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Noviembre en Torrefarrera

Una pintura poética del noviembre frío en Torrefarrera: escarcha, niebla, amaneceres lentos y la vida humilde que resiste. Un homenaje a la belleza oculta en la dureza del invierno rural.

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Noviembre entra de golpe en la llanura,

clavando su cuchillo de aire helado;

la noche, con su vieja mano oscura,

se enreda en cada huerto abandonado.

La escarcha va bordando,

como un mantón de invierno, los barbechos;

y el alba, lentamente despertando,

se posa en los tejados y en los pechos.

Los campos, tan desnudos,

parecen relicarios de ceniza;

los pájaros recuerdan tiempos mudos

y buscan en el frío alguna brisa.

Torrefarrera tiembla

bajo la luna pálida y tardía,

y aun así conserva en su alma ardiendo

la luz sencilla de la artesanía.

Un tractor se dibuja

entre la niebla firme de la acequia;

su faro, como un ojo que no afloja,

rompe la madrugada que se queja.

Y pasan las vecinas

con bufandas que cuentan mil inviernos;

sus pasos —tan pequeños— van tejiendo

la historia que se guarda en los cuadernos.

Noviembre siempre vuelve

con su lección de tiempo y de crudeza:

que hay días que parecen roca y nieve,

y aun así late abajo la belleza.

Porque en cada ventana

se enciende un fuego humilde que resiste,

y el pueblo, aunque la escarcha lo desgrana,

renace en cada nombre que persiste.

José Manuel Gómez

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