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ANTONIO MACHADO: Menesteroso buscador de Dios (II)

“ANOCHE CUANDO  DORMÍA          “Por aquella  noche  oscura

SOÑÉ, ¡BENDITA  ILUSIÓN!,              yo iba buscando a  Dios,

QUE ERA DIOS LO QUE TENÍA          sin  saber que lo  llevaba

DENTRO DE MI  CORAZÓN.               Dentro de mi corazón”.

(C. Austral Poesías Completas, pág. 171)   (“Mi cante es una oración”, Lp. Alfredo

                                                                     Arrebola (Málaga, 1989).

No hay duda: en lo más profundo del hombre está presente la idea innata de Dios. Afilada y perenne espada en la mente de aquel hombre que caminaba en sueños, que iba “siempre buscando a Dios entre la niebla”. Un día calle del Cisne abajo, en Madrid, se cruzó con él Rafael Alberti (1902 – 1999); lo encontró desasido, desnuda el alma, como una tristeza que caminara, leemos en “Imagen primera de…”, pág.46 (Buenos Aires, 1945).

   Aquel ilustre sevillano pasó doloridamente por la vida- nos dirá el insigne filólogo Alvar López – dejándonos unas cuantas palabras verdaderas: sus versos, desasidos y desnudos. Pero también nos dejó  en  ellos fe y esperanza, es decir, palabras de un  hombre bueno. Pocas personas, en verdad, podrán superar en admiración a don Antonio, como el que suscribe. De ahí, mi pequeño homenaje. Porque Machado fue “en el buen  sentido de la palabra, bueno”, y su obra, como criatura artística, está ahí, en nuestras manos, con un valor perdurable porque ha sabido fundir “lo inmutable  y  lo temporal , lo accidental y lo absoluto”. En su obra – poética y filosófica – está la herencia que él recibió de la Institución Libre de Enseñanza, lo que ésta había recibido del krausismo: un “estilo de vida” en el que metafísica y ética trascendieron y pudieron  elaborar, también, una poética, según criterio  de  Juan  López  Morillas en “Krausismo: estética y  literatura”, pág. 159 (Barcelona, 1973). Verdad es que W. Whitman andaba en lo cierto cuando decía que dentro  del hombre había multitudes. Y mucho más si ese hombre es poeta. Tal es el caso de don Antonio Machado:  romántico, noventayochista,  intimista,  impresionista,  mitólogo,  folklorista (“de tal palo, tal  astilla”: era hijo de Demófilo),  gnómico …; y, al mismo tiempo, creador de sus heterónimos, para filosofar,  Abel Martín y  Juan de  Mairena, siguiendo  al portugués Fernando  Pessoa (1888 – 1935).

     Antonio Machado, sin la menor duda, es ya historia – más de setenta y ocho años hace que calló su “corazón sonoro” – ; podemos, pues,  acercarnos al hombre y a la obra: él  es un pedazo de nuestra  historia cultural más  próxima y -¡cómo no! –  símbolo humano y poético de  nuestra  tierra andaluza.El último  verso  del poeta, solo, aislado, reza simplemente: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Volvía  el tiempo – comenta el Profesor Alvar -, el gran tema de Machado, pero buscando premoniciones en sus versos – ¿ cuántas veces se recordó el “Autorretrato”? – la mañana del 24 de febrero había sido  entrevista  y, fatal, se había  cumplido.

(“Y encontrarás una mañana pura / amarrada tu barca a otra  ribera”, ( Poesías Completas  XXI, pág. 91.Col. Austral, 1979).

      Y ahora, benévolos lectores de GRANADA COSTA, tengo que responder a las  dudas suscitadas, en el  artículo anterior, sobre “Krausimo” que profesaba Antonio Machado. Pues bien, se trata de un sistema filosófico ideado por Karl Christian Krause (1781 – 1832), discípulo  de  Fichte y de Schelling; viajó por Italia y Francia para consolarse de no haber ganado las cátedras de Berlín y Gotinga.

  El krausismo se funda en una conciliación entre el “teismo” y el “panteismo”. Según  esta doctrina krausista, Dios, sin  ser el  mundo  ni estar  exclusivamente  fuera  de  él, lo contiene  en sí  y de El  trasciende el mundo. El krausismo no tuvo repercusión  alguna  en  vida del  autor, a quien, ni en Alemania, nadie hizo  caso. Pero muerto Krause, propagaron admirablemente sus doctrinas sus discípulos. La filosofía de Krause, casi siempre presentada en forma muy abstrusa y en una complicada  terminología, aspiraba a ser la auténtica continuación del pensamiento de Kant (1724 – 1804).

  Nuestro don Marcelino Menéndez  Pelayo (1856 -1912) combatió  el krausismo con una tal violencia que le llevó  a  salirse “de sus casillas”. “En  él vendrán a resolverse de un modo superior todos los antagonismos y todas las oposiciones sistemáticas: el escepticismo, el idealismo, el naturalismo entrarán como piedras labradas en una  cosntrucción más amplia, cuya base será el criticismo kantiano. La  razón y  el sentimiento se abrazarán  en el nuevo sistema, Krause no rechaza ni siquiera a los místicos; al contrario, él es un “teósofo”, un iluminado ternísimo, humanitario  y sentimental, a quien los filósofos  trascendentales de raza  consideraron un filósofo de logias, un propagandista  francmasón y un  charlatán de alta ciencia”, como leemos en su “Historia de los heterodoxos españoles” (Vol. III, 1881). El krausismo fue introducido en España por el profesor Julián Sanz del Río (1814 -1869)  y propagado por los profesores y políticos Nicolás Salmerón, F. Giner de los Rios, Federico Bermúdez de Castros, etc. El krausismo alcanzó en España, cierto es, su máximo esplendor. Invadió las cátedras y, además, se  filtró  en la política y literatura, excitando, asimismo, los ánimos de los jóvenes: llegó a ser “una moda  exquisita” en los salones aristocráticos.

    Estas, y otras muchas circunstancias sociales, familiares y políticas, configuraron la vida de Antonio  Machado, “hombre bueno por naturaleza” y educado en la Institución  Libre de Enseñanza. Y, por supuesto, siguió la  corriente filosófica heterodoxa del “Fideismo” que, según  la cual, siendo impotente la razón para comprender algunas verdades de la religión, presupone la existencia en  el hombre  “de una facultad independiente”, que es la que otorga capacidad para la fe, idest, doctrina que funda en la fe, y no en la razón, el conocimiento de las primeras verdades. Sólo  me queda  añadir  que la “Teología de la desvelación” es una forma especulativa de la reflexión teológica inspirada en la fenomenología, característica del Dios cristiano, el Dios de la fe y la razón. Este Dios – “El Dios de la fe y de la razón”, de R. Sokolowski -, que  se  revela a sí mismo como un Dios  escondido, se presenta como un ser completamente distinto de las divinidades paganas: Jesucristo, Hijo único de  Dios.

Alfredo Arrebola

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