Portada » A mi pueblo y mi cortijo
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En este poema late la nostalgia de quien fue arrancado de su raíz y obligado a reinventarse lejos de su tierra. Maria de la Rosa eleva un canto de dolor y memoria a su pueblo y a su cortijo, testigos de su infancia y de sus primeras emociones, hoy transformados por el tiempo y por manos ajenas. En sus versos se mezclan el desgarro del exilio interior, la añoranza de los olivares y la Virgen de la Sierra, y el respeto resignado hacia Andújar, tierra de acogida que, aun ofreciendo abrigo, también le arrebató juventud y recuerdos. Es una declaración íntima de pertenencia, donde el corazón permanece fiel a lo perdido mientras reconoce lo que el destino ha impuesto.

Nunca recuerdo en mi vida

haber llorado tanto,

 ni con tanto sentimiento,

como el día en que llegué a Andújar,

 abandonando mi pueblo.

Fue como si a una flor temprana

la arrancaran de su tiesto,

obligándola a vivir

sin lo que fue su sustento.

Olivares de mi entorno,

ayer grandes centenarios,

hoy jóvenes y pequeños,

 porque una insensata mano,

 creyendo así mejorarlos,

los arrancó de su lecho.

Y no dándose por contento

aquel intruso traidor,

 también a su modo y antojo

modificó aquel aposento,

el que cobijó mi infancia,

el que guardó mis recuerdos…

Unos buenos, otros malos,

pero que, con eso y todo,

solo a mí pertenecieron.

Este pueblo que hoy cobija

lo que quedó de mi alma,

mi cuerpo y mis sentimientos,

 aun por mucho que me pese

lo he de mirar con respeto.

También la juventud,

poco a poco, se me ha ido

en este pueblo, en Andújar.

A ver si no tengo razón

al pensar que este pueblo blanco,

que su cobijo me dio,

me regaló muchas cosas,

cierto…

pero muchas más me robó.

Al venirme a estas tierras

tuve que dejar atrás,

lejos, en su ermita pequeña,

a mi Virgen de la Sierra,

de cara blanca y divina,

por otra con la carita

como el carbón de la encina.

También la juventud,

poco a poco, se me ha ido

en este pueblo, en Andújar.

A ver si no tengo razón

al pensar que este pueblo blanco,

 que su cobijo me dio,

me regaló muchas cosas,

cierto…

 pero muchas más me robó.

Al venirme a estas tierras

tuve que dejar atrás,

lejos, en su ermita pequeña,

a mi Virgen de la Sierra,

de cara blanca y divina,

por otra con la carita

como el carbón de la encina.

María de la Rosa Pérez

2 pensó en “A mi pueblo y mi cortijo

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