ACADEMIA DE BUENAS LETRAS, POESIA Y CANTE
Excmº Sr. D. Antonio Chicharro Chamorro, Presidente de la “ACADEMIA DE BUENAS LETRAS”; Señores Miembros del Jurado Premio “Francisco Izquierdo”; amigos todos: Paz y Bien.
Desde siempre he creído yo que uno de los sentimientos que más ennoblece al corazón humano es, sin duda, la gratitud. Y tal debe ser así que nuestro “refranero español” dice que “es de bien nacido, ser agradecido”. Por ello, sean mis primeras palabras un ferviente, entrañable y profundo acto de agradecimiento a cuantas personas han tenido a bien concederme este Premio que honra la memoria de un buen amigo mío, como fue Paco Izquierdo Martínez. Sea, por tanto, cuanto diga y haga – hic et nunc, acompañado, además, del guitarrista ANGEL ALONSO– un sentido homenaje póstumo a quien tuve de compañero en “La Gran Historia del Flamenco en Granada”.
En la apertura del curso 1980-1981 del Aula de Flamencología de la Universidad de Málaga, recuerdo perfectamente que dije: “Mientras haya Poesía, habrá Flamenco”. Ambas manifestaciones artísticas coinciden en su temática: EL HOMBRE. Nacimiento, vida, muerte, sentido de la existencia, el más allá, el absoluto, la nada y otros interrogantes que se hace el hombre determinan la esencia de la Poesía y del Flamenco, en su trilogía de Cante, Baile y Toque. Y esto lo digo como fruto de una larga experiencia como “cantaor e investigador” del Arte Flamenco y de la Literatura.
El Flamenco, semánticamente considerado, forma parte del Folklore – como la Poesía -, en cuanto que es una sabiduría innata del pueblo. Nadie ignora que el Flamenco se ha convertido en plenipotenciario del folklore andaluz. Sus valores psicoantropológicos, sociales, religiosos son tan elevados que ha sido proclamado “Patrimonio Cultural de la Humanidad” por la UNESCO (15/ X / 2010). Ahora bien, el Flamenco es, antes que nada, “arte”; lo mismo le sucede a la Poesía. El folklore, por su parte, es “ciencia”. El Flamenco es algo más que una música popular y un conjunto de tradiciones y costumbres; el valor músical y filosófico del flamenco está más allá de “lo folklórico”. El flamenco, históricamente considerado, ha sido la “expresión vivencial” de una comunidad marginada. En Granada, por desgracia, se ha desarrollado esta triste concepción del Arte Flamenco, que ha traspasado las fronteras de nuestra Andalucía.
Mi análisis es rigurosamente como “intérprete”, es decir, qué siento yo en mis carnes cuando canto por malagueñas, soleares, seguiriyas, tientos, granaínas, etc., e intento expresar esas “vivencias” que se meten calando fuertemente en los oyentes hasta dejarlos fuera de sí. El flamenco tiene- para mí- como principio y finalidad, manifestar el “mundo íntimo, personal y apasionado del cantaor”. Lo mismo que la buena poesía: hunden sus raíces en la esencia óntica del ser humano: “CADA VEZ QUE CONSIDERO / QUE ME TENGO QUE MORIR / TIRO UNA MANTA AL
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SUELO / Y ME “JARTO” DE DORMIR” (Soleá).
Jamás un cantaor será un rapsoda de hazañas o aventuras exteriores de un pueblo, ni siquiera de una familia. Lo que el cante expresa son sentimientos e intuiciones radicales, vivencias humanas y colectivas. Por eso, al correr del tiempo, se le buscó un epíteto que lo definiera: CANTE JONDO.
El Flamenco – como la Poesía – supone la exteriorización de un determinado estado de ánimo, y también un peculiar y congénito estilo de vida. El escritor jerezano Caballero Bonald afirma: “… el proceso expresivo del cante, su repentina acumulación de exploraciones en el vacío, se convierte así en el vehículo de una especie de “catarsis” o, si se prefiere, una rudimentaria forma de exorcismo contra ciertos lacerantes acosos autobiográficos” (“Luces y sombras del flamenco, pág. 54).
Lo que el flamenco busca – creo yo – es transmitir a unos concretos testigos “su” historia personal, vivida en las cavernas de su propio instinto o reabsorbido a través de un patético y familiar aprendizaje humano: liberación del hombre y de cuanto le rodea, buscando “algo” que no encuentra e invoca – con relativa frecuencia – a la muerte: ÁBRASE LA TIERRA / QUE NO QUIERO VIVIR; / PARA VIVIR COMO YO ESTOY VIVIENDO / MAS VALE MORIR” (Seguiriya).
Siempre he creído que el eje central del flamenco es el ser humano en sí, y, de modo secundario, el problema religioso de la angustia e incertidumbre ante “el más allá”, aunque el cantaor no se plantee problemas filosóficos ni teológicos. Pienso que, para el hombre andaluz, el cante el cante es una “diversión” en sentido etimológico: volverse sobre sí mismo en todos los sentidos. Por esto, posiblemente, el andaluz, “el auténtico hombre andaluz”, sabe “divertirse” hasta en su propia pena:
“CANTANDO LA PENA / LA PENA SE OLVIDA (Manuel Machado).
El cante es un sistema complejo de muy diversos factores, cuyo centro gravitatorio es el “hombre interior” con sus sentimientos elementales de amor, odio, esperanza, temor, alegría, desesperación… Copla y música cristalizan, perla única, en sus profundidades. El cante cumple ,entonces, una función consoladora de psicológica expansión: “EL CAMINO DE LA VIDA / REGANDO VOY CON MI LLANTO;/ SON TAN GRANDES MIS QUEBRANTOS / QUE TENGO LA FE PERDÍA / Y EL MUNDO ME CAUSA ESPANTO” (Malagueña de La Trini). “PORQUE DIOS ES MI DESTINO / SON ESTRELLITAS DEL CIELO / LAS PIEDRAS DE MI CAMINO (A. Arrebola en “Mi cante es una oración”. Málaga, 1988).
Como fiel intérprete flamenco, diría esto: EL CANTE NO SE SIENTE, SE VIVE. El Cante – como la Poesía -, nace en el hombre; y, como ella, se perfecciona a lo largo de la vida. Hay, pues, plena similitud entre CANTE y POESÌA, uno de los temas andaluces menos estudiado, a pesar de su importancia, “ANTOLOGIA DE LA POESIA FLAMENCA”, Alfredo Arrebola. Colección Ágora. Málaga, 1993).
RECITAL
Cantaor: Alfredo Arrebola, Premio Nacional de flamenco y Flamencología (1974)
Guitarrista: Ángel Alonso
Alfredo Arrebola, Profesor -Cantaor