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CORAZÓN VERDE DE COLOMBIA

La primera vez que estuve en el Valle del Cauca, quedé maravillado al encontrarme con un país verde, de clima suave y subtropical. Bien es verdad que tratándose de Colombia no debía sorprenderme, porque en otras muchas regiones de ese bellísimo país los macizos verdes de su paisaje nos acompañan por doquier.

Pero el Valle del Cauca me apasiona. Su río, que dio nombre al Valle, nace muy cerca de Popayán (metrópoli de poetas y artistas) y tras recorrer 1.300 Km. confluye con el río Magdalena. En la parte alta de dicho río pueden contemplarse los cultivos de caña de azúcar y en la parte central nos encontramos con el principal reducto del famoso café colombiano. Dichas plantaciones se encuentran en las colinas que forman los contrafuertes de las cadenas montañosas.

          A lo largo del Valle pude contemplar importantísimos cultivos de árboles frutales y no sólo tropicales; los cítricos, la vid y melocotones se entremezclaban con las piñas, mangos y aguacates.

images CAFETALES

          No lejos de Pereira, la próspera ciudad industrial en la zona de los cafetales, pude ver otros frutos que, con buen criterio, habían creado otros sectores de producción saliéndose del café que venían teniendo como monocultivo. Así, la piña, los naranjos y mandarinos de mesa y otros diferentes árboles rodeaban los sencillos cafetales.

          Los sembrados prosperaban protegidos por numerosos guayacanes, así llamados unos árboles medianos que llenos de bellísimas flores confunden su paisaje con el canto de las aves que descansan en sus ramas, en aquella selva productora de frutos y café.

          Las excelencias de la naturaleza colombiana cuentan con especial reconocimiento internacional, no solo por las más de 150 especies frutales que ofrece en su infinita alfombra verde, sino por las 1.550 especies de aves que decoran su cielo y los macizos arbóreos, pregonando sus exóticos cánticos con los que rompen el silencio de montañas, bosques y sabanas de aquella inmensa naturaleza.

images  CAFETAL

          Paseando por las diferentes regiones de Colombia contemplando su apoteosis tropical, he podido disfrutar de las variedades, sabores, colores y belleza de sus frutos que en aquel contexto se ofrecen por doquier como si fueran flores comestibles. Y entre los más extraños para el visitante occidental, debo mencionar en los que especialmente reparé por su exotismo, que fueron los siguientes: LULO, CURUBA, UCHUVA, BOROJÓ, BADEA, ABOTIJABA, CAIMITO, CHONTADURO, JACA, JAMBOLAN, ZAPOTE, MAMONCILLO, POMARROSA, PIÑUELA, OROPEL, TAMACA, MORTIÑOS, OLLA DE MONO, ICACO, LLORONONES, JUJUBE, GURAPA, CAIMITO, ZARCILLEJO, MEREY, CHUPA y GUAMA entre otros…

          Nunca olvidaré aquel primer día, en el que asombrado por el festival frutero que contemplé, cuando la tarde decaía, me obsequiaron con un jugo de guanábana; esa fruta monumental por su tamaño, hermana de nuestra familiar chirimoya, cuyo delicioso sabor me recordaba el día que lo probé por primera vez en un café de La Habana donde lo llamaban Chámpola. Su sabor tropical me cautivó, al igual que lo hizo también el no menos delicioso maracuyá de sabores inenarrables…

          Y como no podía ser de otra manera, entre millones de plantas repletas de frutos de diferentes colores según su estado de maduración, nos dirigimos al Parque Nacional de Café, para degustar las diferentes variedades, cumpliendo eso sí, los cuatro requisitos indispensables que los técnicos aconsejaban para gozar de una taza de café y que eran fundamentales:  Su acidez (sin suficiente acidez el café resulta plano). Su aroma (antes de mojar los labios se debe aspirar su aroma, como se hace con el vino). Su cuerpo (nunca debe ser demasiado líquido, el café precisa cuerpo para que no escape de la lengua). Su sabor (la relación entre acidez, aroma y cuerpo dan el sabor del café: dulce, maduro, delicado, afrutado, fragante, acaramelado y picante). Y aún nos dijeron que un buen café debe ser: “negro como la noche, caliente como el infierno y dulce como el amor”.

Julián Díaz Robledo

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