DIOS EN NUESTRAS VIDAS – VIII
Con qué asiduidad se esconde el hombre tras “bambalinas” para auto convencerse de las realidades que se forja en su imaginación y que terminan siendo norte y guía de su conducta y de su vida.
Cuántos hombres de supuesto orden no admiten a Dios, y niegan su existencia, porque saben que si lo admiten, las cosas no pueden seguir igual. Son muchas las cosas que pondrían en tela de juicio su honorabilidad. Son muchas y horrendas las que los estigmatizaría de forma manifiesta ante la sociedad.
Evidentemente con Dios, la vida se complica para los libertinos, para los embaucadores y los corruptos, que pretenden ser referente, arbitro y juez del resto de la humanidad.
A menudo, se presenta el seguimiento de Cristo como una dolorosa cuestión, cuando es una salvación. Como una cruz, cuando es una liberación. Como una renuncia, cuando es una posesión. Como un arduo y tortuoso camino, cuando es el más gozoso y placentero de los paseos. Claro está, para lo que viven y se reafirman con Cristo cada día.
Pero también es una realidad natural que cada hombre tiene tendencia a las comodidades, a la pereza, a la vanidad, a las pasiones, a la sensualidad, a los excesos, y por egoísmo casi siempre, juega las bazas que le son favorables para alcanzar el motivo de sus deseos, aunque le aparten de Dios. Porque Dios le impide pactar o llegar a un armisticio (algo tan en moda ahora) con esas pasiones y egoísmos.
Dios comprende y perdona que seamos a veces derrotados, pero nos prohíbe capitular. Esto hace que los comodones, los necios y los egoístas, para esconder sus propias debilidades, nieguen manifiestamente a Dios, y hasta a ellos mismos, si fuera preciso.
Antonio Prima Manzano