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FELICIDAD, ÉTICA, JUSTICIA SOCIAL

Vives Gomila María

Maria Vives Gomila, Profesora Emérita de la Universidad de Barcelona y escritora

Maria Vives Gomila

Profesora Emérita de Psicologia de la UB. y escritora.

¿Se puede hablar de felicidad habiendo tantas guerras en el mundo? ¡Guerras, tensiones, peleas, luchas de poder y por el poder! Cuántas veces hemos oído esta frase: te deseo un buen lugar, deseo que estés en el lugar adecuado para ser feliz. Y es cierto, para poder vivir bien es necesario tener un sitio, un espacio. Conviene también encontrar el lugar en la familia, en el trabajo, al igual que encontrar su sitio en la vida, en el mundo.

            El lugar en el que uno vive tiene su valor, pero no sólo tiene que ver con el rol o la posición externa de cada ser humano, con todas sus encrucijadas y recorridos, de por sí fundamental, sino que también consiste en encontrarse bien dentro de uno mismo. Sentirse bien por dentro favorece la serenidad personal y hace más asequible la interacción con las demás personas.

            La brújula interior nos puede indicar por dónde caminar y cuál es el procedimiento más adecuado para encontrar el camino, incluso saber utilizar un buen atajo para acortarlo y alcanzarlo. Éste es un aspecto que, desde nuestro interior, nos ayuda a orientar nuestra vida, según sea lo que deseamos en relación a las capacidades y necesidades personales, siempre que el miedo o el sentimiento de suficiencia no nos impidan observar con humildad nuestro interior.

          Esta brújula nos induce a buscar el camino que mejor pueda conducirnos al objetivo deseado, nuestra particular Itaca. Por eso, es necesario saber utilizar nuestro sentido crítico para separar lo esencial de lo secundario y poder actuar en consecuencia. ¡Ya lo hacían los filósofos griegos, actitud que deberíamos asumir y aplicar!

            También es cierto que hablar de serenidad interior nos permite conocer el equilibrio a mantener entre dos fuerzas opuestas, y tantas veces en contradicción: el instinto, por el que tendemos a hacer lo que queremos de forma más o menos inmediata, y el aspecto controlador, más rígido, que podría actuar como un juez interior crítico. Se trata de ir equilibrando ambas fuerzas para encontrar esta serenidad, el equilibrio al que tendemos y necesitamos para poder vivir bien.

            Cuando en una sociedad encontramos tantas consignas, orientadas a promover el pensamiento único, es difícil llegar a diferenciar lo esencial de lo accidental. Bastaría contemplar nuestro entorno para comprobar, no sólo la falta de diálogo, sino de capacidad de escucha, de falta de intercambio de ideas y su repercusión sobre el bienestar individual, familiar y social. Con el pensamiento único podríamos perder fácilmente la capacidad de decidir por nosotros mismos, de no haberla adquirido.

            No se puede interrumpir la cadena de experiencias anteriores y empezar de nuevo, como si no hubiera habido ningún tramo de la historia personal vivida anteriormente, o si los cambios sociales tampoco hubieran tenido repercusión alguna.

            El presente proviene de un pasado, gracias al cual somos lo que somos, al igual que la capacidad de interactuar, de coordinarnos unos con otros, aparte de ideologías, tendencias, aspiraciones o incluso gracias a todas ellas.

            Gobernar no es imponer las propias ideas, normas o leyes, sino pensar en el beneficio de las personas, que esperan la mejor gestión de los recursos colectivos para poder vivir bien dentro de los márgenes de una Constitución, que fue consensuada y marcó el principio de la democracia, que sigue siendo un referente sólido para nuestra convivencia.

            El líder de cualquier institución, que no observe, ni escuche, ni se forme constantemente para saber más y más de los temas que defiende en beneficio del bien común, estaría expuesto al fracaso, incluso antes de empezar su mandato.

            Podemos perder la capacidad de decidir por nosotros mismos si esperamos que una persona, externa  pueda dirigir nuestra vida. Una mirada retrospectiva nos permite ver que no se puede romper una trayectoria de años sin tener en cuenta ideas o esfuerzos anteriores, especialmente si han sido positivos y han beneficiado al conjunto de la población, sea a nivel personal, familiar, social, político o religioso. Conviene tener presente las raíces y pactos que se han ido estableciendo, entre unos y otros, a lo largo de la historia de la humanidad.

            Da la impresión de que hemos olvidado que vamos transitando nuestra ruta acompañados. Socialmente ocurre lo mismo. Puede perderse la eficacia de las decisiones, cuando el único objetivo de las personas con responsabilidad sea el dominio y control de los demás, a causa de estar apegado al poder, de la forma que sea. Ésta es una de las mayores ambiciones del hombre, por la que siempre ha luchado.

            El afán de tener disminuye la esencia del ser. Primero debemos saber quiénes somos para llegar a ser, saber dar y compartir la experiencia para que ésta pueda ser provechosa para los demás.

            Cuántas veces hemos oído decir últimamente: “estamos peor que nunca”, años atrás estábamos mejor, dicen algunos. Adela Cortina respondía a la pregunta de sus estudiantes ante este cuestionamiento diciendo que «esto no era verdad», porque si tenemos en cuenta los avances conseguidos, respecto a siglos anteriores, estamos mejor que nunca (ella aludía al progreso de la sociedad, a los derechos humanos conseguidos y a la sociedad del bienestar).

            Sin embargo, todavía queda mucho por hacer. Tenemos desigualdad social (mucha gente necesitada, sin techo, sin trabajo, aislada, confundida, deprimida y también personas que, por circunstancias, no pueden relacionarse con nadie).  ¿Hablaríamos de ética o de justicia social?

            Siguiendo esta tónica, “ningún miembro de una sociedad puede quedar excluido de sus bienes y nadie puede quedar excluido de los bienes sociales a nivel mundial –dirá Cortina- sino que todos los miembros de la sociedad humana deben poder disfrutar de unos mínimos razonables que les permita desarrollar sus capacidades y vivir en libertad”[1].

            Aquí se haría referencia a la salud, la educación, las relaciones sociales, el ocio, etc.

            La justicia social no pasa por la libertad de pensamiento, pero sí por una distribución equitativa de los bienes generales, que afectarían a cada ciudadano y que debería ser garantizada

para que todos los seres humanos dispongan de un mínimo necesario para desarrollar sus capacidades y necesidades. Discurso que pertenecería a la justicia y también a la Ética.


[1] [1] A. Cortina (2000, 2006). Ética mínima: introducción a la filosofía práctica. Madrid: Tecnos

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