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CHIQUITA O EL VIAJE INTERMINABLE (3 de 3)

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Este cuento lo escribí pensando en

 Dolors López a quien se lo dediqué.

—O soñó que empezaba a hacerlo de nuevo. ¿Lo entiendes?

—Lo entenderé cuando sea mayor. Sigue mamá, que tengo mucha hambre y no quiero dormirla, no quiero que me pase como a Chiquita.

—A ver, que me acuerde por donde iba…

‹‹Era cuando Chiquita volvió a la furgoneta para ir a comprar los materiales para reparar el tejado de su casa y el gallinero, los días con aire que se esperaban no respetarían el maltrecho tejado ni el vallado del corral. Cuando los tuvo puso rumbo a la ferretería, pero el carro que la precedía atropelló a un peatón, al que Chiquita llevó a la clínica, lo que le hizo consumir mucho tiempo y más combustible, por lo que la furgoneta acabó parándose sin carburante. Trató de que alguien la llevara hasta el surtidor, pero nadie quiso parar y tuvo que hacer el trayecto andando y cuando quiso que le pusieran algo de gasolina en una lata vacía, se encontró con que debía comprar un bidón, pues todas las latas estaban agujereadas. La compra del bidón le supuso el importe de más de diez litros de carburante, combustible que dejó de cargar. Cada vez disponía de menos tiempo y dinero para acabar lo que debía hacer y estar de vuelta en la granja a tiempo de ordeñar a los animales, si no llegaba a tiempo podía encontrarse con un desastre. El dinero que había llevado ya casi había desaparecido. En ese momento Chiquita se dio cuenta que todo aquello ya lo había vivido, que se encontraba en un bucle temporal, sin saber qué hacer para salir de él. A pesar de saber que ya lo había vivido no podía dejar de hacerlo. Sentía u un hambre histórica, sabía que esa sensación ya la sintió en el mismo tiempo y lugar. No sabía cómo explicar lo que le estaba pasando pero sabía lo que le pasaría a continuación: sabía que mordisquearía aquel trozo de raíz que llevaba en el bolsillo, al tiempo que buscaría qué otra cosa llevarse a la boca, sin encontrar nada, aunque no llegaría a arrepentirse de haber entregado su comida a aquellos niños››.

— ¿Mamá hay muchas Chiquitas en el mundo?

—Muy pocas hija mía. ¿Por qué lo preguntas?

—Por si encontramos alguna y nos da comida… Sigue con el cuento.

‹‹Sabía que llegaría a la ferretería cuando la estaban cerrando, que el encargado la atendería aun perdiendo el autobús que lo llevaba a su casa, aunque se aprovechó de ella en el precio y ella respondería poniendo la otra mejilla y lo llevó a su casa en la furgoneta. Sabía que consumiría demasiada gasolina en ese quijotesco gesto de acercar a su casa a quien la estafó. Sabía que pararía antes de llegar a su granja rendida por el cansancio, para dormir el hambre y que todo empezaría de nuevo. A pesar de la prevención con que lo abordaba, todo volvió a ocurrir como la primera vez, no una vez más, sino en infinidad de ocasiones. Chiquita se daba por prisionera en aquel sueño, vivencia o lo que fuese, para toda le eternidad, no sabía cómo salir de aquella repetición cíclica. Tras otro ciclo completo Chiquita, con desgana, rendida ante a aquel penoso fenómeno que ya consideraba infranqueable, se dispuso a envolverse, de nuevo, en la manta para que el sueño la arrastrara, nuevamente a recorrer aquel angustioso rizo vital. Era tal el hambre que sentía que sorbió las lágrimas que le arrancaba la desesperación para que le sirvieran de alimento y en ese momento vislumbró una posible solución. Se enterró apresuradamente bajo la manta, deseaba ardientemente alcanzar el sueño que la llevaría, una vez más, a repetir aquel aciago día, pero esta vez la guiaba una esperanza que postergaba el recelo con que lo había abordado en las anteriores ocasiones. Esperaba conseguirlo y salir aquel frustrante deambular en círculos››.

—Mamá yo quiero que Chiquita no pase más hambre y que salga de ese lio en que se ha metido. Si yo tuviera comida le daría un poco a Chiquita

Tranquila que todo se arreglará.

— ¿Nuestro hambre también? ¿Y el frío? No me mires así y sigue mamá.

‹‹Era tal el deseo de Chiquita por saber si funcionaría la solución que había conjeturado, que el tiempo empezó a trascurrir con más parsimonia que antes. De nuevo se encontraba en la furgoneta camino a la capital, y a partir de ahí, fueron reproduciéndose los mismos hechos que tanto llevaban repitiéndose sin variación solo que parecían realizados a cámara lenta: Compró los víveres, invito al hijo de los tenderos a pasar las vacaciones escolares en su ranchito, acudió a la farmacia, se encontró con su paisana, a la que le ofreció el dinero que necesitaba para vacunar a su niño, de camino al almacén de material de construcción fue sorprendida, como cada vez que pasaba por allí, por el llanto de aquellos niños hambrientos y como siempre tomó la cesta con su comida y se dispuso a entregársela a los chiquillos, pero esta vez con una salvedad: apartó dos bocadillos que se reservó para ella, siguió y como tantas veces compró los repuestos para remozar la granja, más tarde presenció el accidente de tráfico, auxilió a la víctima, consumiendo el poco carburante que le quedaba, de nuevo tuvo que ir andando a buscar combustible para acabar sus encargos y volver a la granja, pero esta vez al tiempo que caminaba hacia la estación de servicio se comió uno de los emparedados, como todas las veces llegó tarde a la ferretería, pero como siempre el encargado no tuvo inconveniente en atenderla y estafarla para luego incitarla a que lo llevara hasta su casa en la furgoneta…

—Si ha podido cambiar lo de los bocadillos ¿porque sigue llevando al hombre malo de la ferretería a su casa? Tendría más tiempo y más gasolina si no lo hiciera.

—Porqué Chiquita es así de buena aunque la gente no la trate bien.

—Entonces pasara más hambre y más frio que nosotras… sigue mamá.

‹‹Como siempre se le hizo muy tarde a Chiquita y cuando dejó la carretera asfaltada estaba muy cansada y tenía hambre, aunque no tanto como otras veces, pero invariablemente, como en la infinidad de ciclos anteriores, paró el coche a un lado de la pista, pero esta vez no fue para “dormir el hambre”, sino para comerse el otro panecillo que se había reservado y continuar su camino hacia la granja a la que llegó cuando el sol aún no había despuntado. A pesar de la cantidad de veces que había ido a la ciudad se encontró que seguía en el mismo día en que había salido. No lo comprendió como había ocurrido aquello, ni se lo explica hoy, ni cree que llegue a entenderlo jamás, pero no le importa, lo importante, según piensa, es que ningún animal murió, ni tan siquiera sufrieron por su retraso. Ahora cada vez que baja a la ciudad, llena mucho más la cesta con sus alimentos, pues sabe que siempre encontrara quien necesite compartirlos con ella, pero sabiendo que puede reservarse algo para ella››.

— ¿Mamá, nosotras no guardamos ningún bocadillo para ahora?

—Ay mi niña, si los hubiéramos tenido, hubiéramos guardado algo para ahora.

—Mamá, me da miedo dormir el hambre…

—No te preocupes vida mía, que te contare otra vez el cuento de Chiquita…

Alberto Giménez Prieto

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