Nadie te recordará por tus nobles pensamientos secretos.

Algunos afirman, que en los instantes que preceden a la muerte, toda nuestra vida pasa por delante de nuestros ojos como si fuese la película de nuestra vida.

No se sabe qué tan cierto es, pero lo que sí se sabe, es que en los últimos días de vida de las personas enfermas, viendo su fin inminente mientras la muerte se acerca con sus irreversibles pasos, todos se enfrentan a la ineludible autoevaluación de su vida. Pero esta vez bajo un prisma completamente diferente, sin la óptica de nuestras mentes entrenadas para no pensar ni cuestionar. Tras la aceptación aparece una visión limpia y clara al tiempo que se deja atrás toda atadura, vínculos con el mundo material que ya carecen de importancia. Los valores parecen sufrir un vuelco inesperado y por paradójico que parezca, ahora todo parece tener sentido. Sin embargo es curioso descubrir que la gran mayoría hace una evaluación negativa de su vida.

¿Cómo sabemos esto? Gracias al testimonio de cuidadores en cuidados paliativos. Estos son aquellos que cuidan de las personas en sus últimos días de vida. Les ayudan no solo físicamente a sobrellevar la enfermedad, sino a guiarlos hacia su aceptación, al tiempo que les enseñan a despedirse de la manera menos traumática posible y en esos momentos abren sus corazones para decir lo que nunca se atrevieron ni siquiera a pensar y así desatar esos nudos con los que complicamos la madeja de nuestra vida.

Creo que podríamos aprender mucho del testimonio de estas personas, sobre todo ahora que todavía podemos hacer algo para que la evaluación de nuestra vida, llegado el momento sea más positiva.

De entre todos los que he podido leer, hay testimonios impactantes que te llevan a cuestionar qué estamos haciendo con nuestra vida. El que más me llamó la atención y en el que coinciden la mayoría de los cuidadores como la principal y más reveladora, es ver como se lamentan al decir “Me hubiese gustado tener el valor de vivir la vida que yo deseaba y no la que los demás esperaban de mí”

Tuvieron miedo de ser ellos mismos, de ser fieles a sus deseos, a lo que les apasiona, a vivir su propia vida. Se detienen a echar una mirada retrospectiva hacia su pasado, hacia las oportunidades que dejaron en el camino por no contrariar a otros. Les dio miedo dejar de cumplir las normas que nos impone una sociedad sometida a un sistema que lo disfraza todo. Al consumismo le pone un traje de seguridad. El abandonar tus sueños por un bien mayor, lo viste de responsabilidad y por ende de amor a los tuyos. Al sacrificio de tus deseos le pone nombres como valor, orgullo y honorabilidad. Pero todas esas grandilocuentes palabras, son tan solo un solapado chantaje que nos obliga a vivir las vidas que creemos querer, siendo lo que los demás esperan que seamos.

 En esos momentos en los que la muerte está al otro lado de la puerta y que el chantaje ya no surte efecto, (pues ya no se tiene nada que perder) recuerdan todos aquellos sueños que quedaron atrás. Los reviven y expresan lo que les hubiese gustado ser en realidad, pero tristemente ya no se pueden recuperar aquellos anhelos. Sin embargo lo más paradójico de todo, es que hacen un gran descubrimiento. Tarde descubren que en realidad, los impedimentos para cumplir sus sueños no se los impusieron los demás, sino que fueron ellos mismo quienes los pusieron en su camino. Este simple hecho, al tiempo que extraordinariamente complejo, nos hace ver a los demás de manera diferente, “soy yo quien pongo palos a mis ruedas impidiendo su avance, en realidad los demás están tan confundidos como yo”.

Bronnie Ware es una de estas cuidadoras, una enfermera australiana que explicó su experiencia y a raíz de ésta escribió algunos libros muy reveladores. Ella declaró que también había algo en lo que piensan muchos en los últimos días de sus vidas. Estas personas suelen decir: “no tendría que haber trabajado tanto”.

La mayoría cuando se lamentan por todo el tiempo que dedicaron al trabajo, recuerdan como les hubiese gustado dedicar más tiempo a su pareja, a sus hijos, a sus amigos y a aquello que tanto les apasionaba y nunca pudieron hacer. Esto me hace recordar las palabras de Gabriel García Márquez con las que parecía presagiar su muerte, explicando lo que haría si Dios le regalara un trozo de vida”.

“El mañana no le está asegurado a nadie, joven o viejo. Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas. Por eso no esperes más, hazlo hoy, ya que si mañana nunca llega, seguramente lamentaras el día que no tomaste tiempo para una sonrisa, un abrazo un beso y que estuviste muy ocupado para concederles un último deseo. Mantén a los que amas cerca de ti, diles al oído lo mucho que los necesitas, quiérelos y trátalos bien, toma tiempo para decirles, “lo siento” “perdóname”, “por favor”, “gracias” y todas las palabras de amor que conoces. Nadie te recordará por tus nobles pensamientos secretos. Pide al Señor la fuerza y sabiduría para expresarlos”.

No deberíamos esperar a que la muerte venga a enseñarnos cómo vivir, vivamos ahora. Lo más hermoso de soñar es intentar hacerlo realidad. A menudo no valoramos la vida, hasta que estamos a punto de perderla y eso significa que ya la perdimos, desde el mismo momento que decidimos no vivir nuestra vida. Nuestra existencia está llena de oportunidades de sentirnos vivos. Sabremos aprovecharlas, si no nos dejamos enmarañar por las redes de un sistema que fabrica consumidores responsables, cuando en realidad tan solo somos humanos soñadores, lo que ocurre es que no lo sabemos.

Manuel Salcedo Gálvez

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