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ENCANTADORA INVITACIÓN AL DESTRIPAMIENTO

Imaginen un mundo donde no se tuviera que retrasar la edad de jubilación. En el que las pensiones estuvieran aseguradas y la asistencia sanitaria fuera siempre inmediata y absolutamente gratuita, incluso para las enfermedades raras, que requieren tratamientos prohibitivos. Pero (¡ah! Siempre tiene que haber alguno), a cambio deberíamos aceptar quitarnos la vida a determinada edad para ceder espacio a los más jóvenes. Pongamos los ochenta años. Ya lo estoy viendo: la familia del octogenario reunida a su alrededor en un templo público para despedirse adecuadamente del sujeto terminal antes de que lleve a cabo un flamante suicidio ritual.

¿Les seduce la idea?

Pues bien, lo crean o no, el seppuku (también conocido como Hara Kiri), una antigua práctica samurái consistente en quitarse la vida eviscerándose con esmero, vuelve a estar en el centro del debate gracias a un filósofo y economista de la Universidad de Yale, Yusuke Narita. Este profesor ha tenido a bien proponer que las personas mayores en Japón se sometan a una muerte masiva como una forma de reducir la carga económica y social que supone el envejecimiento de la sociedad mediante ese sistema. ¿Por qué no simplemente educar a las personas sobre la planificación familiar, el desarrollo sostenible y la cooperación internacional? ¡No! La solución es obviamente el seppuku colectivo. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes?

La propuesta de Narita ha causado sorpresa e indignación en el mundo entero (salvo entre aquellos que odian a los nipones). ¿Cómo puede alguien proponer que la solución al envejecimiento de la sociedad sea que las personas mayores se destripen? Incluso en el supuesto de que se trate de un intento de llamar la atención sobre el grave problema de la superpoblación parece un pelín excesivo.

No obstante, apuntemos que ya en 1970 el famoso escritor Yukio Mishima y uno de sus seguidores realizaron un seppuku semipúblico para protestar por la irreversible adopción en su país natal del modo de vida occidental. ¿Acaso Narita ha leído con excesivo entusiasmo a Mishima y está sugiriendo que las personas mayores se suiciden como protesta ante los aspectos culturales de su país que producen la tan dañina longevidad? Innecesario: en realidad sería suficiente hacer campaña a favor del Movimiento para la Extinción Humana Voluntaria, que en absoluto es una invención del articulista.

Ciertamente, el suicidio masivo no parece una solución ética, empática ni viable, al igual que proponer que nos autoextingamos (por atractiva que pueda parecer esta última idea). Hay formas mucho más razonables y humanas de abordar el problema del envejecimiento de la sociedad. Deberíamos trabajar juntos internacionalmente para tratar estos problemas globales en base a la racionalidad y la compasión, sin caer tampoco en la solución nuclear recientemente reivindicada, aunque sea en otro contexto, por Vladimir P.

Sin embargo, la normalización de propuestas a priori inadmisibles parece ser una tendencia en constante aumento. Cada día nos encontramos con nuevas ideas que hacen que nos cuestionemos los límites de lo aceptable. Sin ir más lejos, en la ciudad donde vivo, Palma, se ha puesto sobre la mesa la posibilidad de edificar pisos con contenedores, como ya se ha hecho en Barcelona. Me consuelo al constatar que al menos no son contenedores de basura, sino de cargueros, lo cual resulta mucho más feng-shui.

La construcción de viviendas con contenedores es una tendencia en aumento debido a su menor costo y su sostenibilidad. Sin embargo, es interesante preguntarse por qué esta solución se plantea como una alternativa para los jóvenes que sufren los efectos de la especulación inmobiliaria y no para las personas adineradas. ¿No es acaso ésta otra muestra más del capitalismo salvaje en el que vivimos, al igual que las últimas propuestas musicales de Shakira o los convenios de Piqué con Casio?

Es cierto que esta propuesta podría conllevar ciertos beneficios, pero debemos ser cuidadosos y no permitir que se normalice la idea de que los jóvenes deben conformarse con viviendas construidas con materiales reciclados, mientras que los ricos disfrutan de casas enormes y lujosas. Semejante forma de pensar solo (¿con acento o sin? La RAE no se aclara) es una forma más encubierta de perpetuar la desigualdad. No todo lo posible debe ser necesariamente aceptable.

¿Será la próxima ocurrencia construir casas de papel maché? ¿Usar ataúdes apilados como viviendas (no estoy desbarrando, en Hong Kong es una escabrosa realidad)? Sólo —ahora lo escribo con acento, porque me da la gana— el tiempo lo dirá. Supongo que menos tiempo del que le falta a Narita para llegar a los ochenta (el mozo tiene 38). Me pregunto si seguirá pensando igual cuando los alcance. Lo que sí sé es que de momento no me tienta imitar a Mishima. Ni tampoco abogar en favor de la autoextinción.

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