Anoche, mejor dicho, hace dos noches, soñé con un mundo en paz, en el que el ruido de las bombas se había silenciado y solo se escuchaba el murmullo de los ríos, a la vez que podía palpar con mis manos el suave manto de la hierba y sentir la fragancia de la vida. Por un momento, me dejé llevar y jugué a detener el tiempo, aún sabiendo que ya había perdido la partida antes de haber hecho el primer movimiento con los dedos. Pero, ¡qué bonito era soñar y mantener las pupilas prendidas de cientos de destellos de colores!

¿Por qué no pensar que podría seguir en aquel estado hasta que la eternidad se cansara de no hallar su final? Solo cuando sonó el despertador y supe que el sueño había agotado sus segundos, empecé a ser consciente de que la realidad jugaba al escondite con los sentimientos, ocultando el guiño de la ilusión en el eco de un amanecer que no se volvería a repetir.

Me levanté de la cama y me dejé abrazar por la voz de un periodista, que emanaba a través de la radio. Y, de nuevo, las palabras mostraban toda su esencia. Guerras, caos, destrucción, disputas por el poder, mentiras, corrupción… ¡maldad! El deseo de estar informado me mantenía expectante, pero con cada crónica me iba sintiendo más y más frustrado. ¿Cómo era posible que no fuéramos capaces de entender nada? El único ser racional de la Tierra era incapaz de entender y asimilar el valor del respeto y la educación. Tardé más de media hora en escuchar la primera noticia relacionada con la cultura. Se trataba de la inauguración de una exposición de un pintor de Huesca, tras lo que solo puede extraer una conclusión. ¿Cómo podíamos mirar a través de los ojos de un retrato realizado con acuarela si ni siquiera éramos capaces de mirarnos a los ojos estando frente a frente?

Alberto Blanco Rubio

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