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Carmencita y Paquito: entre versos y ramas

Carmen rotativo

Carmencita siempre había sentido que los árboles le hablaban. Desde niña, en cada rama veía un gesto de ternura, en cada hoja un secreto por descubrir. Paquito lo sabía bien; con su cámara al hombro y una sonrisa paciente, la acompañaba en esas excursiones que parecían viajes al corazón mismo de la naturaleza. Eran amantes de la poesía y de la imagen, y juntos habían decidido recorrer todos los parques de Valencia, como si se tratara de un gran libro abierto donde cada árbol guardaba un poema.

Su primera parada solía ser en los Jardines de Monforte. Allí, entre estatuas silenciosas y rosales que perfumaban el aire, Carmencita se detenía ante los cipreses, tocaba la rugosa corteza y murmuraba versos improvisados. Paquito la observaba y, con un clic preciso, la retrataba envuelta en la solemnidad de ese rincón palaciego. Para él, cada gesto de Carmencita era una estrofa viva.

En los Viveros, los caminos parecían interminables. Los plátanos de sombra se alzaban como columnas de un templo que el tiempo había erigido solo para ellos. Carmencita, con los brazos extendidos, giraba sobre sí misma, y Paquito capturaba la danza ligera de su vestido entrelazándose con la penumbra verde.

Pero era en el Jardín Botánico donde Carmencita sentía que el alma se le expandía. Entre ficus gigantes, palmeras y lianas que parecían descender de un mundo antiguo, posaba con una sonrisa serena, casi infantil. Paquito, oculto tras su objetivo, pensaba que ella misma era parte de aquel jardín: una flor luminosa en medio de la espesura.

Una tarde, en el viejo cauce del Turia, encontraron refugio bajo un olivo centenario. El tronco retorcido parecía un anciano que los acogía entre sus brazos. Carmencita, emocionada, recitó: “Los árboles son los guardianes de la memoria, y en sus ramas florece siempre la esperanza”. Su voz se confundió con el murmullo de las hojas, y Paquito, sin necesidad de disparar, grabó aquel instante en la memoria de su corazón.

Así, entre parques y paseos, comprendieron que no buscaban solo imágenes o versos. En cada árbol hallaban un reflejo de su propia historia compartida: la certeza de que la belleza se esconde en lo simple, y que el arte verdadero está en mirar el mundo con ojos agradecidos.

4 pensó en “Carmencita y Paquito: entre versos y ramas

  1. Quiero felicitarte de todo corazón por el maravilloso cuento. La forma en que se entrelazan los poemas, fotografías, árboles y flores es simplemente mágica.

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