” TV. Además de estos fandangos, parientes cercanos a los verdiales malagueños y como ellos subordinados al baile, existen otras versiones que se podrían calificar de arrieras, ya flamencas y de notable calidad” . El Ruso fue un gran cantaor “no profesional” y gran intérprete de malagueñas. El creó un nuevo estilo de malagueña, tal como puede comprobarse en “El Flamenco Antiguo de “El Ruso”. Diputación de Granada, 1991. Lp: Cara A,3:
“Fandangos de La “Herradura” ( lugar donde nació El Ruso):
Lucero de la mañana
acaba ya de salir,
que te está esperando el alba
en el puente del Genil
a las puertas de Granada.
Alfredo Arrebola, Profesor -Cantaor