María Vives Gomila

María Vives Gomila

Profesora Emérita de Psicología de la UB y escritora

Cuando hablamos de libertad, ¿a qué tipo de libertad nos referimos? ¿A la libertad de pensamiento, a la libertad de expresión, la que favorece la creatividad o la que hace posible una comunicación respetuosa y fluida?

            La libertad de pensamiento permite elaborar un proceso, al final del cual podremos obtener un mejor conocimiento de lo estudiado. Por eso partimos de una o varias hipótesis, que vamos comprobando hasta llegar a su validación final. Muy cerca de la capacidad de pensar se halla la capacidad de expresarse que, sin la anterior, quedaría bastante mermada.

            El punto de partida de la libertad de pensamiento radica en la primitiva dependencia madre-hijo, pero, hasta que ésta no se elimina y no sólo físicamente, tendrán que pasar unos años para que este hijo pueda convertirse en un ser independiente dentro del proceso de separación-individuación (un primer cambio significativo se daría hacia los 7-8 años).

            Los vínculos primarios -biológicos, funcionales- forman parte del desarrollo humano, puesto que el niño para crecer necesita de la seguridad que da pertenecer al medio familiar del que proviene. Poco a poco, y siempre que los padres lo permitan, el niño va separándose de su dependencia inicial. Desgraciadamente, algunos de los vínculos primitivos siguen siendo un impedimento para conseguir la madurez en la edad adulta.

            El paso de las figuras paternas a las educativas supone otra etapa por la que el niño es conducido por personas, que no siempre estarán de acuerdo con sus deseos infantiles. Para adquirir un grado mínimo de libertad de pensamiento, el adolescente y el adulto habrán tenido que liberarse de todos estos vínculos, por otra parte necesarios en las anteriores etapas educativas. Cortar el cordón umbilical, más tarde el invisible, constituye el principio de ese proceso. Se necesita del desarrollo físico, neurológico y emocional, además de los que proporciona la educación escolar, media o superior para adquirir este dominio, poder evolucionar hacia la independencia y obtener una relación madura con los demás seres humanos. La sociedad no sólo desempeña una función represiva sino también creativa porque, gracias al intercambio constante con los demás, podemos crecer y madurar.

            Dos aspectos del proceso de separación-individuación son fundamentales: el primero se da al ir cortando los vínculos primitivos con los padres. El hijo emerge de su mundo; se van haciendo más fuertes los aspectos físicos, emocionales y mentales, que confluyen en una estructura de personalidad, cada vez más segura e independiente. Esto le permite ser realista y superar las frustraciones que puede recibir del medio socio ambiental.

            En consecuencia, y este es el segundo aspecto, el adolescente también siente la soledad, acompañada de angustia e incertidumbre, ya que empieza a pensar por sí mismo sintiéndose separado de los demás. No puede volver físicamente a la seguridad de las etapas anteriores y se establece una lucha interior entre continuar el proceso de separación, que le permitirá fortalecerse internamente, o someterse a la voluntad del otro, hecho que podría comportar oposición y rebeldía.

            El ser humano tiene unas necesidades básicas, que desea satisfacer, del mismo modo que trata de evitar el aislamiento y la soledad, consecuencia de la propia evolución. Cuanto más asumida esté la individualidad, la persona buscará los vínculos que la unirán a los demás, gracias al cariño, la creatividad personal y el compromiso laboral-vocacional que deberá llevar a cabo. Como persona que se va desvinculando, pasará paulatinamente de la dependencia más absoluta a la percepción de los demás. Cuando el proceso funciona la persona puede sentirse sola. Ésta es la soledad, que conlleva evolucionar desde la libertad de pensamiento hasta llevar a cabo cada uno de los proyectos personales deseados.

/

            La tentación, ante el reto de constituirse en persona, consiste en   evitar la soledad y la angustia. Sin embargo, iniciado el camino para convertirse en individuo separado, difícilmente este proceso retrocede, pero se podría tener la tentación de frenarlo y no seguir adelante, no crecer más.            

            Las tendencias evolutivas podrían quedar interrumpidas debido a la sumisión o al sadismo. La tendencia masoquista, caracterizada por sentimientos de impotencia y de inferioridad es una forma de rehuir la autoafirmación no haciendo lo que se quiere. La persona podría ser fácilmente sacudida porque ella se pone a tiro. Mostraría la necesidad de experimentar un sufrimiento para obtener un placer, que casi nunca conseguiría por este medio.            

            En el otro extremo, también con la posibilidad de interrumpir el proceso evolutivo, tenemos el carácter sádico en los diferentes aspectos que podemos observarlo: en un primer aspecto, la persona tiende a someterse a los demás. El sadismo podría estar mezclado con la envidia, por lo que la persona sádica desearía apoderarse de lo que tienen los demás, sin hacer ningún esfuerzo por tratar de conseguirlo por sí misma. Éste sería el segundo aspecto. Por último, el tercer tipo de tendencia sádica llevaría al individuo a hacer sufrir, incluso a destruir a la persona envidiada.            

            La denominada cultura posmoderna pone en tela de juicio toda creencia anterior predominando un carácter narcisista e infantil, rasgos basados ​​en negar la ansiedad de separación con el ánimo de que ésta desaparezca al precio que sea. Cualquier deseo debe ser satisfecho de inmediato o sustituido por otro tipo de gratificación. No es fácil saber lo que la persona desea, ya que al preguntarse “quién soy yo” pueden aparecer mezclados el deseo, las expectativas personales, por un lado y lo que los demás consideran más oportuno para su bienestar, por otro.

            Esta mezcla podría llevar a confusión y a la pérdida del sentido de libertad, sostendrá Fromm. Esto hace que, si la persona no tiene conciencia de la propia identidad, y no sabe quién es, podría adherirse fácilmente a las expectativas y deseos de los demás pudiendo incrementarse el sentimiento de frustración, de soledad, incluso la pérdida de un cierto sentido de la vida. Vemos cómo en la cultura postmoderna, el principio de realidad es sustituido por el principio de placer. Si el principio de realidad es frágil no puede resistir el impacto conjunto de la cultura postmoderna, de la idealización del individuo, su reclamo de satisfacción inmediata y absoluta de necesidades y del consumismo.

            El deseo de conseguir es el deseo de desear -dirá Bauman-. Según esto, los individuos, especialmente los más jóvenes, reciben a la vez un doble mensaje: el de la modernidad (de la estética) y el de la postmodernidad, donde predomina el principio de placer y esto, según Coderch, no resulta nada aconsejable para la salud mental del joven.

            Si la persona no se siente bien identificada, “no sabe quién es”, no tiene ni la capacidad para pensar ni la fuerza interior para saber lo que quiere, puede transformarse, por carencia, en un conformista y un buen seguidor de la empresa de los demás. El individuo puede ser dirigido sin darse cuenta. En ese caso perdería en fuerza, pero ganaría en confianza porque otro pensaría por él.

            La persona podrá ser libre, incluso con la influencia de las muchas herencias recibidas si, eliminados los vínculos exteriores e interiores, puede pensar, sentir y actuar por sí misma. El hombre actual, si ha podido seguir su intuición, conocer y ser sensible a sus sentimientos, será capaz de llevar a cabo sus deseos y, vinculado con los demás, podrá superar las sacudidas del presente haciendo uso de su necesaria libertad.

Deja un comentario