Corazón que escucha VI

 

 

Hoy la vida nos ofrece una nueva oportunidad de aprender, de despertar del sueño de la inconsciencia, de hacernos responsables de las huellas que deja el paso de nuestra vida por esta tierra. ¡Hoy la vida nos brinda la gran ocasión de ser nosotros mismos! Y esto sucede un día tras otro día… nos demos cuenta o no. Cada vez que amanece, mientras el sol despunta en el horizonte, junto al mar las gaviotas anuncian la alborada. Esto sucede cada día, aunque no forme parte de los noticiarios. Ocurre, sencillamente, sin que nada ni nadie pueda evitarlo y sin requerir ningún esfuerzo por parte del ser humano. ¡Menudo regalo!

Corazón que escucha se va a detener atento a esa fuerza de atracción que emana de la naturaleza como parte de nosotros mismos.  La naturaleza es la gran maestra del pensamiento: «Ella, la Materia es quien te llevará hasta Dios», con total contundencia lo plasmó por escrito el místico francés Pierre Teilhard de Chardin.

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Rescatando uno de los apuntes descritos en su autobiografía espiritual,  El corazón de la materia, Teilhard dicta así:

 «¿Una memoria? Mi primera fue cuando tenía como cinco o seis años. Mi mamá me había cortado uno de mis rizos. Lo tomé y lo puse al fuego. El rizo de cabello ardió en una fracción de segundo y un gran dolor me llenó; aprendí entonces lo que era lo perecedero. … ¿Qué era lo que me causaba dolor de niño? Esta inseguridad de las cosas. ¿Qué era lo que amaba? Mi lámpara mágica de hierro! Y con una pieza de un arado me creía, a los siete años, con un tesoro incorruptible, que duraría para siempre. Pero luego me di cuenta de que lo que tenía era solo un montón de fierro que se oxida. Con este descubrimiento me tiré al suelo y lloré las lágrimas más amargas de mi existir!», El Corazón de la Materia.

¡Nada a lo que aferrarse! Lo efímero de la materia desnudo ante la mirada de un niño de siete años; eso es lo que descubre la mirada del sabio. En efecto, una experiencia que marcaría el decurso del resto de sus horas. Abundar sobre esta reflexión es un ejercicio muy profundo de auto conocimiento para el ser humano. La pregunta es evidente: ¿A qué se aferra la mente? ¿En qué se ofusca? La respuesta deja al descubierto lo absurdo que resulta identificarse con lo superfluo ante la belleza incorruptible de lo Sagrado. En la periferia de la mente los ­ tantas veces ­ supuestos problemas flotan como un simple corcho sobre el agua, por falta de consistencia. Resulta mediocre y de poco gusto el dedicar la capacidad de la mente a conjeturar sobre un chisme, vilipendiar un suceso de escándalo público, hacer un comentario mofoso sobre el mal ajeno, etc. Y ante todo, dejarse atrapar por el sufrimiento que generan en la mente los pensamientos caducos y remotos del pasado, o las hipótesis imaginarias de una realidad futura que aún no existe. No aporta nada, y además resulta mísero nutrir la mente con pensamientos tóxicos. La ironía, por ejemplo,  es un gesto que trasparenta con claridad la superficialidad de la mente.

Si se observa con detenimiento un punto negro sobre una superficie blanca, como referencia simbólica de un problema, es sencillo  comprobar que al ampliar el campo de visión se puede descubrir todo el espacio blanco que lo rodea. El espacio blanco muestra otras versiones y perspectivas distintas del mismo punto, que pueden ayudar a configurar una opción más resolutiva. Tan solo es preciso relacionar y unir el problema a la solución que lo circunda. Asimismo, es muy importante aprender a enfocar la mente hacia el pensamiento positivo; pues, un obstáculo se puede convertir en una oportunidad de aprendizaje, con tan solo cambiar el foco de atención hacia otro punto.

 

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